Jesús de Nazaret: el amigo

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

 

Jesús se ha quedado con el nombre más amable, cuando se le llama "Jesús de Nazaret". Se le ve entonces como un hombre como los demás, como un hombre de pueblo, como un trabajador que se gana el sustento con el sudor de su frente y el vigor de sus manos, como un hombre que crece, reza, descansa y vive sumergido en la pequeña vida social de una comunidad aldeana. 

Hay que mirarlo, hay que contemplarlo, hay que escucharlo y saludarlo, y acompañarlo por las estrechas y tortuosas calles del pueblo, y en su propia casa destartalada e incómoda donde se desarrolla su vida juntamente con la de sus padres. Como los demás de su edad. 

Se convierte en un amigo, en un amigo entrañable. 

Como tantos amigos obreros, que he tenido en mi vida. Como esos jóvenes fuertes, normales y sinceros que llenan los talleres y las galerías de las fábricas y de las minas. Como uno de ellos era Jesús de Nazaret. 

Mi vida no puede ser brillante cada día. La mayoría de mis horas se desenvuelve silenciosa, mate, descolorida, grisácea, en el oculto rincón de mi inutilidad. Entonces pueden surgir sentimientos de depresión, de frustración, de desengaño, de desilusión. Uno quisiera más brillo, más estímulo, más repercusión del propio ser en el ambiente social que le rodea. Pero esto no puede ser una experiencia diaria, continua. Alguna vez ha sucedido en mi vida pasada.  

He tenido situaciones estimulantes tanto durante mis estudios y mi formación, como, posteriormente, en Bolivia y Roma. Días hermosos, radiantes, multitudinarios, en los que la propia personalidad se siente colocada ante un reto importante, ante un teatro lleno que te observa, ante una multitud que depende de tus labios y de las frases ardientes que tú mismo vas creando y comunicando. 

Ahora ya no me sucede nada de todo eso. Mis actividades ruedan por un cauce normal, a veces escondido en la oscuridad diaria de millones de hombres que siguen su propio curso, y ante el esplendor exultante de hombres y mujeres que son verdaderas estrellas de la sociedad. 

Yo necesito mirar hacia ese Jesús escondido de Nazaret, hacia ese Jesús que calladamente, espiritualmente, laboriosamente, va creciendo en la gracia y la verdad, preparándose para su misión universal, para los siglos de los siglos, para su predicación del Evangelio, la convocatoria de una Iglesia, la propia muerte en el patíbulo de la cruz, su triunfo de resucitado y su llegada al Padre Dios. Ese es mi Cristo. El Cristo profundo. El Cristo callado. No gritará, ni voceará... 

La caña cascada no la quebrará. El pábilo vacilante no lo apagará.  

Me gusta ese Cristo así. Tan diferente de todos los grandes de la tierra. Tan distante de todas esas estrellas de la pantalla y de los medios. Tan radicalmente opuesto a todos los líderes políticos y sociales de nuestras naciones y de nuestras diplomacias y organismos internacionales.