Hablaste del agua

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

TU CANSANCIO Y TU SED. Ese sol de nuestro cielo crepita a veces, como una hoguera. Y entonces los seres humanos cansados y sudorosos, sufren y echan de menos las suaves temperaturas del otoño y hasta los fríos y las nieves del invierno. Pero, cuando el gélido viento invernal les sugiere la enfermedad de la gripe  o se la comunica, los mayores y los pequeños quisieran retornar a la duros y altos grados de calor. 

Y es que los hombres y las mujeres de este mundo están viviendo siempre la experiencia de la insatisfacción. Siempre tienen algo negativo que decir. 

Sin embargo, hay algo que nos puede tranquilizar. Es el conjunto de tus experiencias humanas. Porque Tú, Hijo de Dios, te encarnaste, te hiciste hombre. Y has pasado por todas las realidades humanas, excepto por el pecado. Tú te has definido muchas veces como “el Hijo del Hombre”, es decir, el “Hombre por antonomasia”, el “representante de toda la humanidad”. 

Tú, Jesucristo, has vivido la humana experiencia del cansancio, además de prácticamente todas las experiencias del dolor,  hasta el agotamiento físico y hasta psicológico.  

Yo recuerdo aquel día en que Tú te sentiste cansado, después de mucho caminar rodeado de tus apóstoles, tus discípulos y multitudes de gentes sencillas que querían verte, escucharte. Aquel día Tú te sentaste así, sin más y sin formalismos, para reposar junto a la frescura húmeda de un pozo en Samaria. 

Tú tenías sed, y llegó una mujer a sacar agua del pozo.  Y le pediste un poco de agua a aquella desconocida para todos nosotros, pero que Tú conocías perfectamente. Dialogaste con ella sobre temas muy interesantes. Y aquella mujer resultó ser una de aquellas que tienen líos con diferentes hombres. Le hablaste del Agua, eso que a ti te interesaba entonces y que interesaba a ella también. Y es que el agua todos los días de nuestra vida parece un juguete que nos divierte y nos agrada sobre todo cuando estamos cansados y sudorosos. Tal vez allí, junto al pozo, comprendiste la enorme cordialidad que contiene un vaso lleno de agua fresca cuando se da sencillamente a un hombre cansado y sediento. 

Ahora en el siglo XXI te darían otra cosa, en vez del agua. El agua ahora se vende embotellada en botellas de plástico, pero casi no la beben más que los enfermos y los niños. Si Tú pidieras algo para quitarte la sed, te ofrecerían una Coca-Cola, o una botellita de piña colada, o mejor aún, una cerveza fresca.

 

EL MENSAJE DEL AGUA. Dar un vaso de agua fresca puede ser una gran atención para con el prójimo, para nuestros hermanos y hermanas sedientos. Pero el agua es mucho más. Y Tú, Jesucristo, has visto muchas sugerencias evangelizadoras en ella.  

Tú hablaste de ella con la mujer del pozo, y le descubriste preciosos misterios que brotaban espontáneamente de lo que Tú le habías pedido. 

Todos sabemos ahora que el agua es muy importante para la vida de las plantas y de los árboles, de las flores y de los vegetales que recubren nuestros campos, nuestros montes, nuestros jardines y parques.  Pero el agua es mucho más importante todavía para los seres vivos que tienen un cuerpo, que respiran, que tienen un sistema sanguíneo, digestivo, y que piensan y quieren, como los hombres y las mujeres. Sin agua no hay vida. Y, cuando el agua no puede encontrar de ningún modo, llega la muerte. 

Pero Tú le dijiste a aquella samaritana atenta que existe un agua maravillosa, extraordinaria, espiritual, relacionada con la transformación del mundo comenzada por ti. Los que te siguen son alimentados con esa agua, y se convierten a su vez en fuentes de una nueva existencia superior, cercana a lo divino. 

Juan, en su Evangelio, capítulo 4, recoge estas palabras tuyas  dichas a la mujer: “”Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna”. Tú después anuncias a la mujer los nuevos tiempos que están llegando, que ella no vivía como Dios quiere y que el Mesías estaba allí, hablando con ella.  Y aquella samaritana, cuyo nombre desconocemos, corrió al pueblo, y se convirtió en una mujer apostólica comunicando tu presencia allí, junto al pozo, la presencia del Mesías esperado. 

Un poco más adelante, Juan, capítulo 7, Nos explica que Tú estabas en Jerusalén e ibas al templo para darte a conocer. Y en un momento emocionante te pusiste a gritar: “Jesús puesto en pie, gritó: ´Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí´. Como dice la escritura: De su seno correrán ríos de agua viva´. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado”. 

Como dice aquel cántico litúrgico del tiempo de Adviento: “Quien tenga sed, que venga; quien lo desee, / que tome el don del agua de la vida”. 

El misterio del agua es polifacético. San Francisco de Asís cantó, en el Cántico de las Criaturas, la casta belleza de la hermana Agua. Y es que el Agua es necesaria para la vida. Es el encanto de la belleza. Es la compañera de todo ser vivo o muerto. 

Es la expresión del Espíritu de Dios. Es el surtidor de la gracia santificante que tiende a comunicarse al mundo del pecado y de la muerte.

 

LAS AGUAS INMENSAS DEL MAR. Desde muchas terrazas, desde ventanas de edificios altos, desde los montes, los seres humanos  pueden contemplar las aguas azules y grises, según los días, de los Mares, de los Lagos, de los Océanos. Y pueden ver cómo las surcan los barcos y trasatlánticos de pasajeros, y otros más pequeños con motores rápidos. Y los barcos de pescadores. Y los petroleros peligrosos.  Otras son barcas que llevan sobre sí las llamaradas impecables, blancas, de sus velas. Todos y todas dejan una estela que parece un camino. 

Y esto nos sugiere que nosotros hemos de saber navegar, tranquilos, expertos, sobre todos los mares de este mundo, a veces tan atormentados, como se muestran los mares en los días de tormenta. Hemos de estar atentos, la mano firme en el timón de nuestras vidas que se deslizan por los mares del mundo, o a veces, jadeantes, saltan.

 

LAS AGUAS RUIDOSAS DE LOS RÍOS. He visto también hermosos y grandes ríos en las más diversas ciudades que he visitado en numerosas naciones del mundo. El Ebro en España, el Tíber en Italia, el Támesis en Gran Bretaña, el Río Grande que se despeña entre las montañas andinas de Bolivia, el Río de la Plata en Argentina, el Amazonas en el Brasil inmenso, el Danubio en varias naciones europeas,  el Río Sena en París. 

Y es que el agua va en busca de los sedientos. Y corre para alcanzarlos, y para comunicarles, con su donación, la fortaleza de la vida, la conservación de la existencia,

 

EL AGUA COMO SÍMBOLO DE LA VIDA INTERIOR. Todos esos caminos acuosos, todos sus murmullos cósmicos, nos hablan de Ti, Jesús de Nazaret, de tu presencia eucarística, de la presencia de tu Espíritu en nuestro interior, en el interior de las multitudes de fieles cristianos en tu gracia.  Esas multitudes divinizadas están navegando como en un inmenso barco por los mares de la existencia hacia un puerto cierto pero desconocido. 

Como decía aquel cántico, que se convirtió en el himno de una parroquia marina: 

“Yo sé de un barco que va por alta mar.

Y en este barco es Jesús el Capitán.

Los marineros que en este barco van

Son hombres redimidos por ese Capitán”... 

Tú fuiste bautizado por el hombre del desierto, Juan, en las aguas tumultuosas de un gran Río, el Jordán. Tú dijiste que todos debemos ser bautizados por el agua y en el Espíritu. Y así lo han hecho todas las generaciones de cristianos. Y la Iglesia nos bendice rociando nuestros cuerpos y nuestros utensilios con unas gotas de agua bendecida. 

Tú has vivido largas horas de tu vida terrena junto a un lago famoso, y surcaste sus aguas en días claros y transparentes, y en noches de tormenta y de vientos huracanados. Tú sabes lo que significa el mar para los hombres. Tú te presentas también ahora caminando  sobre las olas encrespadas. Sin miedo. Tranquilamente.

 

SABER CONTEMPLAR. Danos a todos esa tu fortaleza, esa capacidad para ver las cosas para ver las cosas desde el punto de vista de lo bello, de lo bueno, de lo eterno. 

Con tu presencia hasta las tempestades rumorosas se tornan obras de arte para ser contempladas, escuchadas y estudiadas: los truenos se nos convierten en melodías, y los rayos se nos antojan destellos de unas señales misteriosas que nos gritan un mensaje, el mensaje de Dios, tu Padre. El mensaje que supieron escuchar e interpretar los pueblos más primitivos. 

Esta tarde, cuando nos sentemos en las sillas de algún bar, pediremos sencillamente un vaso de agua fresca. ¿Lo vamos a encontrar? ¿Qué va a pensar de nosotros el camarero?. Y las gentes que estén a nuestro alrededor, ahí cerca de nosotros, ¿qué dirán, qué comentarán?. 

El agua con sus brillos, con sus olas, con sus caminos fluviales, con sus bocanadas de vida, de alegría, de espiritualidad evangélica, nos está sugiriendo muchas cosas inauditas, todavía no comprendidas. Hemos de saber escuchar ese nuevo cántico, que entona, con sus voces maravillosas esa coral de las aguas.