Los hombres inquietos

Autor: Ramón Aguiló sj.

EL MUNDO SIEMRE AGITADO. Yo no sé lo que dirían ahora tus seguidores de los siglos pasados. Hoy he leído una página de San Bruno, el alemán que Te quiso seguir en la soledad y en la austeridad, y que fundó a los Cartujos. Escribía en el siglo XI, y hablaba del "agitado" Mundo.  

No sé qué podría entender él cuando afirmaba la agitación de su pequeño mundo de entonces. No sé qué escribiría ahora, en el siglo XXI, cuando por Tierra, Mar y Aire, se agitan Coches y Trenes, Barcos de todos los calados, y Aviones de todos los tamaños y motores. Todos coinciden en dos cosas: que se agitan, se mueven muy aprisa, y que despiden ruidos penetrantes, a veces insoportables, además de gases tóxicos. Este mundo nuestro está lleno de problemas y riquezas, guerras, conferencias para la paz, hambres, enfermedades, inventos maravillosos e inesperados sucesos violentos. Mi mundo está agitadísimo.

 

LA DIFÍCIL SERENIDAD. Te digo esto para que comprendas lo difícil que nos es ahora la concentración interior para poder orar y encontrarnos en la soledad con tu Padre y Contigo. Tal vez es que nos empeñamos en lo imposible. ¿Me comprendes Tú, Verdad?. 

Me han contado que Tú orabas con mucha frecuencia. Y algo se debía notar exteriormente. Porque tus amigos y Apóstoles, una vez, después de verte orar Te suplicaron que les enseñaras a ellos. Y es que seguramente Te vieron silencioso, aislado, pensativo, inclinado, tal vez de rodillas, o postrado sobre el suelo, en algún bosque o en alguna colina o montaña, junto al mar o cerca del Río. ¿Largo tiempo?. ¿Breve?. No me lo han dicho. Yo necesito verte así, para poderte imitar a mi modo en la soledad, a veces ruidosa, de mi habitación. 

Necesito soledad. Necesito silencio. Necesito apaciguar mis nervios, mis pensamientos y mis sentimientos, para poder hablar con nuestro Padre y Contigo y poder escuchar vuestras palabras, vuestros Mensajes. Pero me cuesta. Muy pronto busco la compañía de alguien, la cercanía del mundo inmenso que se me mete en casa, a través de los medios Electrónicos de Comunicación que son tan ruidosos, tan fascinantes, tan asequibles, tan comprensibles.

 

ORAR EN LA TORMENTA. Tal vez ya nunca los hombres podrán encontrar la paz del silencio en los caminos turbulentos de la propia vida. Pero ¿por qué empeñarme en buscar esa silenciosa majestad, si también puedo encontrarte en la agitación del oleaje marino, como Te encontró Pedro, o en medio de los estruendosos y brillantes rayos de la tormenta en la montaña, como cuando tu Padre se comunicó con Moisés?. 

Yo Te necesito. Y necesito hablarte y escucharte. Y Tú vas a realizar este milagro: el de que yo pueda encontrarte en ese agitadísimo mundo que es el mío. Me bastará con mirar las cosas con esos ojos interiores, sobrenaturales, divinos, que Tú me has dado. Me bastará con escucharte con esos oídos superiores, espirituales, que tu gracia santificante me ha regalado. No dejaré que los tumultos mundanos me turben. Háblame. Te escucharé. 

Yo Te hablo ahora. Es un Domingo. Y desde mi habitación no oigo más que un murmullo lejano. Son largas hileras de coches que van y vienen por la autopista junto al mar: en busca del descanso, van detrás de la diversidad para relajarse y evadirse de su propio ambiente, de su propio trabajo. Las gentes son así. Llevan la inquietud dentro. Y la proyectan hacia afuera.

 

EL CANSANCIO. Quiero contarte que estoy cansado. Me parece que sonríes al decirte esta bagatela, porque todos los hombres y mujeres de este mundo, excepto los más jóvenes, te han dicho lo mismo muchas veces. El cansancio es un sello característico del ser humano. Es el Leit-Motiv de su música y de su canción. Y es que mis fuerzas son limitadas, como son limitados mis ojos y mis oídos. Y mis manos sólo alcanzan objetos que les están cercanos. 

Ahora procuro descansar un poco. Después me sentiré mejor. Y podré ir adelante. Caminar un poco más. Trabajar con más entusiasmo, con más eficacia, mejor.

 

TU CANSANCIO ME ALIENTA. Estoy seguro de que Tú también experimentaste esto tan humano, y que Te sentiste desfallecer. Me han contado que una vez Te sentiste tan agotado, que Te sentaste sin más sobre el brocal de un pozo en Samaria. Y allí fue donde conociste a aquella mujer algo ligera, que nosotros hemos llamado "La Samaritana". El sol brillaría intenso. Tú estabas sudoroso, y sentiste Sed. Y se lo dijiste a la mujer que llevaba un cántaro. Y así entablaste con ella un hermoso diálogo, en el que le descubriste sus pecados, la belleza del agua y la existencia de un agua nueva que da la salvación. 

Te puede parecer extraño. Pero yo me alegro de que Te sintieras cansado en aquella ocasión, y en tantas otras. Esto me demuestra que eras un hombre, como yo, y como cualquiera de mis amigos de esta ciudad y de otras ciudades de la tierra. Y que también sufriste nuestras limitaciones energéticas. No lo tomes a mal. Es que necesito animarme. Tú me animas, con tu grandeza, pero también me animas con tus límites propios de un Hijo del Hombre. Me siento más fuerte y más cristiano, cuando Te veo sudoroso, pidiendo un vaso de agua. Me siento más animoso, cuando me cuentan que lloraste alguna vez, y que, en la Oración del Huerto, antes de tu Pasión, sentiste la Soledad y el Miedo. 

 

NO ME ABANDONES. No me dejes abandonado. Aunque no lo parezca, yo te escucho. Y Te amo. Más de lo que Tú experimentas. No me dejes sufriendo las agitaciones de las cosas y de los seres que me están cerca. Reconozco que no me es nada fácil aislarme un poco. Oir sin escuchar. Escucharte a tí sin oir el ruidoso fluir de las olas de la vida. No me dejes como si fuera ya un coche para chatarra, o un martillo sin asa, o un pincel sin pintura. No me dejes. Porque Contigo yo soy Algo Eterno y Alegre. Sin Tí me transformo en la nada. Sin Tí los hombres somos un montoncito de barro mojado. Como los que se forman tantas veces en las playas o en los campos. Sin Ti somos un veloncito apagado.