La libre voz de la Iglesia

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

He escuchado varias veces airadas protestas por lo que han dicho varios dirigentes de la Iglesia sobre la ampliación de las causales del aborto. Y estas protestas provenían sobre todo de mujeres. También de hombres. Y muchas de esas voces iban cargadas con  apasionados acentos anticlericales. 

Me parece que todos los seres humanos, también los católicos, deberíamos realizar un esfuerzo para llevar el tema hacia las serenas regiones de la racionalidad. Sería muy triste que las discusiones de asuntos serios, de temas que pertenecen a la alegre convivencia de todos, pasaran por encima de los años positivos de la transición política, y nos arrastraran a aquellos funestos años de los nacional-catolicismos y de los anti-clericalismos populares. Hemos conquistado la paz, la convivencia, la solidaridad, el respeto mutuo, la libertad de expresión, la separación de Iglesia y Estado. Y no hemos de permitir que todo eso se ponga en peligro en ningún momento, aunque se trate de un tema tan serio como es el derecho a la vida del no-nacido. 

Se puede afirmar este derecho y todo lo que a él se refiere sin que esto suponga una declaración de beligerancia y de guerra contra nadie. 

Debería ser enteramente normal que la Iglesia, los representantes de su Jerarquía, los grupos católicos y los católicos personalmente manifiesten con toda libertad lo que su conciencia les enseña y les pide en asuntos importantes o menos importantes que se refieren a las Leyes de las naciones y a los actos y actuaciones públicas y privadas. 

Como también -y esto deben aceptarlo los católicos y sus dirigentes- debería ser completamente normal que se manifiesten públicamente otras opiniones, creencias y exigencias contrarias a lo que la doctrina católica enseña. 

No es verdad que la cuestión del aborto sea un asunto que pertenece exclusivamente a la voluntad de las mujeres. Porque la vida es algo que es propiedad del que la tiene, y en este caso del no-nacido, y además en la concepción de un ser humano ha intervenido también el hombre. Además el Estado Legislador y Gestor del bien común está obligado a y tiene el derecho de velar por la vida de los demás, especialmente de aquellos que no pueden defenderse de las agresiones contra la vida provenientes de los mismos que se la dieron. La Iglesia por su parte también tiene obligaciones y derechos que se refieren a decir su palabra, serena, afectuosa, positiva, libre, sobre lo que se halla en el mensaje de Dios y de Jesús a la humanidad. Y por tanto, sobre lo que la conciencia católica debería pensar, realizar y evitar. 

Todos los hombres y las mujeres con un poco de sentimiento y de profundidad comprenden casi todo lo que significa la palabra maternidad. Todos los que pensamos con la cabeza y con el corazón sabemos y calibramos todos los riesgos personales que una mujer debe afrontar y afronta desde el momento en que ha concebido un nuevo ser en su seno, un ser que, creciendo en el silencio de la madre, se prepara para nacer y abrir sus pequeños ojos al mundo y a la existencia independiente. Por eso las gentes -hombres y mujeres- suelen amar con tanto y singular afecto a su propia madre, y suelen respetar con tanto miramiento a todas las madres del mundo. 

Cuando la Iglesia y sus representantes hablan sobre un tema así, no tratan de manifestarse como dictadores de las conciencias, sino que intentan ofrecer una palabra serena para ser pensada, por los católicos primeramente, y también -si ellos así lo quieren- por todos los demás que buscan sinceramente el camino de la buena voluntad. 

Los otros, los no creyentes, los que dudan, los agnósticos seguirán sus caminos. Y nosotros les respetaremos, como pedimos que se nos respete. Pero en el campo político, todo esto tiene sus repercusiones inevitables. La moderación de los Partidos Políticos en varios asuntos importantes los vuelve más cercanos a los católicos. Les conviene, por tanto, conocer cuál es la palabra de la Iglesia sobre estos temas que tanta pasión suelen arrastrar. Naturalmente les conviene también a los Partidos que se encuentran en la oposición. No temamos a la Iglesia Libre que hable sobre estos asuntos que no son estrictamente asuntos de la Política de Partido, sino temas de conciencia personal y colectiva.