Están peor que nosotros

Autor: Ramón Aguiló sj.


 

Nosotros conocemos nuestros males porque los sufrimos. Sabemos algo de lo que sucede en España.  Y concretamente en Mallorca.  Y muchas veces nos quejamos. Y nuestros quejidos nos parecen normales. Y son, sin duda, un desahogo normal y aun curativo.

 

Lo malo es que tendemos a agrandarlos. Esto es lo que sucede a uno que ha comido un poco más de la cuenta, y experimenta un dolor de cabeza, y una tensión más alta que la normal. Este señor, esta señora, se vuelven a veces insoportables. Y son la causa de los nervios y malos ratos de los que les rodean.

 

Sin embargo, no hay para tanto. El otro día le escuché a uno de esos expertos de los asuntos internacionales que se refería a España, sin ser español, y hablaba desde alguna reunión de Bruselas, una frase que me pareció muy significativa, muy real, y que además no me parecía enteramente nueva; porque hay otros que pensamos lo propio.

 

Decía aquel experto: Si en España los números que se dan sobre los parados y los pobres fueran realmente verdad, habría mucha más inquietud social de la que hay en realidad.

 

Yo añadiría esto mismo, aplicándolo a otros varios países, especialmente los europeos.

 

Estamos mal. Pero no tanto como quisieran expresar nuestras quejas. Y sobre todo, no estamos tan mal como otros. Y nuestras limitaciones y enfermedades económicas no pueden ser razones suficientes para negar nuestra ayuda razonable a los demás que están peor que nosotros.

 

Y los hay. Algunos están más cerca de nosotros y de nuestras inquietudes a causa de la historia común y de nuestra cercanía psicológica. Países como Cuba y otros latinoamericanos y africanos deberían ser objeto de nuestra atención fraternal, colectiva. Sus problemas, más acuciantes que los nuestros, más duros que los nuestros, más extendidos que los nuestros, deberían impulsarnos a la generosidad, una generosidad bien organizada, una generosidad eficaz, una generosidad que llegue a cumplir sus objetivos en la realidad, aunque estos objetivos serán necesariamente modestos.

 

Han surgido entre nosotros, en la parte de "Ponent", varias iniciativas a favor de estos pueblos que llamamos del Tercer Mundo. Creo que vale la pena pensar en ayudarlas. Con tal de que las cosas y las cuentas, los regalos que se entreguen, alimentos, medicinas y otros, se lleven y se transmitan seriamente, con escrupulosa exactitud. Y todo llegue a su meta. Y que nada se quede por el camino.

 

Esta sería, será, una buena obra de solidaridad, de gran valor humano, y de un enorme sentido cristiano.