Las mujeres y tu iglesia

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Mientras las mujeres han ido ocupando puestos cada vez más importantes en todos los campos de la sociedad, de la política, de las ciencias, de las profesiones, del empresariado, etc., dentro de la Iglesia hemos experimentado una forma de estancamiento. Frecuentemente aparece el tema del posible sacerdocio de las mujeres. Pero el Papa ha sido muy decisivo en este punto, porque ha dicho y afirmado que esto es imposible, y por tanto, no va a llegar. 

Esto no quiere decir que las mujeres no hayan realizado y realicen cada vez con más intensidad trabajos importantes en tu querida comunidad eclesial. Tú, en este asunto, fuiste también claro, y no dejaste ninguna duda. Los “Apóstoles” o sea, los “Enviados”, los que podríamos llamar tus “Embajadores” era todos hombres.

 

MUJERES EN LA HISTORIA DE TU IGLESIA. No sólo te acompañaron a ti, sino que, desde el mismo día de Pentecostés, cuando nació tu iglesia, las mujeres aparecieron en lo que podríamos llamar el trabajo apostólico directo. Hay que leer atentamente las páginas de los Hechos de los Apóstoles y de algunas Cartas que escribieron Pablo y otros de los Once. 

Es curioso, es interesante que el día de Pentecostés, cuando Tú ya habías ido a tu Padre en la Ascensión, los Apóstoles estaban reunidos en un salón, esperando que se cumpliera tu promesa de enviar el Espíritu Santo, el Paráclito, el Defensor. Pero hemos de afirmar que, con ellos, estaban y oraban algunas mujeres. Lo dice el Capítulo 1 de los Hechos: Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo Espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús y de sus parientes”.  

Muchas mujeres que estaban contigo y eran cristianas de primera línea, fueron perseguidas y encarceladas por el furor de Saulo, el que después fue tu Apóstol, Pablo: “Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia. Entraba por las casas, se llevaba por la fuerza a hombres y mujeres, y los metía en la cárcel”. (Hechos. Capítulo 8). 

En aquellos días de evangelización primera y de dura persecución, existieron mujeres cristianas que se han hecho famosas. Por ejemplo, Safira, esposa de Ananías, por su colaboración en el engaño a Pedro y a los Apóstoles (Capítulo 5). La actuación de estos dos, esposo y esposa, no fue nada ejemplar, intentaron engañar a Pedro y Dios los castigó. 

También una mujer famosa fue Lidia, vendedora de púrpura, natural de la ciudad de Tiatira, quien escuchó a Pablo en Filipos y se convirtió al nuevo Camino ella y toda su familia, y recibieron todos el bautismo. Lidia entonces invitó a Pablo y a su acompañante, probablemente, Lucas, a hospedarse en su casa (Hechos. Capítulo 16). 

Pablo, en Atenas, a pesar de la frialdad de los Atenienses, consiguió algunas conversiones: “Entre ellos  Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros con ellos” (Capítulo 17). Pablo, en Corinto, “se encontró con un judío llamado Aquila, originario del Ponto, que acababa de llegar de Italia, y con su mujer Priscila (llamada también Prisca, por haber decretado Claudio que todos los judíos saliesen de Roma. Se unió a ellos, y como era del mismo oficio, se quedó a vivir y a trabajar con ellos. El oficio de ellos era fabricar tiendas” (Capítulo 18). Priscila fue una gran colaboradora con Pablo, como lo testifica él mismo en varias de sus Cartas. 

CONSEJOS DE PABLO. Es verdad que Pablo pide a las mujeres que vayan con cuidado, que no se exhiban, que no hablen demasiado en las reuniones de las Comunidades Cristianas. Así lo repite en su Carta Primera a los Corintios y en varias de sus Cartas posteriores. Sin embargo, en su Carta a Tito, capítulo 2, dice cosas más adaptadas a la mentalidad de nuestros tiempos modernos: “ Tú enseña lo que es conforme a la sana doctrina. Que los ancianos sean sobrios, dignos, sensatos, sanos en la fe, en la caridad, en la paciencia, en el sufrimiento. Que las ancianas sean en su porte cual conviene a los santos: no calumniadoras, ni esclavas de mucho vino, maestras del bien, para que enseñen a las jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus hijos, a ser sensatas, castas, hacendosas, bondadosas, sumisas a sus maridos, para que no sea injuriada la Palabra de Dios”. 

Es claro que en tu iglesia, ya desde el principio, hubo mujeres ocupadas en los trabajos de las comunidades cristianas de después de Pentecostés. Hasta que se ha llegado a hablar de “Diaconisas”. Pablo en su Carta a los Romanos, capítulo 16, cuando a punto ya de despedirse, hace algunas recomendaciones y da varios avisos, escribe: “Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, Diaconisa de la iglesia de Cencreas. Recibidla en el Señor de una manera digna de los santos, y asistidla en cualquier cosa que necesite de vosotros, pues ella ha sido Protectora de muchos, incluso de mí mismo”. Febe, diaconisa, sin duda era la portadora de la Carta del Apóstol. Pablo la llama así, Diaconisa, y tiene un gran concepto de su comportamiento como tal y como cristiana”. Naturalmente deberíamos estudiar en qué sentido usa Pablo el término de Diaconisa. 

A través de los siglos cristianos han ido apareciendo mujeres extraordinarias. En la primitiva iglesia hubo muchas mujeres que dieron su vida por defender su fe, su virginidad. Y también brotaron mujeres cuyos nombres están subrayados en las páginas más bellas de la historia de tu iglesia. Algunos ejemplos: Mónica, madre de San Agustín, Escolástica de Nursia, Clara de Asís. Las tres Teresas: Teresa de Jesús de Avila, Teresa del Niño Jesús de Lisieux, Teresa de Calcuta que trabajó por los pobres y marginados. Son centenares de miles en todo el mundo las mujeres consagradas a Dios, que siguen las líneas trazadas por sus fundadoras iluminadas.

 

LA PRESENCIA DE UNA GRAN MUJER. Pero sobre todas las mujeres y siempre, tenemos que recordar, y recordamos con cariño y alegría, una gran presencia: la de tu Madre, María. Madre también de tu iglesia universal, corredentora, omnipotencia suplicante, siempre Virgen, Madre de Dios y Madre de todos nosotros. 

Esto significa la preeminencia femenina entre todos los que te han seguido con la máxima fidelidad posible. Aunque no hubiera habido ninguna otra mujer en tu historia y en tu misión salvadora, y en la historia de la iglesia, la sola figura de María debería hacer callar a todos los que afirman el “machismo” exagerado de tu mensaje y de tu comunidad mundial. 

En todas las naciones, en todos los montes importantes, en todos los pueblos, en los valles, en los rincones menos cualificados, María de Nazaret, tu Madre, tiene un Santuario o una imagen o un altar. Su imagen está en todas las casas y pisos, donde habitan los buenos católicos-cristianos. Y muchas, muchísimas veces, su medallita de oro o de plata, brilla sobre el pecho de los seres humanos de todas las edades y de todas las razas, que la aman y creen en su protección y se la suplican fervorosamente. Porque ella es tu Madre, la Madre de Dios, que es el puesto más alto a que podía aspirar una mujer, si este puesto hubiera podido ser deseado. No hay otro más excelso.