La pesadilla de los impuestos

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

LLEGó EL TIEMPO DE PAGAR. Jesucristo, las gentes de todas las naciones están pagando los impuestos al Estado Central, a las Comunidades Autónomas, a los propios Municipios. Y nosotros no somos un caso especial. Así en todas partes. Hay diversos tipos de impuestos. Está el IVA. Está el IRPF. Y no sé cuántos más. Total que te compras unos zapatos, y pagas impuestos. Compras unas camisas, y  pagas impuestos. Gasolina para el coche. Luz Eléctrica. Teléfono. Siempre a pagar. Todo es más caro a causa de los impuestos. Y es que los gastos del Estado, de las Comunidades, de los Municipios son infinitos: Todos se calcula en billones y en miles de millones. Y además siempre se termina la gestión económica con números rojos, es decir, con deudas. Se ha gastado más de lo que se tenía. Pero a veces no es así. Entonces se da el caso del déficit CERO. 

No puedes imaginarte la que se arma cada año en las diferentes naciones del mundo por causa de los impuestos. Es una verdadera tortura económica y psíquica. Hay que rellenar unos impresos más o menos complicados, hay que repasar todas las cuentas del año, sacar los resultados finales, y entonces el ciudadano, cargado de billetes de banco, de cheques, o de órdenes bancarias, ha de dirigirse a las oficinas de hacienda o a la sucursal de su propio banco, ponerse en la cola correspondiente, y finalmente pagar lo que le toca. Y a veces puede ser mucho. Según el capital que tiene, los negocios que ha realizado y según todas aquellas, a veces muy oscuras, formas que utilizan los hombres para acrecentar sus riquezas. Todo eso suele poner nerviosas a las gentes del país. Ya Te lo imaginas.

 

MATEO EL ESPECIALISTA EN IMPUESTOS. Me ha parecido curioso que, en tu Gobierno de Coalición, formado por tus doce Apóstoles hayas incluido a un especialista en Finanzas y concretamente en Hacienda e Impuestos. Le llamamos ahora Mateo, pero algunos le llaman Leví de Alfeo. Tú le viste en la oficina, donde se cobraba alguno de los impuestos de aquel tiempo. Estaba sentado junto un mostrador. Debería ser algo muy semejante al kiosko que había en la Plaza de España de Palma de Mallorca, cerca de las estaciones del tren, en el que había unos empleados dedicados cobrar los arbitrios municipales a las gentes que traían productos agrícolas o ganaderos desde los pueblos de la Isla.  

Mateo tal vez sería el director de un pequeño grupo de empleados. Estaría sentado ahí, protegido suficientemente para evitar que algun ladrón o atracador pudiera llegar a los dineros recaudados. Mateo podría ser lo que ahora llamaríamos un "funcionario fiscal", pero también podría ser un "Concesionario" o un "Pequeño Empresario" de una Empresa Privada. Lo cierto es que Te pareció una persona buena. Y le llamaste. Y entonces él abandonó su cargo, lo dejó todo, se despidió de sus colaboradores. Y Te siguió.   

Te gustó Mateo, pero no suele suceder así entre las gentes que deben pagar. Los ciudadanos no suelen tragar a los cobradores que  son vistos como seres antipáticos a causa de su oficio. En Israel era considerado un "Publicano", un "chupatintas" diríamos ahora, un pecador, un vendido a los poderes públicos, un enemigo del pueblo, un colaboracionista al servicio de los dominadores extranjeros. Y además estaba siempre rodeado por compañeros de la misma calaña. Algo especial viste en él, Tú que llegas al fondo de las conciencias. Y él no lo pensó mucho. Dijo "Basta de Dineros y de Impuestos. Me voy contigo". Después se convirtió en Evangelista. Un amigo mio pintor lo ha pintado tomando notas en un bloc, cerca de Tí, cuando Tú Te dirigías a las multitudes congregadas en un enorme estadio. Realmente Mateo o Leví narra cosas muy interesantes de tu Vida. Me gusta leerlo. 

Mateo no sería pobre, porque los hombres que trabajan en Hacienda no suelen estar mal, manejan mucho dinero, y, aunque no sea suyo, siempre les produce algun beneficio especial. Demostró su posición social, organizando rápidamente un banquete en tu honor. Que resultó ser una provocación. Mateo estaba rodeado de aquella "Chusma al servicio del Dinero Extranjero". Y Tú, con gusto, tomaste parte en aquel singular banquete, como principal invitado. Sin duda que correría la alegría, el buen humor y mucha simpatía, juntamente con el buen vino, durante aquella comida fraternal. Mateo comenzaba una nueva etapa, la definitiva, de su vida. Dejaba el dinero. Y se ponía al servicio de otra riqueza, de otro tesoro, de otro Señor. 

Y por ello Te criticaron los fundamentalistas, los fanáticos, los hipócritas fariseos y letrados de siempre. Tú no les soportabas, y no Te callaste. Ellos eran los que siempre se sienten los "Justos", los "Sanos", los llamados a dar lecciones a los demás.  

Entonces aprovechaste para dar a ellos y a todos nosotros, una valiosa, diferente, lección con unas palabras que están llenas de ironía y de descalificación. Les dijiste: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos [...]. Porque no he venido a invitar a los justos, sino a los pecadores". Me parece evidente que las palabras "sanos" y "justos" fueron pronunciadas por Tí con una fuerza y una tonalidad muy especiales. Las referías a ellos los que se creían "sanos" y "justos".  

Siguió la fiesta y, cuando terminó, tenías un discípulo más, que, poco más tarde, sería consagrado miembro de tu querido Colegio Apostólico. Seguramente utilizó sus estudios y sus experiencias en el campo de los Impuestos para decir su parecer sobre estos temas monetarios, que se Te plantearon varias veces durante tu vida. Pero no le encargaste los asuntos financieros del grupo. Tal vez él, experimentado y quemado por lo que había visto tantas veces en su "Oficina", no quiso cuidar de este asunto siempre peligroso.

 

Tú PAGASTE LOS IMPUESTOS. Tú pagabas los impuestos. Y seguramente no Te molestaría en absoluto, como nos molesta a todos los demás. No dabas importancia a los denarios, ni a los dracmas, a las "divisas" de aquel tiempo. El dinero no Te interesaba.  

Una vez Te sucedió algo curioso en tu ciudad de Cafarnaún. Llegaron a aquella ciudad ribereña del Mar de Galilea los enviados, especialmente destinados para cobrar a todos el impuesto del Templo. Era un impuesto sagrado, religioso, propio de los israelitas. Los itinerantes empleados no perdían el tiempo. Iban a lo suyo. Querían ser eficaces. Y por ello le preguntan a Pedro si Tú cumplías con tu deber de pagar. Seguramente Pedro se sintió amenazado por las dudas, y no sabría qué contestar. Pero enseguida reaccionó y dijo que Tú pagabas. Ellos le hicieron saber que estaban allí para cobrar. ¿Se encontró Pedro sin dinero, desarmado?. Así parece ser. Porque los hombres se fueron sin recibir el didracma. 

Llegasteis a casa donde Pedro esperaba plantear el espinoso tema de la moneda. Tú Te adelantaste. Le hiciste una pregunta, para hacerle ver que los hijos no están obligados a pagar, sino sólamente "los extraños". Con ello querías decir que Tú no estabas obligado a pagar porque eras el Hijo del Señor del Templo. Pero quisiste evitar por entonces su escándalo, y más en un asunto estrictamente religioso, y así enviaste a Pedro a pescar, porque cogería un pez que llevaría en su boca el estáter necesario para pagar por los dos. Fue un pez rico. Una pesca excepcional para un pescador acostumbrado a trabajar sin éxito. Pedro fue a buscar a los enviados. Y pagó. Tú pagaste. Y pagó Pedro. Ojalá todos los que ahora están obligados a pagar los variados impuestos que los agobian, pudieran recurrir a los peces para encontrar los millones necesarios, y cumplir con sus deberes fiscales. Tal vez en este milagro hay algo más, hay una enseñanza, un mensaje. Y es que trabajando seriamente y de forma incansable, todos podríamos cumplir con nuestras obligaciones monetarias con los poderes públicos. 

Existen muchos gastos inevitables, para que funcionen las estructuras de las diferentes administraciones, para que se proteja y promueva la seguridad de todos, para que se realicen las obras necesarias y exigidas por el Bien Común. Todos debemos contribuir para que sea así. Hemos de pagar. Mucho más, cuando nos lo pide la Iglesia, para su mejor funcionamiento y una buena asistencia de los pobres y marginados. Esta aportación eclesial sería algo parecido al Impuesto del Templo del que nos habló, en esta narración, precisamente el especialista en finanzas de los doce, Mateo o Leví, el único de los cuatro Evangelistas que trata este tema. Yo quisiera que surgieran del mar y de la tierra millones de didracmas, miles de millones de estateres para que todos podamos cumplir con nuestras obligaciones cívicas y religiosas. Ahora se llaman Pesetas, Dólares, Marcos, Yenes... El nombre no importa. Lo que importa es su valor, que se llama valor adquisitivo.

 

DIJISTE QUE HAY QUE PAGAR. Días más tarde Te encontraste con otro intento de los fanáticos fariseos para ponerte en un aprieto. Eran incorregibles. Su actitud agresiva fue intensificándose a medida que pasaban los días y los meses. Querían desprestigiarte. Querían cambiar la actitud del pueblo, y convertirlo en tu enemigo, para que exigiera tu desaparición y tu muerte. También fue a propósito de los impuestos. ¿Hay que pagar o no hay que pagar?. Pero en este caso era más comprometido, porque se trataba del Impuesto que debía pagarse a las autoridades romanas, y por tanto, a las fuerzas militares de ocupación, es decir, a los enemigos invasores, a aquellos que son el símbolo de la opresión extranjera.  

¿Pagar o no pagar?. Si contestas afirmativamente, puedes ser considerado como un traidor a la patria, a Israel, el pueblo elegido de Dios. Si contestas negativamente, eres un hombre peligroso, un subversivo, un enemigo de Roma, un "Celotes" o en términos actuales, un terrorista, y serás perseguido por los romanos, como si fueras un asesino, dispuesto a matar. Pregunta comprometida. La habían pensado bien. Te querían colocar en un terreno resbaladizo. Necesariamente tenías que caer. Y esto es lo que ellos ardientemente deseaban y buscaban. Uno que se proclamaba Mesías convertido en un traidor o en un terrorista peligroso. En cualquier caso perdías.  

Pero Tú supiste qué contestar. Y lo tomaste con gran calma. Pediste una moneda, la moneda con que se pagaba el tributo. Era un denario. La buscaron. Alguno la llevaba encima. Todo fue lento. En tensión. En silencio. Esperaban atentos. Querían ver, constatar cómo reaccionabas. Una moneda extranjera siempre resulta curiosa, interesante, brillante, novedosa. En nuestros tiempos Te hubieran presentado un billete de banco, de cinco mil o de diez mil pesetas, o cincuenta dólares, o alguna de las más conocidas monedas actuales. Y Tú lo extenderías en tus manos, ante las gentes, y señalarías allí una efigie y una inscripción, como en aquel denario romano de tu tiempo. Y preguntarías, recorriendo con tu mirada todos los ojos de los que Te miraban: "¿De quién es esta imagen y esta inscripción?". 

Varias voces se cruzaron y gritaron: "Del César", "Del Emperador".  Y entonces tu sabiduría, tu profundidad, tu visión histórica creó aquella sentencia, que ha sido repetida en todas las lenguas del universo, en todas las naciones, en todos los sistemas políticos: "Pues devolved al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". 

Los que Te habían querido poner en la encrucijada y en la derrota segura eran un grupo de fariseos, mezclados con algunos herodianos. Se sintieron derrotados. Y se marcharon. Desaparecieron. 

Mi amigo el pintor pintó también hermosamente esta escena. El la imaginó en un parque público, cuando Tú estabas sentado en uno de esos bancos de madera que están ahí, para descansar y para dialogar tranquilamente. Te rodean unos cuantos hombres. Tú tienes la moneda de papel sobre tu rodilla, y la miras. Tu respuesta es eterna. Tiene un sentido de actualidad interminable. Por ello, en el fondo del paisaje, se ven las torres del Parlamento de Londres y los Leones del Congreso de los Diputados de Madrid, símbolos bien expresivos del poder político en las Democracias. También en el fondo, están las torres góticas, estiradas, verticales, de una muy hermosa Catedral Católica, que es la de Palma de Mallorca, expresión del poder de Dios a través de tu Cuerpo Místico. La respuesta es: Hay que reconocer los poderes. Cada uno en su sitio. Por encima de todo, el poder infinito de Dios, que es el Poder del Amor.

 

Tú RECHAZAS LA REBELDíA MILITAR. Una cosa queda clara en tu enseñanza. El cristiano, el que Te sigue, no está llamado a ser un soldado armado a las órdenes de un Dios de los Ejércitos, como habían descrito a tu Padre tantas páginas de los libros antiguos de Israel. El cristiano ha sido llamado a crear un mundo de paz a través del respeto mutuo y de la fraternidad de todos. Y este mundo llegará, cuando las mayorías aprendan a dar a cada uno lo suyo: Dios es el Señor de todo. Por tanto todo debe ser devuelto, entregado, consagrado a Dios. Los poderes políticos de la tierra pueden usar todos los medios lícitos para crear un mundo de nacionalidades naturales que sepan convivir en la colaboración. 

A veces encuentro a Cristianos que no están satisfechos con la situación de sus naciones y de sus pueblos. Entonces sienten que su sangre arde. Y se exaltan. Y están dispuestos a la violencia para conseguir la Justicia Social y la Soberanía Comunitaria. Hasta proclaman la violencia, como voluntad de Dios. 

Yo creo que Tú, Jesucristo, has dicho con toda claridad que el camino de la sangre no es el tuyo, no es el que Tú proclamas, sino el camino de la mano tendida y el corazón cercano, el camino de la discusión, del diálogo paciente, largo, hasta el cansancio y, si es preciso, hasta el aburrimiento. Las armas viejas en el desván. Y no deben inventarse armas nuevas. Porque los que matan con las espadas, por la espada morirán.

 

IMPUESTOS JUSTOS. ¿Pagar o no pagar?. La respuesta es: Pagar. Y hay que procurar esforzarse por lograr entre todos, que cada uno pague con justicia lo que justamente le toca pagar. Ni más. Ni menos. Los Legisladores tienen la palabra. Debe ser una palabra justa. Sin embargo, Tú comprendes que a nadie le guste pagar al Fisco. El Fisco parece ser un personaje malévolo, esquinado, socarrón, un poco jorobado y vigilante que ha estado presente en todos los tiempos, también en los tuyos. Y nada digamos de nuestros tiempos, en los que más de la mitad de lo que recibimos, se nos va hacia esas misteriosas e insaciables arcas públicas. No sé cómo son. Ni me las puedo imaginar completamente. Deben ser unos grandes sótanos blindados, con muchas puertas de llaves conocidas solamente por unos pocos, en las cuales se acumulan lingotes de oro y plata, monedas de todos los tamaños, nacionalidades y tiempos y papeles mohosos con firmas famosas. No me gustaría entrar en esos antros de la riqueza.

 

COLABORAR EN PAZ. Yo quiero agradecerte, Jesucristo, tu Mensaje de colaboración y de Paz. Hemos de caminar juntos por el mundo los que somos diferentes, sin odiarnos. Aunque sabemos -Tú también nos lo dijiste- que viniste "a traer la espada, no la paz". Habrá divisiones. Pero Tú no las quieres. Las rechazas. Las detestas. 

Deberíamos ir por ahí diciendo al que encuentro: "Chócala, amigo, Yo soy Ramón. Y tú, ¿cómo te llamas?. Estoy dispuesto a colaborar, aun con mi pobre dinero, en tu felicidad. No me importa que seas un pobre, porque ya no lo serás. No me importa que te llamen 'extranjero', porque para mí, no hay fronteras. No vamos a guerrear por las riquezas de este mundo. Son de todos. Pero cuidado: El Dinero siempre mancha, mancha las manos y las conciencias". 

No hay fronteras para Tí. Estoy aseguro. Un día desaparecerán hasta las Aduanas...Y los aduaneros como Mateo. Libre tránsito internacional, interdepartamental, interurbano.