Lo sublime de las madres

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

NOS ENCONTRAMOS CON LA MADRE. Todos, al llegar a este mundo tan agresivo, nos hemos encontrado con la dulce sonrisa de una madre. De nuestra propia madre. Porque nuestra madre es solamente nuestra. Y es como un monumento a la sensibilidad, a la mirada profunda, comprensiva, amorosa, a la protección siempre atenta, a veces temerosa.  

Yo también me encontré con ella. Y ella se encontró conmigo. Y me acompañó todos los días de mi vida, cuando yo estaba cerca, y sobre todo cuando me hallaba lejos. La compañía de la propia madre es algo universal, que va más allá de las fronteras y de los océanos, aunque ella permanezca siempre en el mismo lugar. 

Nuestra madre hecha de carne y de amor es además la encarnación de María, tu Madre, Jesús de Nazaret. Tú sabes lo que Ella fue para Tí y lo que ha sido, es y sigue siendo para tu Cuerpo Místico, la Iglesia. 

Nosotros en los rostros, en las manos, en el corazón de nuestras madres contemplamos el rostro, las manos, el corazón de María, Madre de Dios, del Hijo de Dios hecho Hombre. 

Cuando yo dirigía una Radio-Emisora en la señorial y tranquila Ciudad de Sucre, en Bolivia, escribía cada día una Carta del Director. Y, en el Día de la Madre, que se celebraba en el Mes de Mayo, escribí la siguiente Carta, que fue repetida en todos los Informativos importantes de aquella fecha. Dice así: 

"PARA TI, MADRE.

 

Permite, Madre, que me ponga de rodillas ante tu dulce imagen.

No me digas que es una idolatría.

Porque tamnbién Jesucristo sintió las alegrías de una Madre buena. Y me comprenderá.

Yo, Madre, me postro ante tí.

Y quiero pedirte perdón de todo lo que hice en mi niñez y en mi juventud.

Tus ojos, Madre, están cubiertos de tristeza... Es una aureola sagrada que ha labrado en tu rostro hermoso el sufrimiento de tantos años.

Tus ojos suaves brillan ahora con las lágrimas vertidas, calladamente, heróicamente, por tu hijo que debía amarte.

Yo te amé siempre, Madre, pero tuve días de olvido y de insensatez.

Mientras tanto, tú sufrías, llorabas y callabas.

El día en que yo nací, tú morías de dolor.

Y cuando todos se alegraban porque había llegado un nuevo hombre al mundo, tú, humilde y buena, estabas enferma y débil.

Luego crecí.

Aprendía una palabra. Una palabra que he repetido muchas veces en los días alegres y en los días angustiosos de mi vida. Y esta palabra que tú misma me enseñaste a pronunciar difícilmente, era la de 'mamá'.

Cuando tú me alimentabas, yo lloraba, con esas lágrimas incompresibles de los niños que sólamente las madres saben descifrar.

Llegué a la adolescencia. Y no me gustaba ya ir contigo. Prefería la soledad o la compañía de mis amigos.

Tú sufrías en casa, mientras yo me divertía en la calle, en el cine o en las fiestas.

Me puse enfermo. Yo recuerdo aquellas veladas largas y aquellas noches infinitas, pasadas en el lecho del dolor, cuando no podía dormir por la fiebre alta. Tú entonces, Madre, estabas junto a mí, sin descansar nunca. Yo recuerdo tu mirada llorosa y preocupada en tu rostro de Dolorosa, iluminado por la luz roja y ténue de la habitación. Tú respiraba al ritmo de mis pulmones, y estabas atenta a cualquier pedido de mis labios resecos. Tú eras el angel guardián de mis días tristes.

Pero, gracias a tus cuidados, recuperé la salud. Y el sol volvió a cubrirme de luz y de alegría. Las sonrisas volvieron a pintar de optimismo mis días.

Crecía. Y me robustecía. Tú me mirabas. Y yo sé que tu corazón de Madre saltaba de gozo en tu pecho, y acariciaba las más hermosas esperanzas.

Entonces sucedió lo que siempre sucede. Cuando fuí mayor, te abandoné. Todos los hijos abandonan a su madre, cuando llegan a lo más prometedor de su vida.

Unos la abandonan y se marchan con otra mujer, su novia primero, y luego su esposa.

Otros dejan a su Madre por Dios.

Todos permiten que su Madre, el ser más querido, pase los últimos años de su vida, en una sagrada soledad.

Tu ancianidad, Madre, será solitaria, pero sagrada. Y yo te puedo asegurar que el corazón de tu hijo estará siempre junto a tí, junto a tu rostro cansado de llorar, junto a tus brazos fatigados por el constante trabajo, junto a tu espíritu afable, dulce y sereno.

Madre, te pido perdón. Tú has sufrido muchas angustias por mi culpa.

Ahora con mis palabras quisiera coronarte de rosas, Madre adorada.

Quisiera ofrecerte mi mejor gratitud.

Acércate.

Permite que acerque mis labios a tu rostro venerable y hermoso. Quiero darte un beso.

Pero no llores. Ya has llorado bastante.

No quiero que este beso de tu hijo se convierta en una nueva espina para Tí.

           TU HIJO"

 

MARíA TU MADRE, NUESTRA MADRE. Esta carta, dirigida a mi madre y a todas las madres, muy bien pudiera ser enviada muy especialmente y con mucha más razón a tu Madre, que también es nuestra. Ella no sufrió al nacer Tú. Ella no sufre ahora. Ella ahora no puede llorar. Pero pudo sufrir mucho durante los años de su maternidad, junto a Tí y a la Iglesia primitiva, la Iglesia de los Apóstoles. Entonces también pudo llorar.  

Desde que por el Mensaje de Gabriel, un Angel, supo que había sido elegida Madre del Salvador, a pesar de su deseo de virginidad, hasta aquel día triste en que los Apóstoles que quedaban en Jerusalén, después de Pentecostés, la vieron morir dulcemente y más tarde desaparecer en el mundo del Espíritu, María fue Madre con todas las consecuencias. Y con todo lo que de heroismo y de bondad la maternidad significa. Además, por su Maternidad, fue el Modelo para todas las madres que tienen hijos. Y por su Virginidad consagrada y milagrosa, ha sido considerada siempre el Ejemplo de las mujeres que han elegido el camino de la Castidad por el Reino de Dios, otra forma superior de Maternidad. 

MARíA Y EVA. Algunos contraponen las figuras de Eva y María. No se pueden comparar. Cuando se acercan sus figuras, cuando se las compara,  el contraste resulta muy violento. Es como acercar la Luz y las Tinieblas. Lo Blanco y lo Negro. Lo Brillante y lo Oscuro. Lo Bello y lo Feo. La Bondad y la Malicia. La Verdad y la Mentira. 

Aquella mujer que puso en marcha este ejército imparable e inagotable que es la Humanidad, ha sido llamada Eva "porque ella fué la madre de todos los vivientes". Pero Dios hasta tuvo que hacerles a ella y a él, "unas túnicas de pieles para vestirlos". Habían sentido vergüenza de su desnudez. Eva y su esposo, Adán, han escrito con sus vidas unas feas, sucias y agitadas páginas del principio de la historia de sus descendientes, los hombres y las mujeres de todos los tiempos y países. 

María fue todo lo contrario. Ya la vió Yahvé en la primera de las caídas, como Presencia de Victoria y de Salvación. Ya la vió a lo lejos, muy lejos, cuando llegara la Plenitud de los Tiempos, como Promesa de Alegría. La vió junto al "Predilecto", el "Amado", el "Elegido", el Mesías o sea el Cristo, el Ungido, Señor del Universo y Centro de la Historia, que se llamaría Jesús de Nazaret. Ella vencería al que parecía haber vencido en los albores del día de la Historia. Ella aplastaría la cabeza de aquel que había tentado y había conseguido la vergüenza de la rebelión de la Libertad contra la Voluntad del Creador. 

Y la pintarán así los grandes pintores: pisando la Serpiente. Como la viera el Barroco Bartolomé Esteban Murillo, el Sevillano de las "Purísimas" que trabajó a mediados del siglo 17. Y así la modelarán de la piedra los maravillosos escultores. Y la tallarán así, haciéndola brotar de la madera, los encantadores artesanos del buril. Y así la tendremos en todas las iglesias y en muchas fachadas de las Catedrales, para que podamos aprender de ella, la Pureza, la Santidad y la Fortaleza, lo que nos arrancara aquella Eva que convirtió el planeta en "un Valle de Lágrimas", donde todos "gemimos y lloramos".

 

MADRES EJEMPLARES. Han aparecido en la historia grandes figuras de madres, que han seguido las huellas de la Tuya. Yo recuerdo con admiración a Santa Mónica, la madre del Obispo Agustín de Hipona. Ella nació y creció bajo el ardoroso Sol del Norte de Africa: Y fué educada como una buena Cristiana. Se casa con Patricio, hombre difícil y pagano, al que la esposa va suavizando con gran paciencia. A los 22 años tiene el primer hijo, Agustín, al que siguieron otro varón y una mujer: Navigio y Perpetua, que también fueron santos. Patricio finalmente se convierte al Cristianismo, y poco después, muere, dejando viuda a su esposa Mónica, todavía joven.  

Ella no piensa más que en Agustín que busca "amar y ser amado", como poeta y artista, y que está estudiando en Cartago. Aquí vive con libertad y a los dieciocho años tiene un hijo, Adeodato. Mónica se siente herida. Agustín estudia, lee a los latinos y a Cicerón, se vuelve un Maniqueo apasionado. Mónica llora y reza por el hereje descarriado, a quien echa de su casa. Agustín regresa a Cartago para enseñar. Mónica le sigue, pero él decide marchar a Roma contra la voluntad de su madre. En Roma comienzan sus dudas. El Maniqueismo no le gusta. Se vuelve Académico. Se siente enfermo. Y decide ir a Milán. La madre le busca en Roma. Pero él se ha ido. En Milán se encuentran de nuevo. Y Agustín, inquieto y desorientado, es presentado por su madre al Obispo, Ambrosio. Así, escuchando a Ambrosio y pensando, Agustín va descubriendo profundamente la luz de la Verdad de Cristo, bajo la mirada y las oraciones de su madre. Agustín con un grupo de sus amigos se prepara para recibir el bautismo. Y son bautizados el 25 de Abril del 387. Mónica ha conseguido el gran sueño de su vida de madre. Y deciden regresar al Africa nativa. Van a Ostia para embarcarse y allí muere Mónica, después de una poética y sincera conversación con su hijo. Todo queda escrito en el impresionante libro de Agustín, "Las Confesiones". Mónica es la clara figura de la Madre Cristiana. Sigue las huellas de María. Acompaña, impertérrita, a su hijo en todas las situaciones. 

Hay también y ha habido siempre en tu Iglesia mujeres que han renunciado al placer sexual de la maternidad y han consagrado su virginidad al servicio de los demás. Muchos hombres y mujeres han recordado con amor a tantas religiosas que han vigilado y acompañado su niñez, su adolescencia y juventud en los años de formación. Son las Religiosas educadoras. Y las Fundadoras de importantes Institutos para la espiritualidad. Y las Místicas. Y las Escritoras.  

Recuerdo a tres Teresas encantadoras. Teresa de Avila, llamada también Teresa de Jesús, de mediados del siglo XVI, que ha sido Maestra, Reformadora, y nos ha dejado libros preciosos que han leído y sentido tantas generaciones de hombres en búsqueda del sentido cristiano de la Vida.  

Y la Teresa del Niño Jesús, llamada también Teresa de Lisieux, que vivió sólo veinticuatro años, a finales del siglo diecinueve, y nos ha regalado lecciones maravillosas de sencillez, de caridad y de impulso misional. Y a pesar de no haber salido nunca de su convento de Carmelitas, ha sido proclamada por el Papa Pio XI "Patrona de las Misiones", junto con el andariego jesuíta Francisco Xavier. Su libro "Historia de un Alma" es una lección. 

Y recuerdo a la Madre Teresa de Calcuta, que se ha convertido en verdadera Líder Social y eficaz organizadora del amor hacia los más marginados de la sociedad, en nuestros tiempos de finales del siglo XX. 

Estas Tres Teresas son figuras emblemáticas de los que es la Maternidad Espiritual de tantas mujeres consagradas. No han tenido hijos que lleven su sangre, pero han engendrado millares y tal vez millones de seguidores que se sienten identificados con sus enseñanzas superiores. Maternidad Sobrenatural. Así se le puede llamar. Estas madres se parecen a la Tuya, María, y siguen la Estela Luminosa que Ella nos ha dejado.

 

MADRES DESVIADAS. No todas las madres se esfuerzan por parecerse a la Tuya. Por desgracia, hay también algunas que se parecen casi exclusivamente a la Eva de las caídas y de la manzana tentadora. Hay algunas que lo son cuando no debían. Y hay otras que no quieren serlo, aunque han realizado todo lo necesario para que sucediera. Es muy fuerte el impulso del placer del cuerpo. Es muy fácil abrir el camino misterioso de las células que, al encontrarse, producen una nueva vida. Y por las calles se encuentran muchas mujeres que se sienten dispuestas para que el camino se abra de par en par. Son las madres por pasión. Por equivocación. Por unas cuantas pesetas o unas pocas caricias. Todas ellas, sin embargo, merecen nuestra comprensión. Y, si es posible, nuestra mano tendida, para ayudarlas a reemprender la marcha normal en el desfile de la vida.

 

MADRES DESORIENTADAS. También hay madres desorientadas, tal vez intelectualmente cerradas, que aprenden de sus hijos. En estos casos se produce una íntima relación educativa que no va de arriba abajo, sino al revés, de abajo hacia arriba: del hijo o de la hija hacia la madre.

 

Este es el aspecto que quiere desarrollar una película de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, intitulada "La Madre", dirigida por Pudovkin en 1926. Todo sucede en tiempos de los zares en 1905. Nilovna tiene un hijo, Pavel, que participa, como proletario, en los movimientos revolucionarios, y un esposo, degradado, que pertenece a una sociedad reaccionaria que lucha contra las huelgas y los sindicatos. Muere el esposo como consecuencia de su alcoholismo. Entonces Nilovna involuntariamente delata a su hijo, Pavel, ante la policía. Pavel es detenido y encarcelado. Los compañeros de Pavel le quieren liberar. Y se lo comunican secretamente. Con motivo de la Fiesta del 1º de Mayo. La madre participa en la manifestación. Pavel puede escaparse de la cárcel, pero es fusilado en las agitaciones de la calle. Su madre, Nilovna, ocupa el lugar de su hijo. Participa en las revueltas. Hasta que muere también ella, pisoteada por los caballos de los soldados. La huelga es sofocada. 

Es una película poética. Parece un canto. Esta historia de la madre conquistada por el entusiasmo de su hijo está tomada de una novela del ruso Máximo Gorkij (1868 - 1936), titulada también "La Madre".

 

EL AMOR ENTRE MADRE E HIJO. Y es que, entre la madre y sus hijos, crece una fuerza unificadora que es el amor. Es como si se fundieran hasta identificarse dos seres. Ella los llevó en su seno nueve meses. Ellos la llevan dentro del corazón toda la vida. Ella al nacer ellos, no los abandona nunca. Ellos la tienen siempre presente, aunque esté lejos, y ella los vigila y los sigue paso a paso, aunque no los pueda ver, porque viven en otro país o se han escapado de casa. No puedo comprender a las madres que los matan antes de nacer. Pero, por desgracia, existen.