La belleza de pedir perdón

Autor: Ramón Aguiló SJ

   

Siempre he pensado que el gesto humano de pedir perdón a alguien a quien podemos haber ofendido es un gesto hermoso, que tiene sus rasgos de un cierto encanto y que difícilmente contribuye al deterioro de una personalidad. Decir a un ofendido, decir a otra persona tratada injustamente:

"Perdóname, me equivoqué, hice mal" engrandece al que se reconoce culpable.  

En estos últimos tiempos hemos vivido y contemplado varias situaciones en las que los poderes públicos de este algo torturado universo se han postrado humildemente ante los demás para suplicarles una palabra de perdón.  Y han hecho bien. A veces han sido políticos, otras veces los mismos dirigentes de la Iglesia. 

El Papa Juan Pablo II, el Papa Polaco, tan amante de la tradición y tan propenso a conservar lo pasado, no ha tenido dificultad en recordar con sinceridad el caso de Galileo Galilei, para restablecer su buena fama y reconocer que los que le habían condenado por sus ideas cosmológicas se habían equivocado y habían actuado mal. Otros le podían haber sugerido al Papa que pasara de puntillas sobre ese espinoso asunto, sin tocarlo, y tal vez nadie hubiera caído en la cuenta de ello. Pero reconocer los errores tiene su grandeza y su belleza. Juan Pablo lo vió así. Y nosotros le aplaudimos. 

Han sido varios los líderes y gobernantes de Europa que se han puesto de rodillas y han suplicado el perdón para sus pueblos y sus gobernantes por actuaciones pasadas, a veces muy sangrientas, como lo han hecho varios alemanes recordando la persecución de los judíos y el holocausto nazi. Y así, aunque difícilmente se borran las manchas morales y los tristes recuerdos, se obtiene una forma de purificación colectiva y de regeneración nacional. No se puede devolver la vida a los muertos, a los asfixiados en las cámaras de gas, a los fusilados en los campos de concentración. Pero se puede recuperar el equilibrio ante la historia, la conciencia, Dios. 

La Iglesia Católica ha sentido también remordimientos por actuaciones pasadas. Y por ello ha pedido perdón públicamente sobre todo desde el Concilio Vaticano II, y en varias ocasiones. Se ha arrepentido de haber mantenido actitudes represivas con los judíos y sus descendientes, y haber juzgado duramente al pueblo de Israel, como si colectivamente hubiera sido responsable de la muerte violenta e ignominiosa de Jesús. 

En España también se ha hablado repetidamente de que la Iglesia tuvo una parte de responsabilidad en ciertas posiciones extremistas que dieron origen a la guerra civil, y que después crearon el llamado nacional catolicismo con una unión excesiva entre Iglesia y Estado. Y se ha sugerido la petición de un perdón colectivo. 

La Conquista de América, hace cinco siglos, ha sido muy discutida, y sigue siendo discutible, en sus métodos y en sus alcances e imposiciones. Se ha querido ver en ella un motivo de arrepentimiento, a pesar de que sobre este "encontronazo" histórico entre España y los pueblos nativos de América habría mucho que decir y que estudiar. Porque sin duda existieron personalidades, como las de Francisco de Vitoria, Francisco Suárez, Bartolomé de Las Casas, y tantos otros, que serían dignos de grandes alabanzas más que de recriminaciones y vituperios. Muchos miembros activos de la Iglesia han indicado que sería constructivo y justo buscar el perdón por los abusos cometidos y por las imposiciones realizadas allí. 

Es bueno y hermoso y grande pedir perdón por los pecados personales y colectivos  cometidos por grupos o individuos. Lo sabemos muy bien los católicos que tenemos un sacramento tan humano y genial como es el de la Penitencia o Confesión. Equivocarse es humano. Es humano el resbalar. Es humano caer. Entonces hay que rehabilitarse con el perdón. Pero sería mucho mejor evitar los resbalones y las caídas morales. Especialmente los dirigentes de las Instituciones políticas y de los grupos eclesiales deberían pensárselo diez veces todo antes de ofender o de tratar injustamente a los demás. Por lo que toca a la Iglesia, es difícil saber cuántas veces tendrá que pedir perdón todavía por las "equivocaciones" que ahora comete. Sería preferible evitarlas. Y evitarse la Confesión pública que siempre tiene algo de penoso y negativo. 

Siempre que comenzamos un acto importante, recitamos el "Yo Pecador". Los Pueblos, los Gobiernos, los Partidos Políticos, las Iglesias, deberían comenzar nuevas etapas de su historia diciendo también colectivamente y en voz alta: Yo Pecador.