Me espera un libro

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Por mi trabajo he de caminar mucho cada día. Otros han de rodar con su coche decenas de kilómetros diarios para llegar a su puesto de trabajo. Y regresar a su casa después. Yo siempre experimento la alegría de algo que me espera: Me voy a sentar en un lugar tranquilo. Y desde aquel sillón viejo voy a ver un desfile maravilloso, un desfile de ideas y de personas, un desfile de sucesos y de conflictos, un desfile de alegrías y de penas. Todo eso está ahí, en un estante pequeño, en mi hogar privado, allí donde yo soy yo. Y estoy conmigo mismo. Es un pequeño tesoro. Le hemos llamado Libro. Cada día puedo permanecer varias horas con él. Y él me responde. Reponde a mis inquietudes, a mis preguntas, a mis deseos de conocer y de pensar. Este Libro es un tesoro, un tesoro concentrado, una especie de caja fuerte donde están encerradas, seguras, miles de joyas.  

Está también ahí el Diario de mis preferencias, aquel que no tiene el empaque aristócrata del gran libro, pero se me presenta con los colores y las inquietudes nerviosas de la realidad de cada día. Yo estoy en este gran mundo. Pero el mundo del que tengo experiencia directamente es muy pequeño, reducido y hasta monótono, rutinario. El "Diario" que recibo, el "Diario" que compro en el Kiosko vecino, es para mí, una pantalla de cine siempre movida, siempre ruidosa, siempre cubierta de colores y de realidades.  

Gracias a mi "Diario", llego al Extremo Oriente, donde dimite un Presidente del Gobierno Japonés por cuestiones de corrupción, y llego al extremo del Africa Negra y Blanca don de se van construyendo lentamente, a través de la sangre y de los muertos, los difíciles caminos de la convivencia, de la democracia inter-racial, de las nacionalidades responsables y equilibradas. Mi "Diario" me lleva hasta el Congreso de Diputados, y puedo escuchar, gracias a él, los apasionados discursos de los líderes políticos que se muerden unos a otros. Mi "Diario" es un Libro que cada día se renueva, cada día, se viste de diferentes colores. Es un trozo de Historia. Es un Dia de los largos siglos de la Humanidad. Es una secuencia de esta película que vamos realizando todos. También me espera, cuando regreso de mi trabajo. Y me acoge como un amigo. Y yo le trato así. Porque es un amigo que me habla y me comunica sus confidencias, sus opiniones, a veces sus tergiversaciones y sus mentiras.  

Pero a veces tengo miedo por esos amigos míos escritos, editados en las modernas imprentas informatizadas. Salen veloces de las máquinas, viajan miles de kilómetros para llegar hasta mí. El "Libro", los "Diarios", la "Revistas" pertenecen a la Galaxia Guttemberg, al mundo de lo impreso. Cuando McLuhan escribía sobre esta Galaxia, pensaba en otra imprenta, más primitiva, más elemental, más lenta. Pero escribía para predecir su letargo, su muerte.  

Estamos viviendo en otros tiempos. Y estos tiempos en que vivimos están sellados por la Electrónica, las Telecomunicaciones instantáneas, las Comunicaciones a través del éter, de las ondas hercianas, de los cables y de los Satélites y antenas parabólicas. Y es por todo esto, que mis queridos amigos los libros y los diarios se ven enfrentados a unos enemigos poderosos, destructores, invasores, que se mueven por todas partes. El joven que ahora está creciendo es ya un joven eléctrico cien por cien. Desde su nacimiento ha escuchado ruídos y ha visto imágenes de color en movimiento. Y estos jóvenes eléctricos de ahora parecen llevar una antena sobre su cabeza, sobre su inteligencia, sobre sus sentimientos. Algunos la llevan de verdad, físicamente, por las calles.  

A veces les he visto caminando, solos o con un compañero de colegio, llevando en sus oídos unos pequeños auriculares y escuchando algo, que les llega de lejos. A veces les he preguntado: ¿Radio o Cassette?. Les gusta la música. Les gusta el Rock, y todos los agitados ritmos de la modernidad. Son los hijos de la Electrónica. Seres de la Cultura del Ruido, de los Bailes, de la Actualidad movediza, de la Imagen en color. Ya no podrán cambiar. Crecerán así. Para ellos el Libro, el Diario, la Revista tienen poco que decirles. Ni los ven. Les parecen aburridos, pesados, lentos,  exigen demasiados esfuerzos.  

Una vez me contó un joven casado de unos 30 años padre de un hijo: "Yo he leído un Libro en toda mi vida. Una novela. Porque estuve en el Hospital, sufrí una operación quirúrgica, y pasé unos días de convalecencia en la cama. Durante estos días, en la sala blanca del Hospital, leí la novela, para distraerme. En mi casa, tengo cinco libros, que nunca he podido leer". Esta es una triste realidad.  

El Libro, a veces, me parece un amigo condenado a muerte o a un letargo invernal, esperando la primavera, esperando tiempos mejores. Y estos tiempos mejores pueden llegar sin duda. Porque la Historia no se detiene. Y la inteligencia humana investiga, penetra, va cada día más allá.  

Cuando miro en mi propia casa, veo columnas de libros de todos los tamaños, colores, edades. Modernos y viejos, llenos de figuras o secos. Y están allí, esperando, cubiertos del polvo casero. Son como un ejército petrificado. Una colección de museo que algún día atraerá la curiosidad de algún investigador.  

He visto libros que sirven como soporte del jarrón con un ramo de flores. Los he visto que se usan como pisapapeles. Otros sirven para llenar algún mueble de un piso, recién comprado. Poco iban a pensar Cervantes, Fray Luis de León, Camilo José Cela, Molière que sus importantes obras llegarían a servir como si fueran cuadritos de colorines, comprados en alguna tienda de baraturas, para poner una pincelada de color y de gracia sobre las paredes de un apartamento del 7º piso. Nadie los mira. Pero deben estar allí, para completar el espacio de aquella pared.  

Podríamos recuperar el amor a esos amigos escritos, y darles un soplo de vida, para que ellos a su vez nos entreguen los tesoros que encierran bajo sus tapas. Nos enriqueceremos. Y podremos llevar siempre con nosotros un cacho de historia y de sabiduría.