Importancia de ser elector

Autor: Ramón Aguiló SJ

   

Los corredores de velocidad se colocan en sus sitios, preparados para ganar la carrera. Van a partir apenas suene el disparo de salida. Se acercan las elecciones. Los que quieren ganarlas, se están preparando, y no desaprovechan ninguna buena ocasión para adquirir alguna ventaja.

 

Nosotros, los electores los miramos: Algunos con cierto interés, muy pocos. Otros, los más, con curiosidad. Y unos cuantos, con una cierta ironía. También existe una franja de la sociedad que ni los mira. No les importa la política -dicen. Y "pasan" de ella y de los políticos, de los que suelen tener una idea muy poco positiva.

 

LA VOLUNTAD COLECTIVA.

 

Sin embargo, en una democracia, votar es importante. Y ser elector, por tanto, participa de esa importancia colectiva. Todos con nuestro voto contribuímos a la cristalización de lo que se llama la voluntad social. La libertad del grupo es una suma de las libertades personales. Y la decisión del grupo es una conclusión, una plasmación, de la decisión de los miembros de la colectividad. En realidad, es la determinación de la mayoría que se manifiesta a través de las decisiones de la persona libre.

 

No podemos quejarnos de cómo van las cosas si nosotros renunciamos, con nuestra inhibición, o inercia, a que las cosas vayan bien. Hemos de votar. Y hemos de votar bien, concienzudamente, pensando con la cabeza, más que influenciados por los sentimientos pasajeros de la afectividad. Hemos vista muchas cosas. Hemos visto cómo lo han hecho los que nos han gobernado en la Autonomía y en el Municipio. Saquemos las consecuencias.

 

Hemos oído lo que nos prometen unos y otros. Veamos si son sensatos, veamos si son unos soñadores, o unos palabreros que hablan de lo que no saben. Veamos si son unos oradores engañosos. Veamos si han sabido trabajar por la colectividad dignamente, prudentemente, sin cargarla demasiado con impuestos y obligaciones. Y decidamos así, prudentemente, el color y el sentido de nuestro voto.

 

NO A LOS SOÑADORES Y APROVECHADOS.

 

Los candidatos prometen con mucha facilidad antes de las elecciones. Son como esos productos de la publicidad que sirven para todo, pero en realidad una vez en la propia casa sirven para muy poco. Son como esos detergentes que la publicidad presenta como algo extraordinario, y que después, en el uso, se convierten en grumos semejantes a las piedras.    

 

No podemos fiarnos de las palabras. Todo lo que se promete realizar debe ser pagado. Y, sin caer en el sanchopancismo exagerado, hemos de desconfiar de los que nos prometen demasiado. Grandes proyectos significan grandes gastos. Y los grandes gastos traen consigo fatalmente  los grandes y numerosos impuestos. Si quieres aceras nuevas, tendrás que pagarlas de una forma o de otra.

 

Los políticos soñadores son un desastre para la sociedad. Deberían dedicarse más bien a la creación artística, pintura, novela, poesía. Una pincelada de idealismo va bien para la política, pero, cuando el idealismo es excesivo, se puede llegar a la tensión social y el fracaso, al desequilibrio entre los proyectos y el realismo prudente. Hay que moderar los ideales con una dosis fuerte de pragmatismo. A algunos de esos soñadores que manejan el dinero de los demás como si fuera de paja, habría que darles cada día unos cuantos comprimidos de pragmatismo inteligente, aunque sea astringente.

 

Otro grupo detestable es el de los aprovechados. Aquellos que se han metido a dirigentes y a corredores en las carreras políticas con la finalidad de prosperar económicamente mucho y en el más breve tiempo posible. Que también los hay. Nosotros les hemos de respetar. Ni hemos de ser malpensados. Pero tampoco podemos caer en el defecto de la ingenuidad.

 

Quedan los pocos, los equilibrados. Ellos se merecen nuestro voto. Tal vez nos será difícil dar con los de ese grupo. Pero podemos intentar no equivocarnos. Esta es la grandeza y la pequeñez de la democracia. Todo depende de nuestra intuición. Podemos acertar pero también podemos caer en el vacío, y rompernos la cabeza y la dicha colectiva.