La sinfonía "Tristeza"

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Durante estas últimas semanas han sucedido muchas cosas. Y cada una de ellas tiene una coloración especial, una nota musical diferente. Del conjunto brota una sinfonía, o, si ustedes lo prefieren, una obra de pintura surrealista, post-moderna, que no se comprende, pero atrae la atención de muchos espectadores. ¿Una obra de arte o una improvisación letal? 

Todos los más inesperados sucesos de resonancias mundiales se han ido mezclando en una forma de putpurri, o de coktail amargo, que a veces parece incitar a la sonrisa y más frecuentemente a las lágrimas y al triste, silencioso, dolor. 

Sería muy larga la lista de lo que ha acontecido en el mundo a lo largo de estos últimos tiempos en todo el mundo, en varios países de los más diversificados continentes, en las ciudades y pueblos menos conocidos, en los mares, en los cielos, en las montañas, en las urnas de los colegios electorales, en las sencillas habitaciones de los hogares familiares, en las aceras donde están esperando clientes las mujeres que se alquilan, en los edificios que tiemblan y se caen, dejando una estela de muertos en sus entrañas de escombros. 

Todos hemos aprendido qué significa y cómo mata una neumonía que se ha llamado “atípica”, “asiática”. Y de la que se ha dejado de hablar no porque haya desaparecido, sino porque otros acontecimientos más atractivos y espeluznantes la han sepultado en una fosa más honda, más profunda, más incalificable. 

Los pueblos, las naciones del Norte y del Sur, del Este y del Oeste se dedican a votar: el pueblo soberano va a ejercer su conciencia de soberanía democrática. Los políticos se ponen en marcha para realizar unas pre-campañas y campañas electorales efectivas, conquistadoras, convincentes, y escuchar los aplausos ardorosos dirigidos hacia los líderes encandilados que pronuncian discurso elocuentes para proponer sus programas y atacar duramente a sus opositores. Y los espectadores, que son los bichitos soberanos, se acercan a las urnas con los documentos correspondientes, los sobres, los nombres y las listas de los elegidos, después de hacer una cola más o menos larga, para depositar en ellas los papeles que expresan sus decisiones. 

Pero luego vienen los escrutinios, los datos, los vencedores y los vencidos, las posibles alianzas, las discusiones, los números, las mayorías absolutas, las relativas. Y los medios de comunicación publican todos estos datos y elucubran sobre ellos. Y los pequeños soberanos de un día se quedan atónitos, porque no saben exactamente qué va a suceder en el futuro. Porque, según lo que se oye, todos han triunfado, y es que probablemente todos han perdido algo. 

Los terremotos han sacudido también varios países. Y hemos visto correr por las calles a los temblorosos habitantes. Y hemos visto temblar a los locutores de la televisión y a los campos verdes. Y hemos visto miles de cadáveres, irreconocibles, sepultados bajo los escombros de unas ciudades que parecen ciudades muertas. Y, para más tristeza, llegan las “réplicas”, que repiten el espectáculo del desastre. Y lo terrible del terremoto es que no respeta las fronteras y empuja sus tragedias a otros países, en donde también la tierra tiembla o tiembla el mar. 

Todo esto es terrible. Pero hay cosas que nos parecen insoportables, tristísimas. Son los casos de violencia doméstica. Un amigo asesina a su mujer. Otro echa a un recién nacido en el contenedor de la basura. Varias mujeres han desaparecido. Hombres han llegado al mundo de los cadáveres no se sabe por qué. 

Lo terroristas están por todas partes, y no conocemos exactamente por qué, y qué es lo que desean conquistar. Y las naciones más poderosas quieren estar atentas, preparadas, en alerta porque el terror puede estallar en el momento menos esperado y en el lugar menos pensado. 

Hemos podido contemplar en las pequeñas pantallas supuestas actuaciones terroristas, simulacros, para que los hombres y las mujeres normales se hallen preparados para repeler la actuación de los que utilizan como única arma el terror. 

Y así podríamos seguir trenzando una corona de espinas que es la que lleva sobre su frente la humanidad actual. 

Pero, a mí me gustaría más, terminar este escrito, como una sinfonía de Beethoven. La llamaría la Sinfonía Desconocida pero Real. Y le pondría un nombre que sonara así: “LA SINFOMÍA DE LA TRISTEZA”. “Escucha, hermano, la Canción de la Tristeza, el canto negro del que en la alegría sueña”.