Menú del día: Bacatta de pescado

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

ENTUSIASMO DE LOS QUE TE SEGUÍAN. Tú, Cristo, has tenido reacciones inesperadas ante las emergencias de tu pequeño mundo. Varias veces durante tu corta vida Te has encontrado en lugares desérticos con multitudes que Te seguían y escuchaban. Te habían seguido sin pensar demasiado en sus posibles problemas. Tú les arrastrabas. Y ellos caminaban. Y se alejaban de sus propias casas y de los pueblos y ciudades, espontáneamente. Largas caminatas. Y el tiempo corría. Y llegaban las horas de la comida. Y no sabían qué hacer. Mateo, cap. 14, Marcos, cap. 6 y Lucas, cap. 9, lo describen todo en pormenor. Mateo, cap. 15 y Marcos, cap. 8, hablan de una segunda vez en que diste de comer a las multitudes.

 

NECESITABAN COMER. Pero aquellas gentes necesitaban comer y beber. No pensaban en ello. Tal vez no eran previsores. ¿Qué tenían que hacer?. ¿DejarTe?. Pero llegarían demasiado tarde a su despensa, a su pequeño comedor, a su diván casero. Todo ello sería pequeño, sencillo, pero al fin y al cabo, necesario para cada día. El hambre no perdona. La sed asfixia y angustia. Seguramente que tus amigos, Pedro y los demás, sobre todo los economistas que también los tenías, como Felipe y Andrés, Te darían algún consejo facilitón: "Diles que se vayan. Atardece. ¿Qué podrán comer ?". Esta es la solución que encontramos siempre. La pensamos todos, los dirigentes y los sabios, los administradores de los bienes de las grandes empresas. También los que manejan los fondos benéficos para las Obras de Caridad de tu Iglesia, y de tantas instituciones gubernamentales o no. Es la solución fácil: "No puedo hacer nada por tí. Márchate. Busca por otras partes. Trabaja. No seas perezoso. No pierdas el tiempo. No fumes. No te drogues". Y con estas frases quedamos tranquilos. Y las gentes siguen pasando hambre. Y se mueren. De inanición y de enfermedades contagiosas. 

Tú sabías que los hombres y las mujeres, y esos niños escuálidos que siempre los acompañan, necesitan comer, comer pan bueno, y, si es posible, también un buen pescado fresco, debidamente preparado y condimentado. Ahora los dietetistas Te dirían que necesitan urgentemente hidratos de carbono y proteínas, y Te darían la cantidad exacta para una vida digna y sana. A Tí Te parecerán palabras nuevas y raras. Te basta con saber que el hambre y la sed son las más fuertes y elementales torturas de un ser humano. Tú lo sabías. Y por esto pensaste en ello. Y por esto inquietaste a tus amigos y discípulos.

 

MULTITUDES HAMBRIENTAS. En aquellas ocasiones eran varios miles de personas que estaban ahí, ante Tí. También eran hombres y mujeres, con sus infinitos niños, como esos negritos que aparecen en las pantallas de nuestras televisiones. Y Tú Te sentiste atormentado. Este es un hermoso y emotivo rasgo de tu humanismo, de tu Encarnación, de tu Inmersión profunda dentro de todo lo más humano: el hambre y la sed también Te preocuparon.

 

TU SUGERENCIA IMPOSIBLE. Y Tú les dijiste a Felipe y a Andrés: "Dadles vosotros de comer". Y enseguida hicieron sus cálculos, aquellos pequeños y elementales ministros de Economía y de Cuestiones Sociales. La respuesta fue que no podían hacer nada. Que se fueran a sus casas. Ellos mismos buscarían lo necesario. Ellos mismos encontraría el pan y lo demás. Había un muchacho allí cerca que llevaba una bolsa con unos pocos panes y unos escuálidos peces. Lo vio Andrés. De los demás miembros de aquella multitud, no se sabía nada. Quedaban muy lejos.

 

TU SOLUCIÓN Y UN CUADRO. Pero Tú no Te inmutas. Dices: "Que se sienten sobre la verde hierba". Habías decidido el primer banquete popular de la historia. Como aquellos que organizan ahora los sindicatos y dirigentes políticos para celebrar sus fiestas. 

El pintor amigo que Te pintó, rodeado de multitudes obreras, con un fondo de chimeneas y de espesos humos, me ha sugerido una idea que no me parece del todo imposible: Uno de los presentes Te ofrece una lata de sardinas. No había latas en tu tiempo. Pero había sardinas. No había fábricas. Pero había obreros. Y aquellos obreros, como todos los que yo he conocido en mi vida, tenían un buen corazón, y eran capaces de sacrificios para vivir la solidaridad con los compañeros de dolor. Y esta es la idea que tuve ante aquella lata de sardinas: tal vez se corrió la voz de que todos iban a comer sentados sobre la verde y fresca hierba. Y entonces, cada uno fue abriendo sus bolsas y sus mochilas. Y todos vieron cómo se iba realizando el maravilloso milagro de la solidaridad. Se multiplicaban los panes, panes buenos, y todo aquello que con los panes se come. Y todos quedaron hartos. Y todavía se recogieron varios cestos de lo que sobró.

 

LO QUE TODOS DESEAMOS. Yo quisiera que ningún hambriento se apartara de mí con las manos vacías. Alguna lata de sardinas habrá en mi despensa, algún pan tierno quedará bajo el paño blanco de la cocina. Los obreros de las fábricas malolientes y tiznadas por los negros humos, los obreros de las minas y de los mares, de los campos y de los talleres seremos solidarios. Y así todos comeremos. Y todos podremos beber un vaso de agua fresca, y aun podremos brindar con una copa de vino tinto. Tú nos das la orden de hacerlo: "Dadles vosotros de comer". 

No quiero imitar a Felipe con sus cálculos mezquinos, ni a Andrés con sus constataciones pesimistas. Quiero imitarte a Ti, Jesús de Nazaret, que Te has comparado con un Pan que da Vida, y que, al final de tu vida terrena, Te entregaste en forma de Pan por todos los siglos. 

Me maravilla tu imaginación. Me encanta tu profundo sentido de la humanidad y del humanismo. Junto a Tí, los Líderes de la tierra me parecen enanos, bufones, palabreros charlatanes de discursos engañosos. Deberías regresar a este mundo, Jesucristo, porque aquí no son cinco mil, sino millones y decenas de millones, los que mueren de hambre y sed. Los he visto cubiertos de gusanos, con sus ojos tristes y cansados, con sus huesos patentes y con sus esqueléticos cuerpos negruzcos. Son  los mártires del egoísmo. Son los que en silencio gritan: Solidaridad. Pero el mundo de los ricos está sordo. Tiene la piel muy dura. Estoy cierto. Te lo digo a Tí, pero Tú lo sabes. Ven.