Los coches del dibujante

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Ya hemos vivido esa gran Semana que todos llamamos "Santa", aun los ateos y los agnósticos. 

Y a mí se me presenta como una gran pregunta, más que como una hermosa realidad espiritual y cristiana. 

El otro día miraba uno de los dibujos a que nos tiene acostumbrados un gran dibujante, pensador y filósofo, Máximo, en uno de los grandes Diarios de España. Ese dibujo representaba, con unos trazos muy sencillos, pero grandemente expresivos, la figura del Hombre, Jesús, llevando, arrastrando su cruz, por el camino. Y le seguían unos cuantos coches, muy hermosos, y también muy estilizados. El dibujo no decía, ni sugería, quién o quiénes podían ir sentados cómodamente en aquellos coches tan expresivos de nuestro confortable mundo que seguían las huellas del Jesús Nazareno hacia su Calvario. 

Aquel dibujo me sacudió con su simplicidad. Me decía muchas cosas. Y todas ellas muy interesantes. Y espero que también se las diga a muchos lectores. 

Nuestra Semana "Santa" se ha convertido en una forma de contradicción colectiva, en la que Jesús va arrastrando su cruz ante unos hombres que contemplan el espectáculo confortablemente sentados en los colchones de sus limusines y turismos, en sus aviones y barcos, en sus casas de campo y hoteles. Y ni siquiera saben aplaudir. 

Yo no voy a juzgar los ritos estrictamente cristianos y litúrgicos con que la Iglesia y las Iglesias recuerdan la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Habría mucho que decir. Y tal vez que revisar y modificar. Pero me parece que todos nosotros deberíamos reflexionar sobre esa Semana llamada "Santa" desde el punto de vista estrictamente sociológico, para no hacernos demasiadas ilusiones sobre su significado, que, en realidad, ya va siendo casi nada más que el de unas Semanas, no semana,, de vacaciones estudiantiles, de viajes caprichosos, de muertos en las carreteras, de dormir, comer y divertirse. 

Los que están en el Centro del País se van hacia la periferia. Los que están en el Norte se van hacia el Sur, los del Sur viajan al Norte, los de aquí van allá y los de allá se trasladan a otro sitio. Y en el camino pierden los nervios, beben, se cansan, y algunas tristes veces mueren atrapados en la chatarra. 

Mientras tanto, Jesús de Nazaret, revestido de diferentes formas artísticas, más o menos hermosas, más o menos sensibleras y artificiales, va arrastrando su cruz ante las miradas llorosas de millones de espectadores cómodamente sentados en sus coches particulares y oficiales. Una procesión muy hermosa, con música, con colorines. El delante a pie.  

Detrás los coches. Él arrastrando la Cruz. Nosotros, consumiendo patatas fritas y wisky, sentados en las poltronas. Y cerca una bandeja con bombones de chocolate al licor, o unos "confites" propios del tiempo, para que sea más llevadero el espectáculo. 

Y al lado, cerca de casa, en las grandes ciudades del mundo, en los tugurios del campo, los Cristos vivos de la humanidad, los desheredados, los marginados, los hambrientos, están muriendo. Aquí, y allá. Y se pelean, a  muerte, por una pequeña bolsa de pan crudo y probablemente duro. 

Mi querido y admirado amigo, Ignacio Ellacuría, decía a propósito de estas cosas, preguntando a la humanidad: "Qué hemos hecho para que estos pueblos estén crucificados? ¿Qué hacemos ante sus cruces? ¿Qué vamos a hacer para bajarlos de la Cruz?". 

Como los dirigentes del pueblo llevaron a Jesús a la Cruz, hace veinte siglos, nosotros, los insensibles hombres que sabemos hablar de los derechos humanos, cuando se trata de los propios, ignoramos los derechos de millones de hombres y niños condenados a muerte por nuestras vidas lujuriosas, nosotros los que vamos sentados en nuestras cómodas limusines metalizadas.