Los meteoritos y la vida

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Muchas veces durante los años normales surcan los cielos de noche las llamadas “Estrellas Fugaces”. Las hemos visto decenas de veces. Y nos ha parecido siempre algo hermoso, interesante, pero no problemático. Porque todos sabemos que estas estrellas que corren y dejan como una estela luminosa son  fenómenos normales. Un trozo de materia cósmica que vuela por el espacio llega a la atmósfera terrestre. Y al chocar con ella se incendia, se pulveriza  y cae. Nunca se sabe si se fundió completamente o si se dispersó en una forma de polvo material. Lo vemos y nos quedamos tranquilos. Es algo normal.  

Pero otras veces el fenómeno resulta más estrambótico, como ha sucedido a principios del año 2004. Un fenómeno también de meteoritos ha atraído la atención de las multitudes de varias naciones del mundo. Porque aquello no parecía una estrella fugaz, como tantas otras veces, sino algo más violento, más llamativo. Una bola de material cósmico se vió surcar los cielos, atravesando naciones enteras. Era brillante, grande, dejaba una estela luminosa que parecía, y después de realizar un vuelo de varios miles de kilómetros a una velocidad supersónica, se había partido en varios fragmentos, y seguramente se había estrellado en algún lugar oculto de la tierra. Pero se han buscado sus restos. Y no se han encontrado.  Se han visto algunos pequeños cráteres en lugares ocultos, lejanos de las ciudades y los pueblos, se ha pensado que podrían haber sido causados por los fragmentos del meteorito tan brillante, tan hermoso, tan veloz. Pero no ha sido así.  El fenómeno interesó a los medios de comunicación social durante unos pocos días, y también a las gentes, pero después ha sido olvidado. Y no se escribió más sobre este asunto. Las gentes pensaron en otras cosas de actualidad.  

Me interesa este fenómeno. Hay estrellas fugaces de todos los tamaños y de todos los estilos. Hay estrellas fugaces brillantes, grandes. Hay estrellas fugaces pequeñas. Hay estrellas fugaces que sobrevuelan amplios espacios, naciones enteras o varias naciones. Hay estrellas fugaces, que se queman en un pequeño recorrido, insignificante. Hay estrellas fugaces que vuelan  dejando una bonita, amplia, luminosa estela de luz duradera. Y hay estrellas fugaces invisibles, que no dejan ninguna huella de su paso por el espacio de este mundo transitorio.  

Estos comentados fenómenos me han llevado a pensar en otras estrellas fugaces, que se mueven por los cielos de este planeta tan pequeño que se llama tierra. Me parece que la vida de los hombres y de las mujeres, de todos los seres humanos, se puede comparar al paso de una estrella fugaz. Somos tan fugaces, que a veces no tenemos ni tiempo para pensar, para tener conciencia de que existimos, para irradiar luz. Somos tan fugaces que nuestra vida se cae y se estrella, antes de que nosotros podamos pensar. Y esto no sucede solamente a los pequeños que son frutos prematuros, abortados, y desaparecen a los pocos días, meses o años, sino también a seres maduros, que viven sin pensar, sin irradiar nada, sin influenciar a los demás. Son estrellas tan fugaces que no dejan ni luz, ni estelas, ni polvorientos restos de una personalidad. Lo único claro, evidente es que las estrellas fugaces humanas que surcan el cielo de la existencia, viajan rápidamente. Tan rápidamente que parece que nuestra vida vuela, a velocidades más altas que la velocidad de la luz. Aparecemos, vivimos unos segundos de vuelo, y morimos, para sepultarnos y convertirnos en polvo que otras generaciones pisan sin caer en la cuenta de lo que están pisando.  

Todos nos podemos plantear una pregunta, que tal vez no sepamos cómo contestar. Es la siguiente: “¿Es tu vida una estrella fugaz que causa alguna sensación en los que te rodean?”. También nos podríamos interrogar a nosotros mismos teniendo más en cuenta la realidad: “¿Qué influjo tienes o has tenido en el ambiente social en que se desarrolla o se desarrolló tu vida?”.  

La más bella estrella fugaz de nuestros tiempos no ha dejado nada, ninguna huella, ni siquiera algún recuerdo. Pasó volando, llamó la atención. Y desapareció. Después todos afirman que no dejó ninguna señal de su presencia. Todo ha sido como un film que duró varios segundos. Llegó el FIN. Y todos se fueron a su casa, algo cansados, para dormir un poco más.  

Sin embargo, todos podríamos hacer un esfuerzo, un examen de conciencia, para ver, ante Dios, si estamos aprovechando bien nuestro fugaz vuelo por este mundo, para hacer el bien, según la voluntad y el mensaje de Jesucristo.  

Ojalá podamos presentarnos ante Él, en el día en que nos llame, con un puñado de chispazos que hayan conseguido la iluminación evangélica de algunos, los más posibles.  

Que en este día final, no tengamos que acudir ante Jesucristo, con las manos y la conciencia vacía. Y no tengamos que reconocer nuestra total miseria espiritual. “No hice nada bueno. Perdí el tiempo de mi vuelo por el cielo del universo, que ahora me parece tan pequeño”. Jesucristo, como siempre, nos perdonará. Y nos dirá: “VEN CONMIGO, BENDITO DE MI PADRE. PORQUE TUVE SED Y ME DISTE DE BEBER UN VASO DE AGUA FRESCA”.  

¿Tienes un vaso de agua fresca en tu vida, para dársela a uno que siente sed?. Sonríe, amigo, porque está salvado. No has sido un meteorito inútil. Has sido un meteorito que ha llevado en su seno una gota de la sangre de Cristo, nuestro Salvador.  Tu rápido vuelo no ha sido inútil.