La angustia de la traición y la cobardía

Autor: Ramón Aguiló sj.

                                                    

TU IGLESIA ES ATACADA. No Te puedes imaginar las agresiones contra la Iglesia que tenemos que soportar los que deseamos seguirte en estos días de inicio del siglo XXI. Resulta duro, a veces durísimo. Porque como Te amamos, también la amamos a Ella que es tu Cuerpo Místico, aunque muy desgarrado y herido.  

Se la ataca por todos los frentes. Y en todas las naciones. Se discute su capacidad para dar normas morales a una humanidad que ya no cree en ellas. Se la tacha de farisaica e hipócrita, porque es muy exigente con los demás, mientras sus miembros más destacados e importantes se muestran incapaces de cumplir sus obligaciones de pobreza y de castidad, muy especialmente. Durante estos últimos años los sucesores de Pedro, el que Tú elegiste como Roca fundamental del edificio, y aun el Concilio y varios Obispos y Arzobispos han tenido que pedir perdón y disculpas a pueblos concretos, a grupos sociales determinados y hasta a los científicos y a la humanidad, por abusos de autoridad cometidos en años y siglos anteriores. Todo esto ha contribuído a ofrecer un rostro desfigurado de tu Iglesia que debiera haber sido inmaculada, limpia, justa, eminente y exclusivamente cristiana, y nada más. No ha sido así. Te pedimos perdón por ello.  

Constantemente están apareciendo informaciones en Diarios, Revistas, Pantallas de Televisión y Radios, sobre hechos escandalosos de algunos hombres y mujeres que, por su profesión, responsabilidad y trabajo, debieran ser tus Testigos con sus vidas y sus palabras. Se narran graves faltas, generalmente escondidas cuidadosamente, abusos, y también delitos contra las leyes de los Estados, cometidos por estos dirigentes caídos y a veces traidores a sus propios compromisos vitales.  

Todo esto pasa a los Libros que son leídos por millares de personas, escandalizadas ante la triste realidad de nuestras miserias personales. Todo eso, todas nuestras manchas morales, toda esa suciedad interior se proyecta sobre el rostro de la Iglesia, y también sobre tu Persona y tu Recuerdo. En definitiva el que sufre las consecuencias de todo ese río malsano y contagiado eres Tú. Te lo digo sinceramente. Y esto me hace sufrir a mí, como hace sufrir a tantos otros que Te quieren y Te siguen, para intentar encarnar en sí mismos las grandezas de tu Evangelio.  

Yo acabo de leer uno de esos Libros. No me ha gustado. No sé si aduce hechos verdaderos. Pero sé que quiere demostrar con estos datos unas tesis preconcebidas. Y esto lo convierte en un Libro distorsionado, dudoso. Sobre todo me ha molestado que hable mal de Tí, y que Te clasifique como un Sado-masoquista, por haber querido ser perseguido, crucificado y ejecutado como un delincuente y por todo lo que dijiste acerca del sufrimiento. Evidentemente el autor no ha entendido nada de tu enseñanza y de tu estilo oriental, vigoroso, poético, sublimado, ni tampoco ha comprendido la fuerza redentora, transformadora y comunicadora de tu inmersión en lo más doliente de lo que es ser hombre. Un Cristo sin Cruz no sería comprendido ni aceptado por esas multitudes de todos los siglos y naciones que cada día se ven obligadas a arrastrar sus propias torturas y angustias.  

Tus seguidores somos de barro. Y por tanto nuestra vida se rompe con mucha facilidad. Tú lo sabes. Tú nos propusiste un ideal de pensamiento y de elevación personal. Este ideal está por encima de la materia. Despega de este aeropuerto terreno para elevarse sobre las apetencias de lo carnal. A veces volamos. Otras veces caemos sobre el barro y nos ensuciamos. Todos. Los dirigentes y los que estamos en las trincheras. Tú entonces nos buscas. Y con una comprensión infinita nos limpias y nos muestras otra vez el camino que sube. No pierdes la paciencia nunca. Y así vamos revoloteando, como esos pájaros que veo desde mi ventana sobre el Mar y que algunas veces chocan con las paredes y se derrumban sobre el suelo de la calle.  

No puedo contarte las pequeñas traiciones y negaciones de cada día. Son inacabables. Ellas nos convierten en pequeños Judas traidores, o en diminutos Pedros, incapaces de afrontar las exigencias de la verdad. Te traicionamos. Te negamos. Como ellos. Nuestra conciencia nos lo dice con toda claridad.  

Hay otros que se quedan ya caídos de forma definitiva. Como si hubieran perdido las alas de la Fe y del Amor. Tú los debes juzgar. No yo, ni nadie de este mundo. Nosotros siempre los hemos de respetar. Y, si podemos, les hemos de ofrecer una mano abierta, de amigo.

 

TE ARROLLÓ LA COBARDÍA DE OTROS. Tú fuiste arrollado por la traición y la negación de tus amigos en las últimas horas de tu noche, antes de ser arrastrado al Calvario por los soldados romanos. Todos Te fallaron. Estas últimas horas fueron especialmente angustiosas y agotadoras. Me gustaría que Tú me hablaras de lo que sentías y sufrías en aquella larga tarde de tu Ultima Cena con tus amigos. Debió ser espantoso. Porque Tú lo sabías todo. Se nota en lo que vas diciendo. Y sobre todo en la turbación emocionada con que vas hablando. Es terrible.  

Tú estabas pensando en tu Comunidad que debería atravesar los siglos y las fronteras, y experimentas una agitación muy especial al constatar que entre aquellos que deberán realizar esa proeza se encuentran un interesado e hipócrita Traidor, una piedra fundamental arrollada por unas mujeres, y unos cobardes que van a desaparecer en el momento más importante y definitivo de tu Vida. Te sientes solo. Terriblemente solo ante la injusticia, la persecución, la mentira, los tribunales corruptos, los soldados desvergonzados e impúdicos, la corona de espinas, la Cruz, el Calvario. Sólamente tu Madre va a seguir tus titubeantes pasos de delincuente condenado. Sólamente Juan va estar cerca de ella.

 

Judas, el Traidor. La traición de Judas no tiene nombre. Te vendió por unas monedas, muy pocas. Te vendió cuando "era de noche". Sin que nadie se lo pidiera. Sin que nadie tomara la iniciativa. Fue cosa suya. Y yo me pregunto, como se han preguntado todos los que han leído esa historia de la traición, cómo fue posible que un hombre elegido por Tí llegara a lo más negro y detestable de la maldad humana, como es la traición. Todos los pueblos, todos los hombres han considerado y consideran a los traidores como lo peor de lo que puede producir nuestra manchada raza humana.  

Alguna cualidad buena tendría ese hombre Iscariote, cuando decidió seguirte, acompañarte. Alguna cualidad muy excepcional viste en él, cuando Tú le elegiste para que fuera uno de los doce, y estuviera contigo, y fuera, como enviado, a otros para que diera testimonio de tu Presencia y de tu Misión. Y estas cualidades se manifestaron especialmente, cuando su compañía se extendió en el tiempo, y no fue cosa de unos pocos días, o de una volubilidad juvenil. El estaba contigo, quería estar contigo, y Tú apreciabas su decisión, y hasta le confiaste la bolsa de lo poco que la gente Te ofrecía para que pudierais vivir todos.  

¿Sería un político defraudado?. ¿Sería un terrorista disfrazado que esperaba tu acción dura para liberar al Pueblo de Israel de las fuerzas militares de ocupación y así recuperar la soberanía perdida?. Tal vez fue así. Podría ser un nacionalista alocado, emborrachado de grandeza y deseo de venganza que se sentía humillado por aquellos soldados altivos que hablaban otra lengua, tenían otras costumbres y profesaban otra religión, si es que la idolatría puede ser considerada como una religión. Podría ser un israelita que soñaba en un Mesías armado, terror de los enemigos, presencia viva del Dios de los Ejércitos, como algunas veces lo habían descrito los Profetas.  

Todo es posible. Lo cierto es que la decepción que experimentó Judas debió ser muy grande, profunda, conmovedora, para crear en él a un traidor que pasaría a la historia como el desagradable símbolo inequívoco de todas las traiciones.  

¿Tal vez la bolsa que llevaba y guardaba él con unos cuantos denarios, con unas miles de pesetas y dólares, para hablar en el lenguaje de nuestro tiempo, le enloquecieron hasta convertirle en un ladrón traicionero?. Me cuesta pensar esto. Me parece insignificante el valor de lo que podría contener aquella bolsa.  

Por cierto que un pintor de este tiempo y amigo mio, a quien le gustaba pintarte como un personaje para todos los siglos, pintó también una última Cena. Y Tú estás allí transfigurado con el pan y el cáliz en tus manos sobre la mesa, frente a unos Apóstoles arrollados por lo que están viviendo, representando tipos de todas las razas. Uno de ellos es Judas, y en sus manos el pintor ha puesto una hermosa y grande cartera de piel, como las que llevan los ejecutivos de nuestras empresas. El pintor ha tenido una interesante intuición. Y nos ha dejado un importante mensaje: que las grandes y costosas carteras de piel pueden esconder a veces papeles, dineros, documentos, armas, instrumentos del mal, de la corrupción y de las traiciones. No quiero decir con ello que todos los Ejecutivos sean malos.  

Una cosa es cierta para mí que creo conocer un poco tu temperamento y tu personalidad: Si Judas hubiera recapacitado, Te hubiera buscado, y Te hubiera dicho con su actitud, más que con sus palabras: "Lo siento. Me arrepiento. Te pido perdón", no hubiera terminado sus días como los terminó, ahorcado en un árbol, a causa de su desesperación. Tú sabes cómo acabó sus días. Nosotros no podemos ir más allá. Tus palabras, sin embargo, fueron muy duras: "Más le valiera no haber nacido". Y ellas son más significativas porque han sido pronunciadas por un Hombre de Corazón y de Bondad como lo eres Tú.

 

Simón Bar Yona, el Cobarde. El caso de Simón Bar Yona es diferente. Seguramente que un jurado popular le declararía "culpable", reo del delito de irresponsabilidad, de cobardía, de falta en el cumplimiento del deber. Y además reincidente. Porque faltó tres veces. Y además ante las acusaciones de unas mujeres y de unos hombres que no iban armados, ni intentaban ponerle entre la espada y la pared. Pero él reaccionó enseguida. Te seguía desde lejos. Vió tu mirada llena de compasión. Escuchaba el griterío de las gentes, los comentarios de los que pasaban. Los gallos que cantaban. Y esto le hizo recapacitar. Lloró. Y se arrepintió. Buscó la soledad para evitar los peligros. Y esperó que pasara la tormenta.  

La tormenta pasó. Y Tú, resucitado, le has buscado en la soledad. Y no sé qué le dijiste. Lo cierto es que Pedro, restaurado, humilde, estuvo atento a lo que sucedía, siguió en la compañía de tu Madre y de tus Amigos. Y a tus preguntas, llenas de bondad, respondió por tres veces que Te amaba. No quiso contestar atrevidamente, como Te hubiera contestado sin duda unos meses antes cuando era tan impulsivo, que Te amaba más que los demás. Y triste, emocionado, humillado, recordando sus negaciones cobardes, Te dijo aquella frase que yo escucho frecuentemente repetida, por los labios de un amigo mio: "Tú sabes todas las cosas. Tú sabes que Te quiero".

 

LA FUERZA DEL ESPÍRITU SANTO. Y así después, fortalecido e iluminado por el Espíritu Santo el día de la Fiesta Judía de Pentecostés, pudo dirigirse a verdaderas multitudes, sin nuevas cobardías, comenzando así la marcha histórica de tu Iglesia Santa, desde Jerusalén hasta Antioquía y Roma, donde murió crucificado también. Como Tú. Le habías dicho que, cuando fuera mayor, alguien le ceñiría, y le llevaría a donde él no quisiera ir, aludiendo a la forma de su muerte. En Roma se señala todavía el lugar donde, según una tradición, no demostrada, se levantó la cruz: está en la Via Garibaldi, subiendo el Gianicolo, en la Basílica de San Pietro in Montorio, donde se encuentra el Tempietto del Bramante.  

Fue sepultado en el Vaticano. La hermosa y grandiosa Basílica de San Pedro es su mausoleo, construido a través de los siglos sobre su tumba. Han pasado por allí miles de millones de cristianos en peregrinación y de turistas de todas las naciones. Y le han recordado, le han admirado, y han constatado a dónde puede llegar un pescador inculto y cobarde, cuando es guiado, iluminado y fortalecido por tu Verdad y tu Fuerza.

 

TU IGLESIA TRIUNFARÁ. Lo mismo sucederá con tu Iglesia. Débil, pecadora, a veces escandalosa, pero siempre humildemente cristiana y arrepentida. Esta es mi Iglesia. Y Te aseguro que, a pesar de todos los escándalos y de todas las angustias a causa de nuestros pecados, La quiero. No nos dejes. Te necesitamos.