La antorcha y el dolor

Autor: Ramón Aguiló sj.


Se encendió una vez la antorcha Olímpica iluminada por el Dolor Humano. Fue la Antorcha Parolímpica, que recorrió las ciudades y pueblos de unas naciones, llevada por las manos vigorosas de unos hombres y de unas mujeres, que no han querido darse por vencidos ante su propio dolor, ante su propia limitación o disminución.

 

Estoy seguro que todos nosotros experimentamos un gran respeto y un profundo sentimiento de amor hacia esos jóvenes y a veces mayores, que llevan en su propio cuerpo herido las huellas inequívocas del sufrimiento. Ciegos, mudos, sordos, lisiados, por sus propios medios, o gracias a la ayuda de la técnica humana, están ahí sobre la palestra, para demostrar su fuerza, su tesón, su superioridad, y conseguir así las preciadas medallas, los premios al coraje y a los primeros puestos. Fueron aclamados por la multitud expectante, atenta, con simpatía. Y ellos habrán visto realizados sus propios sueños de grandeza y de poder. Todos tributarán unos justos, calurosos, aplausos y aclamaciones, a los hombres y mujeres atletas que llegarán a las metas ambicionadas, conseguidas después de largos meses y años de preparación y esfuerzo. Yo se los tributo desde aquí, con un cariñoso afecto de hermano en el dolor.

 

El Olimpismo internacional es una gran llamada a la solidaridad. Lo ha sido en los Juegos Olímpicos anteriores. Pero lo está siendo especialmente, en esa llamada Parolimpíada.

 

Algunos hablarán de compasión. Pero me parece que no es ése el sentimiento realmente oportuno. Todos los hombres y las mujeres del mundo tenemos nuestras propias limitaciones y minusvalías. Unos las muestran más. Porque son más aparentes, se llevan más en la fachada de la propia vida. Los demás las llevan más en su interior y se las guardan para su propia conciencia y su propio ser. Todos debemos aprender de esos atletas, fuertes, enérgicos, premiados o no, que han tenido y tienen una personalidad inconformista. Saben aceptar su realidad doliente, pero al mismo tiempo saben dominarla, superarla, potenciarla, y convertirla en trampolín para su salto personal hacia arriba.

 

Esos atletas son mucho más que unos seres golpeados por la naturaleza, por la vida o por los accidentes. Son mucho más que unos hombres silenciosos y acostumbrados a aceptar su propio dolor. Son unos seres activos, conquistadores, decididos que se han propuesto crearse una propia personalidad redimida y redentora por el sufrimiento.

 

Y por eso, la humanidad los mira y los admira. Y les aplaude. Y aprende de todos ellos esa lección vigorosa de superación personal y colectiva.

 

Ante una montaña hermosa, cubierta de pinos y de bosques, unos prefieren el llano, dar una vuelta más larga, para llegar al destino. Siguen la "Ley del menor esfuerzo". Otros, en cambio, miran hacia arriba, hacia la cumbre, y comienzan a caminar, a trepar. Se cansan, sudan, pero llegan a la cima, gozan de la belleza del monte, y extienden su mirada por encima del paisaje infinito, cubierto de sol, de colores y de ensueño.

 

Cada día nosotros nos encontramos ante situaciones parecidas. La gran mayoría de seres humanos prefiere la comodidad, quedarse en casa, renunciar a las metas superiores. Algunos son los privilegiados del esfuerzo, y salen de la vulgaridad y de la mediocridad. Si hubiera muchos hombres y mujeres así, el mundo sería más feliz, las cosas estarían mejor, y todo el engranaje social funcionaría con más suavidad y alegría.

 

Me parece que lo ví en un palacio. En los bajos de su interior, leí unas palabras latinas, llenas de sugerencias y de impulsos. Decían:"Citius, Altius, Fortius". Todos sabemos que significan: "Más aprisa, Más alto, Más fuerte". Son una buena expresión de los ideales olímpicos. Y pueden expresar también perfectamente, el ideal de aquellos que -como los atletas Parolímpicos- nunca aceptan la mediocridad y prefieren el dominio de las propias minusvalías para llegar a la medalla de oro del ideal. Lo que, además de ser olímpico, es profundamente cristiano. Un enérgico estímulo para los que somos seguidores de un Hombre Crucificado que venció a la muerte.