Lo humano de los mendigos

Autor: Ramón Aguiló sj.

Es una experiencia de cada día, de todas las caminatas que realizamos por las calles y plazas de nuestras ciudades, de todos nuestros pueblos y aldeas. Vamos a trabajar. Vamos a comprar algo. Vamos a descansar un rato dando un a nuestros miembros la oportunidad de hacer el deporte más barato y menos complicado, que es el caminar.  

¡Cuánta gente transita!. Es algo enorme. Pensamos que nuestro barrio es el más poblado, pero, caminando, caemos en la cuenta de que hay otras zonas de la ciudad más pobladas, porque vemos más gentes, más peatones, más portadores de bolsas de plástico llenas de cosas que han comprado o que llevan a arreglar.  

Lo cierto es que no podemos estar y vivir encerrados en nuestra propia casa, sentados todo el día en una butaca cómoda y leyendo alguna de las revistas del corazón.  

Pero hay varios encuentros que nos impresionan. Las caminatas están llenas de realidades que hay que saber analizar. Muchas gentes van hablando por el teléfono móvil. Y lo hacen en voz alta y realizando grandes gestos, como si estuvieran en un escenario realizando una gran obra teatral de algún famoso creador. Otras gentes van acompañadas por otras personas. Dialogando. Y van diciendo sus impresiones: “Oyes. Sabes que fuimos el otro día... y la encontramos muy mal. Parece que tiene algo en el corazón. Sí. También nos ha gustado comprar unas zapatillas. Mira aquí hay un escaparate. ¡Qué bonitas zapatillas!”. Algunas personas, más devotas, entran en una iglesia. Quieren rezar unas Ave Marías a la imagen patrona de su ciudad. Los más jóvenes suelen dirigirse hacia un Cine donde se está proyectando un famoso film de un director moderno. Y así pasamos el día, cuando estamos despiertos y no tenemos obligaciones especiales de trabajo.  

Pero muchas veces nos sucede que nos encontramos con un mendigo o una mujer pobre que nos pide algo, sencillamente dinero. Generalmente están sentados sobre el suelo, a la entrada de alguna iglesia, o, caminando se acercan a nosotros, con la mano tendida, o una cestita. Nos miran con unos ojos llorosos. Y nos dicen que tienen varios hijos e hijas y que deben darles algo que comer, o una casa para vivir, aunque sea una casa sencilla. Y muchas gentes se sienten molestos ante tantas peticiones. No les gusta que haya mendigos por las calles o por los rincones, entradas y salidas de los templos y de los cines. Parece que en algunas ocasiones dudan de la veracidad de lo que afirman los mendigos. A veces piensan que son unos mentirosos, y que lo que quieren es vivir sin trabajar.  

Pero la realidad debería ser otra. Los mendigos y las mendigas son hombres y mujeres como nosotros. Tienen derecho a vivir dignamente. Las autoridades, los Parlamentos, los gobernantes, los alcaldes y demás, deberían reflexionar sobre este problema. Y deberían buscarle soluciones dignas. Y duraderas.  

Los problemas de los mendigos son problemas nuestros. Los problemas de los pobres, de los que pasan hambre, de los no tienen una casa, de los que sufren cada día el malestar de las desigualdades, todos estos problemas nos deberían hacer sufrir, darnos a todos nosotros el malestar que sufren ellos y ellas. Este es el aspecto humano de los mendigos. ¿Por qué no nos hacemos amigos de ellos?, ¿Por qué no dialogamos con los sufren tanto?, ¿Por qué no buscamos juntamente con ellos una solución digna, humana a sus problemas?  

Los dirigentes políticos no piensan más que en la libertad de mercado, para que crezca la riqueza nacional. Y esto es lo que les gusta a los empresarios. Los políticos y empresarios piensan que la libertad nos llevará a todos hacia el bienestar económico. Y no tienen en cuenta que los que no poseen  nada no pueden contribuir al crecimiento económico de su nación.  

Los vemos hablar en los medios de comunicación social. Y parecen hombres y mujeres que tienen una gran inteligencia para realizar sumas y restas, multiplicaciones y divisiones, que saben cómo van las Bolsas del Mundo Entero, y si el Euro aumenta o disminuye su valor frente al mágico dólar, pero también parecen hombres y mujeres que no tienen corazón.  

Hace unas semanas leí una noticia que me impresionó. El título era: “JUAN PABLO II Y EL MENDIGO”. Resumo la historia: Un Sacerdote Norteamericano de Nueva York se encontraba en Roma. Y se dirigió hacia una de las Basílicas Romanas para rezar un poco.  Al entrar se encontró con un mendigo que pedía limosna. El Norteamericano se fijó en el rostro del mendigo. Y quedó impresionado. Le conocía: Era un compañero de Seminario que fue ordenado de sacerdote el mismo día que él. Ahora estaba allí mendigando. El visitante se lo dijo, y el mendigo le contó su triste historia: había perdido su fe y su vocación.  

Al día siguiente el sacerdote de New York tenía la oportunidad de asistir a la Misa privada del Papa. Y después de ella pudo conversar brevemente con Juan Pablo II. Le contó lo de su compañero mendigo. Un día después recibió la invitación de cenar con el Papa. Y le contó la historia de su compañero sin fe y sin dinero.  El Papa le pidió que invitara a su amigo a tener una entrevista con él. Y el compañero se lo dijo al mendigo que, al principio, se resistía a ceder a la invitación papal. Por fin aceptó. Se cambió la ropa, se lavó en el hotel del turista, y fue al encuentro con el Papa, juntamente con su compañero. Cenaron juntos. Y después de la cena el Papa pidió al americano que los dejara solos., y pidió al mendigo que le escuchara en confesión.  El mendigo se resistía, pero el Papa insistió. El hombre escuchó finalmente la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchara su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia de Roma había estado mendigando, y le nombró asistente del Párroco de la misma, y encargado muy especialmente de la atención humana a los mendigos.  

Este es un bello ejemplo de humanismo ante los mendigos. Amarlos y solucionarles sus problemas. Se lo pido a los dirigentes, a las gentes de las bases y a mí mismo. En cada mendigo he de encontrar a un amigo.