Los escombros de la vida

Autor: Ramón Aguiló SJ 

Nuestra vida normal, los que realizamos cada día, tiene, Jesús, algunos momentos de encanto, de alegrías imprevistas, de encuentros contigo en la soledad silenciosa de nuestras celebraciones eucarísticas, de nuestras comuniones, de nuestras plegarias.

 

Pero lo demás que experimentamos cuando caminamos por las calles y las plazas de nuestras ciudades, lo que sentimos leyendo los Diarios impresos, escuchando las Radioemisoras más variadas o contemplando las pequeñas pantallas de las Televisiones, suele ser muchísimas veces un conjunto de sucesos y de extrañas eventualidades que nos ofrecen un largo menú de tristezas.

 

Contemplando las sacudidas de los graves terremotos que de cuando en cuando inesperadamente reparten terror en los habitantes de ciertos lugares del planeta, uno se ve obligado a ver que las casas, los rascacielos, los muros, los techos más perfectos se convierten en pocos segundos en un montón de escombros polvorientos. Es muy triste. Pero no creas que sea algo excepcional. Los terremotos son más frecuentes de lo que la humanidad quisiera. Y ellos no realizan sus destrucciones inteligentemente, sino brutalmente. No respetan a nadie.

 

También los escombros se acumulan en los escenarios de las guerras. Los hombres, las naciones, se matan mutuamente, se hieren con ferocidad. Pero siempre intentan que las guerras sean más destructivas, más sangrientas y mortales, y, por eso, van inventando nuevas armas, más terribles, más rápidas y más capaces de destruir objetivos lejanos.

 

Hay más todavía, Jesús de Nazaret. Las ciudades van aumentando constantemente sus habitantes. Se van creando nuevos edificios, a veces muy altos. Hay que utilizar andamios ruidosos, y máquinas que parecen enormes y ensordecedores bramidos. No puedes dar un paseo por tu ciudad sin encontrarte con enormes camiones que transportan materiales especiales para las construcciones. Siempre hay algunos poderosos ruidos que nos molestan: taladros, depósitos que giran sobre sí mismos para preparar los cementos, etc.

 

Todas estas obras, a pesar de las nuevas tecnologías, exigen un largo tiempo para su realización. Y aun así, a veces ha sucedido la desagradable constatación de que las paredes, los muros, los techos aparecen agrietados.

 

¿Es que los escombros han pasado a ser parte de nuestra modesta, sencilla vida  de ciudadanos desconocidos, seres sin importancia?. Parece que sí. Esta es la respuesta a esta pregunta. .

 

Sin embargo, contemplando un edificio ruinoso que parece un monumento a los escombros, pensé en Ti, Jesús. Porque Tú nos das siempre grandes e importantes lecciones, Y los sucesos de cada día nos las recuerdan, y parece que nos las hicieran presentes, actuales.

 

Tú experimentaste lo que son los escombros. Y tuviste un suceso que también presentaría alguna dificultad, mezclada con la alegría de poder realizar un milagro para curar a un hombre enfermo y de comunicar a todos la gran verdad de tu potestad para perdonar los pecados cometidos por los seres humanos.

 

Mira qué nos han comunicado tus Evangelistas Marcos (Capítulo 2) y Lucas (Capítulo 5). Voy a recordar la versión de Marcos. Dice así: “[Jesús] entró de nuevo en Cafarnaúm. Al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra. Y le vienen a traer a un Paralítico llevado entre cuatro. AL NO PODER PRESENTÁRSELO A CAUSA DE LA MULTITUD, ABRIERON EL TECHO ENCIMA DE DONDE ÉL ESTABA Y, A TRAVÉS DE LA ABERTURA QUE HICIERON, DESCOLGARON LA CAMILLA DONDE YACÍA EL PARALÍTICO”.

 

No sé imaginarme cómo lograron abrir el techo.  Lucas nos da una pista, diciendo que Te llevaban a un paralítico para que le curases. Y añade: “PERO NO ENCONTRANDO POR DÓNDE METERLE, A CAUSA DE LA MULTITUD, SUBIERON AL TERRADO, LE BAJARON CON LA CAMILLA A TRAVÉS DE LAS TEJAS, Y LE PUSIERON EN MEDIO, DELANTE DE JESÚS”.

 

Entonces he comprendido mejor. En todas las hipótesis es necesario admitir que se produjeron unos pocos escombros. Me parece que no te molestarían mucho, porque creo que entre el techo de la sala donde Tú estabas y el terrado, habría un espacio, como una forma de piso intermedio. Y se podría bajar de él para llegar a donde Tú estabas, a través de un escalerita casera. ¿Qué Te parece? ¿Cómo fue en realidad?. Tú lo sabes. Y yo con esto pienso que Tú también tuviste la experiencia de que los escombros son molestos, aunque sean parte de nuestra vida. Y en tu caso, no tuvieran mucha importancia, porque los que llevaban la camilla del paralítico pondrían todo su cuidado, su atención, para no molestarte a Ti, ni a la gente que se agolpaba a tu alrededor.

 

A veces las sacudidas se producen en el amplio ámbito de tu Iglesia Universal. Y, en algunos momentos, nos sentimos tentados a describir la situación actual del catolicismo como unos montones de escombros que se van acumulando en las más variadas regiones del mundo.

 

Tú comparaste la Iglesia que fuiste creando y organizando durante tu Vida terrena, a un gran edificio, construido sobre una Roca firme, y esta Roca quisiste que fuera Simón Bar Yona. Se lo dijiste a él, al elegido, cuando él afirmó que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo: “Yo te digo que tú eres Piedra (Cefas), y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Lo dice San Mateo, el Evangelista.

 

En estas frases dedicadas con tanto amor a tu Apóstol Pedro, Tú comparas a tu Iglesia con un edificio. Y otras veces hablaste de otros edificios, de las casas que se van construyendo. Y creaste una parábola muy hermosa en la cual te refieres a los que construyen su vida sobre arena o sobre roca. Y las casas que se construyen sobre la arena se convierten muy pronto en escombros, porque los huracanes las arrasan.

 

Mira qué duras y claras enseñanzas les diste a las gentes que te escuchaban, como explica el mismo San Mateo: “Así, pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa  sobre roca. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa, PERO ELLA NO CAYÓ, PORQUE ESTABA CIMENTADA SOBRE ROCA. Y todo el que oiga  estas palabras mías  y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron sobre aquella casa Y CAYÓ, Y FUE GRANDE SU RUINA”.  Lucas repite esta parábola, casi con las mismas palabras.

 

Ya ves cómo Tú también hablaste de los escombros. Y los viste acumulados en muchas vidas de hombres y mujeres que no saben organizar sus vidas sobre la imperturbable y firme fuerza roqueña  de tus enseñanzas. Jesús, te suplico que la vida de tu Iglesia y la vida de los seres humanos de toda la tierra y de todos los siglos se mantengan siempre firmes, fieles a Ti y a tu Mensaje, y que no se conviertan en una perjudicial y polvorienta acumulación de escombros.