La riqueza de los bosques

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

 

Durante el verano caliente, es muy frecuente que se produzcan incendios en los sitios menos esperados. Generalmente esto sucede en las montañas y concretamente en sus laderas.

Todos no encontramos aterrorizados por esta realidad. Entonces se habla de los pirómanos. Se habla de las colillas. Se habla de los descuidos de las gentes que se pasean por los montes para divertirse en los días de vacaciones y de calor. 

En algunos pueblos del mundo se celebra EL DÍA DEL ÁRBOL. En otros sitios no es solamente un día, sino toda una semana. Porque todos hemos de mantener nuestra conciencia de que así como nos respetamos unos a otros, respetamos a los animales domésticos, hemos de respetar también a la vegetación que nos rodea. Nuestro entorno vegetal es portador de una vida, aunque no sea tan complicada como la vida de los animales.

Yo calificaría de enfermedad la llamada piromanía. Es una enfermedad que padecen los llamados pirómanos. Son personas que provocan incendios a sabiendas de las terribles consecuencias de su hecho. Deberían ser controlados. Y se debería buscar una curación. Todas las enfermedades menos algunas pocas, son curables.

Nosotros deberíamos procurar realizar, si tenemos posibilidad de hacerlo, lo contrario de los incendios. Es decir, respetar y cuidar los árboles que nos pertenecen o que fortuitamente encontramos.

Y también, si nos es posible, deberíamos sembrar árboles, los más que podamos, los que nos permitan nuestras posibilidades económicas y sociales.

Tal vez el problema estaría en la dificultad que conlleva el hecho de plantar árboles. ¿Tenemos una porción de tierra que sea de nuestra propiedad? ¿Qué árboles podemos plantar? ¿Nos parece importante este hecho tan sencillo como es dar un espacio para que pueda desarrollarse una vida vegetal?

Dedica un espacio de tu vida a cuidar los árboles. Los tenemos en todas partes. Porque también están en las ciudades, en los pueblos, en las avenidas, en las calles. Son un adorno maravilloso. Y cuando experimentamos el calor asfixiante del verano, buscamos sus sombras. Y sentimos las caricias de los aires que se mueven, y que nos refrescan, como si fueran un espontáneo y natural abanico.

Los pronósticos son negativos. 

Cada año se queman, se talan árboles. Se convierten en maderas que sirven para crear estanterías, andamios, ventanas, persianas.

Y nuestro mundo, que se ha vuelto pequeño por las conquistas científicas y tecnológicas, se va deshaciendo. Parece como si al mar se le quitase cada día unos cuantos bidones de agua.

Yo no puedo imaginarme un futuro planeta feo, asqueroso, semivivo, coleando, moribundo o como si fuera un cadáver que se mueve y se pasea. Yo no puedo imaginármela así, a nuestra tierra tan llena de capacidades. Yo quiero pensar que los hombres y mujeres que ahora plantan árboles, sabremos respetarlos siempre, toda nuestra vida y enseñárselo así a los niños y a los jóvenes. El mundo sería cada vez más hermoso.

Pero no nos conformemos con tener un futuro alegre y encantador. Esforcémonos todos ahora. Seamos hombres y mujeres que admiran los bosques, quedan extasiados cuando escuchan sus murmullos que parecen una canción. 

El Bosque es un hermano de la gran ciudad. Es como una habitación con aire acondicionado. Es como un jardín que nos rodea de belleza. Es como un coro sinfónico que nos canta un hermoso canto. Es como un cuadro pintado por un gran Pintor. Respetémosle siempre.