La unidad que deseaste

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Una de tus Voluntades Testamentarias fue la referente a la Unidad de todos contigo, y a la Unidad de tus Seguidores en una sola Iglesia. Lo que dijiste en las densas horas de tu Ultima Tarde y Noche de Libertad así lo demuestra. Está en Juan, capítulos 12 al 17. Son unas páginas que despiden el aroma de la emoción.

 

SUFRíAS POR EL FUTURO. Parece como si hubieras estado obsesionado y casi aplastado por la previsión de todo lo contrario a lo que Tú deseabas: los humanos no Te harían demasiado caso, y las Iglesias quedarían cortadas e incomunicadas por los Personalismos, los Nacionalismos, las Ambiciones Políticas. Estoy cierto de que Tú en aquellas horas negras, dolientes, contemplabas el horizonte nublado, tormentoso, del futuro. Y Sufrías. Sufrías por tantas cosas. Sufrías por lo que estaba llegando. Pero también sufrías a causa de los tuyos. Esos discípulos tuyos, tan queridos por Tí, han sido tu tortura, tu angustia, tu prevista Pasión.

 

LOS VIÑEDOS DE TU ALDEA. Tú, hombre de campo, de aldea, habías contemplado las duras tareas de los campesinos, tus vecinos, aquellos a quienes conocías por sus nombres, por sus familias, por los hijos e hijas de tu misma edad. Y los habías visto cuidar con tanto esmero aquellos soleados campos de tu tierra cubiertos de viñas. Y seguramente les habías ayudado, y tal vez, habías trabajado  bajo su dirección, para ganarte unas monedas y ayudar a tu Madre en los gastos de la casa. Veías cómo sembraban las vides, siguiendo unos surcos rectos que ponían unas pinceladas de geometría y de estética en los campos bien labrados. Las ibas podando, cuidando cariñosamnente, para que dieran más frutos. Y, después, sin haber caído en la cuenta de cómo había sucedido, las habías contemplado crecidas y verdes, con sus troncos retorcidos, y sus sarmientos extendidos, de los que colgaban, pesados, apetitosos, los racimos de uvas amarillas y negras.  

Llegaba el tiempo de la vendimia y vosotros, los trabajadores, recogíais los frutos, para venderlos y ser comidos por otros, o para pasar al lagar donde serían convertidos en sabrosos vinos. Y había sarmientos secos que estorbaban, y no tenían frutos colgantes, y los arrancabais, y con ellos formabais altos montones que serían quemados bajo el sol ardiente. Y Tú ibas pensando. Y tu imaginación de poeta y de maestro fue construyendo un hermoso y espiritual mensaje que algún día comunicarías a tus amigos embelesados por tanta belleza y profundidad. Querías comunicarles la necesidad ineludible de mantenerse unidos a Tí por el Espíritu de Dios, tu Padre, como El lo quería, para que pudieran todos ser salvados, redimidos, transfigurados y portadores de tus Esencias Absolutas a los que creyeran. Tú ibas construyendo el hermoso Poema de la Verdadera Vid. 

Y así, llegado el día de tu detención definitiva, se lo dijiste, con aquella voz emocionada que iba dictando tu Testamento: "Yo soy la Vid Verdadera, mi Padre es el Labrador". En ese Poema Tú lentamente, armoniosamente, vas tejiendo la doctrina de la Unidad de todos en Tí. Sólamente unidos a tu Personalidad podemos conseguir que nuestra vida sea una vida fecunda, limpia, santa, digna de una humanidad que no vive para su cuerpo y su carne, sino para el mundo de la propia divinización y de la eternidad gloriosa. "Sin Mí no podéis hacer nada", les decías, les repetías a los amigos que ibas a dejar en esta Tierra de sinsabores y penas. El Labrador, que es Tu Padre, nos cuida, nos mima, y nos hace crecer y fructificar, y para ello empuña el cuchillo de la prueba y del dolor, para podarnos, fortalecernos y purificarnos, como se hace con las vides enfermas.

 

NUESTRA UNIóN CONTIGO. Lo que nos importa es mantenernos unidos a Tí, por la Fe y el Amor, porque si nos separamos, morimos, y nos secamos, y nos convertimos en un montón de ramas quebradizas y feas que sólamente sirven para ser quemadas y para consumirse hasta su destrucción. Yo no quiero estar ahí en el rincón de la sequedad y de la muerte. Ayúdame Tú, Cristo, para mantenerme vivo, y estar así contigo entre los Hijos de tu Padre, Dios. 

Tú sabías que aquella poesía de la Unidad no siempre sería una hermosa realidad. Hablaste de que no todos estaban limpios. Sufriste ante la próxima traición de Judas y cuando escuchabas el canto del gallo sobre las negaciones de Pedro. Y, detrás de ellos, en una silenciosa comitiva de pequeños y grandes Traidores y Cobardes, veías a otros muchos que vivirían arrancados de tu tronco, aunque habían sido llamados, escogidos y enviados. Y esta procesión de los mediocres, de los heridos, de los sarmientos humanos muertos, Te llegaba al corazón, y Te hería en lo más hondo de tu Ser. Tú no lo has olvidado porque Te fue muy duro. Pero además porque todavía siguen desfilando esas nuevas y eternas generaciones de los separados, de los que han decidido existir sin Tí. Y éstos, por desgracia, son multitud. Anónimos y desconocidos muchas veces. Pero también los hay cuyos nombres y acciones impropias de tus seguidores, aparecen en los Diarios y son manipulados para escandalizar a los sencillos y pequeños.

 

TU ORACIóN DE SACERDOTE Y LA UNIDAD. Tú, Cristo, en aquel anochecer doloroso, Te pusiste de pie y levantaste tus ojos hacia el Cielo que estaría sereno y claro, y, mientras caminabas buscando el Huerto de los Olivos, fuiste pronunciando la Oración Sacerdotal, aquella oración que brotaba de tu interior conmovido por el presente y por la historia, en la que pedías al Padre el milagroso regalo de la Unidad para todos los que Te seguían y Te seguirían después. 

Cada vez que leo y medito tu Oración, mi mente se convierte en un hervidero de nombres destructores de la Unidad, suplicada por Tí. Mi fantasía vuelve unos siglos atrás, y escucha los gritos de los Judeo-Cristianos y de los Cristianos del Paganismo que disputaban y se despreciaban unos a otros, a causa de las diferentes interpretaciones de la Ley y de tu Mensaje. Y después no puedo evitar seguir los pasos de la historia con los cambios de lengua: arameo, hebreo, griego, latín, lenguas romances, y las otras del norte. Nacionalismos orientales. Rotura del Imperio. Invasiones de los pueblos bárbaros. Herejías. Concilios y anti-concilios. Nacimiento de las modernas Naciones. Eremitas, Emperadores, Frailes, Reyes, Ideologías, Políticas...Todo eso tan humano y tan real convertido en una avalancha destructora de la Unidad que Tú querías. Y sobre las humeantes ruinas aparecieron las iglesias. Y se escribieron libros polémicos y anatemas durísimos. Y se escucharon discursos de los innovadores. Y se sentaron en los cátedras los Jefes Religiosos que se condenaban mutuamente. Y los cristianos divididos hasta se vestían las corazas, montaban a caballo y empuñaban las espadas para perseguir y matar a los cristianos de otras confesiones. 

Tú suplicabas con enorme insistencia al Padre y le decías: "No Te pido sólo por éstos. Te pido también por los que van a creer en Mí mediante su Mensaje: que sean todos Uno, como Tú Padre estás conmigo y Yo contigo; que también ellos estén con nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado". Tú pensabas que la garantía de la Fe del Mundo se encontraba en la Unidad de todos los que debían ser testigos del Mandamiento Nuevo del Amor, cuyo cumplimiento sería la marca, el sello, el leit-motiv de tus Seguidores. Pero no fue así. Tus cristianos no Te han escuchado. Están separados, en grupos, en campamentos diferentes, rodeados de murallas, acechándose mutuamente. Y tirándose dardos venenosos, como si fueran varios ejércitos medievales.

 

LA TRISTEZA DE LA DIVISIóN. Por esto -así lo creo yo- el mundo está tan agitado, tan dividido y tan agresivo. Los países, armados con las armas más destructoras, se lanzan unos contra otros. Y muchas veces lo que les separa es lo que debería unirlos: su Fe Religiosa. La historia está llena de sangre en todas sus páginas. Las Religiones brotan de los nacionalismos y los defienden y fortalecen después. Y así en una espiral suicida y anticristiana luchan unas contra otras, enarbolando tu Nombre sagrado, el Nombre del que quería la Unidad de todos. 

Ahora se habla mucho de Ecumenismo, una actitud que busca el acercamiento de las diferentes Iglesias Cristianas. Pero, desgraciadamente, cada una insiste en los rasgos que les diferencia, en vez de desdibujarlos y olvidarlos para ser más semejantes y conseguir de esta forma la Unidad que Tú quieres. No se entienden. Se critican mutuamente, aunque algunas veces se besan y rezan juntas. Desconfían. Sospechan que la otra iglesia, la de la acera de enfrente, quiere aprovechar el acercamiento, para imponer su dominio. El Papa de Roma ha afirmado que el nuevo siglo, el nuevo milenio, ha de iniciarse bajo el esfuerzo por alcanzar esa unidad tan deseada. Quiere anunciar el abrazo definitivo. Pero sus deseos no han levantado grandes entusiasmos.

Y así el Cristianismo va perdiendo fuerza, los alejados de él son cada vez más, y los que podrían acercarse a él tropiezan con más dificultades, más piedras, más sombras y más dudas. Lo triste es que todo esto ensombrece tu imagen. Es como un velo espeso que cubre tus ojos, tu hermosura, el clamor de tu Voz Mensajera y Salvadora.

 

UNA SúPLICA FERVIENTE. Jesús de Nazaret, haz el milagro, Tú que con tu Cuerpo Vigoroso rompiste el fuerte muro que separaba los pueblos, como proclamó tu querido Apóstol, Pablo de Tarso. No permitas que tus pequeñas iglesias locales, que se han convertido en santuarios de las culturas y de las lenguas, sean cuñas que rompen, en vez de ser manos tendidas y corazones abiertos que unen. Me gustaría que fuera así, aunque veo lo contrario.