Me hablas de las mies

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Tú, Jesucristo, me has hablado de la "Mies". Me has dicho que es mucha, y que los obreros son pocos.  

ALGO DESCONOCIDO. Yo ahora qué puedo escribirte. No sé cómo comenzar en este día tan caluroso. ¿Cómo quieres que un hombre del siglo XXI Te comprenda, si nunca hemos visto de cerca una Mies?. Para comprenderte tengo que recurrir a alguna imagen fílmica, llena de colores, de esas que se muestran en las Salas de Cine de nuestras ciudades y en las Cadenas de TV. El otro día ví una "Mies", cuando un Programa Televisivo hacía publicidad de una mermelada. Los hombres de mi siglo, cuando vamos al campo, no vemos más que tapias y paredes que dividen y garantizan la "sagrada" propiedad privada de los ricos. 

Tal vez pueda comprenderte a través de los productos que cada día se asoman a mi mesa, a la hora del desayuno o de la comida. Ese pan blanco, tostado, de la mañana, cubierto de mantequilla, debe ser un producto de la mies del campo, del trigo que allí crece y que ha sido sembrado, cuidado, recogido y transformado en harina por los que Tú llamas obreros de la Mies. No he visto nunca un melocotonero; pero me encantan sus frutos de colores tan bonitos y de gusto tan fresco, que aparecen indefectiblemente, al final de los almuerzos, como postre exquisito.

 

LOS HOMBRES SON LA MIES. Tú habías visto las mieses y los obreros curtidos por el sol del Mediterráneo en tu tierra campesina de Nazareth. Tú habías amado esos frutos del campo, y sobre todo habías amado a esos hombres, que entonces eran los más, y que ahora, en nuestro sistema industrial y urbanístico, van abandonando los simétricos rectángulos de las parcelas cultivadas, para irse a trabajar y a vivir en las barriadas populares de las grandes ciudades donde faltan el sol, el aire fresco y la paz. 

Si no conozco las mieses que estarán detrás de las tapias, sé muy bien quiénes son los hombres que, por ellas, has querido significar. Porque los veo en todas partes y cada día, y tienen todos los colores, y los ojos de muchas formas, y hablan todas las lenguas y visten los más variados trajes desde los mínimos taparrabos de los habitantes del Trópico y del Ecuador hasta los más peludos abrigos de los que intentan no sucumbir por el frio en los Polos. Los veo ante los semáforos rojos acelerando ya el motor para partir rápidos. Y los veo en los pasos para peatones, caminando ansiosos y rápidos para no ser arrollados. Los veo hambrientos, escuálidos en los reportajes televisivos del mal llamado "Tercer Mundo". Y los veo convertidos en cadáveres en los diarios accidentes y choques guerreros.  

Estos hombres de mi tiempo son seguramente la "mies" de que me hablas. Son los que viven en mi propio rellano, y utilizan el mismo ascensor con el que yo subo y bajo -solitario- tantas veces cada día. Son aquellos que están incluídos en los fríos números y extraños porcentajes de las estadísticas de "hombres sin trabajo", "madres solteras", "parados", "enfermos", "solitarios", "increyentes", "ateos" y "agnósticos".  

Son estos hombres y mujeres -mis hermanos de la tierra- que para mí son unos seres imprecisos, cuyos nombres desconozco, pero de los cuales conozco perfectamente los sufrimientos, las alegrías y las desilusiones, los terrores y las esperanzas.

 

LOS OBREROS NOS SENTIMOS ATASCADOS. Aunque en los momentos de sinceridad y de afecto, cuando me siento "su hermano", quisiera hacer algo por ellos, me encuentro atascado ante el muro con la puerta cerrada, o como aquel campesino que quisiera segar sin tener una hoz. Y sin embargo, Tú hablas de la necesidad de "Obreros". Evidentemente eres un idealista. ¿Qué puedo hacer yo por ellos, si no logro hacer algo en favor de mí mismo?. ¿Cómo podré orientarles para que Te encuentren y encuentren contigo a tu Padre, si yo camino en las tinieblas y sombras de muerte, si yo voy tanteando en la noche un camino que no veo?. Si les manifiesto mi interés por ellos, ¿no me puedo convertir en un grave tropiezo?. 

Tú me pides "trabajar" que es lo que suele hacer un "Obrero", que es lo único que podían hacer aquellos campesinos de tu tiempo, sin maquinarias ni tractores, con el esfuerzo de sus brazos y los sudores de sus frentes. Yo soy como ellos. Estoy desprovisto de medios, de instrumentos. Pero, si yo trabajara, si yo cada día me esforzara, alguien tal vez sería un poco mejor, un poco más feliz. Sería una pequeña gota en la inmensidad de los océanos. Pero yo quisiera ofrecer esta gota sencilla y fresca para la felicidad de algún hermano mío.

 

Tú BUSCAS PROFETAS. Tú buscas "obreros" para la "Mies". Muchos. Evidentemente Tú deseas que surjan apóstoles y profetas, como los que envió Yahvé antes de que Tú vinieras, y como los doce que escogiste Tú mismo cuando quisiste comenzar la construcción de tu Iglesia, una Iglesia para todo el mundo y toda la Historia. 

Pero muchos fueron sacrificados por los mismos hombres a quienes querían servir. No salieron bien parados. Ni los de antes, ni los tuyos, ni los que Te siguieron después. 

Siempre resuenan en mis oídos y en mi interior, muy emotivas y profundas, las palabras de aquel Profeta que se rebelaba contra la misión que Yahvé le había encomendado: "Tú me has seducido, Yahvé, y yo me dejé seducir. Tú eras el más fuerte, y fuí vencido [...]. Siempre que hablo tengo que gritar 'Ruina y devastación'. [...]. Y aunque me dije: 'No me acordaré del El, no volveré a hablar en su Nombre', su Palabra es dentro de mi como fuego abrasador". Este Profeta fue Jeremías. Seguro que lo recuerdas. Dice estas cosas en su Capítulo 20. Se sentía atascado, herido.

 

LOS PROFETAS DE NUESTRO TIEMPO. También en nuestros tiempos se habla de profetas. Muchos hasta se dejan largas cabelleras y nutridas barbas, como si quisieran ser semejantes a los profetas del Antiguo Testamento o a los Apóstoles tuyos. Servirían muy bien como bellos modelos a un Miguel Angel. Pero mis hermanos, los hombres, siguen caminando a tientas. 

Tal vez sucede que, en este mundo de aceleraciones, de ruidos y de fragor, de viajes supersónicos y de espectáculos amplios, interespaciales, ya no hay sitio para los profetas, o los profetas que hay están ocultos, o los que no están ocultos y hablan, no tienen suficiente fuerza de voz para ser escuchados. Entonces nos contentamos con las cabelleras desarregladas, y con las barbas rojizas.

 

EL PROFETA QUE ME GUSTARíA ENCONTRAR. Yo te digo, Jesús, que me gustaría muy sinceramente encontrarme con uno de ellos por la calle de mi vida. Me gustaría encontrarme con un Profeta que me dijera claramente, sencillamente que Dios existe, Creador del Cielo y de la Tierra,  que El es el Padre que nos amó y que nos ama, y que nos entregó a su único Hijo Jesucristo, que Jesucristo fue una enorme, bella, gigantesca, personalidad que revolucionó la historia y las naciones, y fundó una Iglesia para servir a los hombres, y para ayudarles a caminar por este mundo -al fin y al cabo hermoso- con la verdad y la vida.  

Así muchos podrían encontrarte. Y podrían morir muy humildemente, alentados por esta esperanza.

 

PODEMOS SER PEQUEÑOS PROFETAS. Y, si quieres, yo podría intentar ser un pequeño profeta para mis vecinos de casa y de barriada, sin barba, sin melenas y sin hábitos extraños, pero con una mano fraternal abierta y un corazón lleno de simpatía. Te lo escribo con todo mi amor, Jesús, donde Te halles ahora. 

Sé quiénes son los Profetas antiguos, porque los tengo delante de mis ojos en las diferentes Ediciones del Antiguo Testamento. Los hay que han sido Personajes muy interesantes, atrevidos, agresivos y un tanto revolucionarios. 

Pero todo se les permite a esos hombres que nos han dejado sus escritos con las amenazas de un Yahvé de los Ejércitos. A veces esos profetas utilizan un lenguaje figurado, con muchas violencias en sus contenidos, para expresar que los pecados personales, sociales, nacionales, del Pueblo son detestables, y que Dios los castiga, porque es por esencia la misma Justicia. 

La Mies es mucha, es verdad. Pero los Obreros son pocos. También es verdad. Aún ahora, cuando somos entre todos los obreros centenares de miles. Pero el problema no es solamente éste del número. Hay otro problema: el de la Calidad. Porque un Obrero que trabaja bien, puede sembrar y recoger mucho más que el Obrero perezoso, soñoliento, aquel que siempre está bostezando, fumando, desperezándose, comiendo y bebiendo un trago de vino, para renovar sus fuerzas siempre perdidas, siempre escasas. 

No sé qué impresión tienes Tú sobre este Ejército de Obreros de tu Mies. Es el Ejército de unos Obreros que no llevan palas, ni taladros en sus duras manos, sino papeles impresos, libros grandes y buenos bolígrafos negros, ordenadores y cálices, micrófonos y altavoces. Y además van revestidos con unos ornamentos de color, bien cortados, hermosos y significativos, que se llaman "Ornamentos Sagrados". 

Finalmente. Nuestros Profetas del Siglo XXI suelen ir en coche.