Eres un Rey excepcional

Autor: Ramón Aguiló SJ

Es difícil imaginarte como un Rey. Porque los humanos tenemos una imagen muy especial de lo que son los reyes por las experiencias que hemos vivido, estamos viviendo, y, muy especialmente, por lo que nos ha conservado y narrado la historia de los siglos pasados. Recuerdo que en la historia del antiguo testamento se narra que el pueblo de Israel era gobernado por jueces. Pero llegó un momento en que los israelitas quisieron ser semejantes en el sistema de gobierno con los pueblos vecinos. Y pidieron un rey al Profeta. Y a pesar de las reticencias y dificultades que preveía, Dios les concedió un Rey. Y así la realeza se estableció en el sistema israelita, comenzando por el gran Rey David.

TÚ ERES REY DEL UNIVERSO.  El Papa Pío XI en el año 1925 instituyó una gran Fiesta como final del año litúrgico. Es la Fiesta de Cristo Rey del Universo. Me parece que es como la cumbre que presenta a tu figura triunfante después de un año en que hemos ido recorriendo con nuestra mente y nuestro corazón las vicisitudes de tu breve vida en este valle de lágrimas. 

Te vemos como Centro de la Historia. Te vemos como Luz del Mundo. Te vemos como Salvador de la Humanidad en pecado. Te vemos como Juez de vivos y muertos. Te vemos como Aquel ser extraordinario que fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de María Virgen, nació en Belén de Judá, tuvo que huir a Egipto, volvió a su tierra para vivir en Nazaret de Galilea, Se presentó ante el pueblo para darle a conocer un Nuevo Camino, la Buena Nueva de la divinización de todos, reunió a unos discípulos a los que llamó Apóstoles, y después fue detenido, juzgado, condenado a muerte, coronado de espinas, crucificado entre delincuentes, sepultado en un sepulcro nuevo, pero no terminó aquí tu vida, tu historia. Porque resucitaste de entre los muertos, organizaste tu iglesia que debía extenderse por todo el universo y por todos los siglos, y te fuiste al Padre gloriosamente, para enviar el Espíritu Santo en el día maravilloso de Pentecostés. 

La presencia de tu Paráclito, Abogado, Defensor, transformó a tus pobres, miedosos e incultos apóstoles, y les dio fuerzas e inteligencia para desparramarse por el mundo del imperio romano, y convertirle en un mundo cristiano, universal, bautizado, el mundo de la fraternidad, de la fe, del amor, de la esperanza y de la paz. 

Así se manifestó tu Reinado, que es un Reinado eterno, porque todo fue creado por Ti y para Ti. Tú eres el Centro exclusivo de todas las cosas. Tú eres el Rey del Universo. 

TU FORMA DE SER REY. Yo recuerdo que, durante tu vida en el pueblo de Israel, alguna vez quisieron proclamarte Rey aquellos que te habían escuchado y habían visto, admirados, tus milagros tan humanos, tan al servicio de los enfermos y de los hambrientos. Se sentían ellos agradecidos. Y, como estaban intranquilos por la ocupación militar de los imperiales y porque esperaban la liberación por la acción brillante de un Mesías, vieron en tí la persona adecuada, para que les solucionara todos los problemas personales y colectivos que se habían acumulado sobre aquella sociedad israelita.  Se sentían amordazados, dominados, y esperaban de ti la liberación. 

Pero, cuando Tú te enteraste de que querían proclamarte Rey, muy tranquilamente, desapareciste. Y te fuiste solo. Seguramente a la montaña, tal vez a orar a tu Padre, a hablar con El largamente, como hiciste tantas veces durante tu vida terrena. Parecía que no querías ser Rey. 

Y es así. Tú no querías ser un Rey como el que imaginaban los israelitas que te admiraban y te escuchaban con tanta constancia, formando multitudes. Te seguían, te acompañaban, querían verte de cerca, porque hablabas con autoridad y proclamando siempre la Verdad. Tú no querías ser un Rey guerrero. No querías ser un Rey poderoso, jefe de grandes ejércitos muy bien armados, uniformados, belicosos, dispuestos siempre a la acción valiente y hasta sangrienta, si era necesario. 

No querías tener duras escuadras de soldados. Como se lo dijiste tranquilamente a Pilato, el procurador, cuando te preguntó si eras Rey. Y Tú le contestaste con una afirmación rotunda: “Sí, soy Rey”. Lo aceptaste entonces, cuando estabas detenido, porque habías sido acusado por los dirigentes y el pueblo reunido, cuando estaba ya cerca la corona de espinas colocada sobre tu frente, cuando se estaban preparando los trapos de púrpura con que te cubrirían los que te iban a azotar, los que se iban a divertir mientras te torturaban. 

Aceptaste que Tú eres un Rey que ibas a dar testimonio de la Verdad. Y todos los que buscaran la Verdad, la encontrarían en ti. 

Yo creo que Tú eres Rey, pero un Rey extraordinario, un Rey muy especial, que no se parece en nada al Rey que imaginan las multitudes cuando escuchan esta palabra expresión de la Soberanía de un pueblo, de una nación. 

TU ERES MÁS, JESÚS DE NAZARET. Tú eres el Maestro de la humanidad que comunicas la Verdad infalible, divina, en una escuela universal donde se lanzan al vuelo tantas teorías, tantas religiones, tantas mentiras. Tú eres nuestro Guía en este mundo de caminos tan diversos y a veces tan divergentes. Tú eres nuestro Salvador en medio de las tempestades que quieren engullirnos y sepultarnos en el mal. Tú eres nuestro Compañero de viaje que cada día nos comunica el Mensaje de su nuevo Camino, sugerido suavemente en a nuestra conciencia personal y colectiva, para que todos y todas te digamos líbremente: Sí, quiero vivir lo que Tú nos enseñas.  Queremos parecernos a Ti. Queremos pertenecer a tu comunidad pacífica, fraternal, la comunidad de los hijos de Dios, sobre la Roca fundamental, Pedro, siempre presente en la historia a través de sus sucesores. 

Tú eres un Rey que ha conquistado el Universo entero solamente por la encarnación de su divinidad, por el sacrificio de su vida, muriendo crucificado entre dos delincuentes, coronado de espinas. Un Rey que fue sepultado en un sepulcro normal. Pero resucitó al tercer día, y regresó al Padre, para que enviara el Espíritu Santo, y así la Iglesia pudiera conquistar el mundo y la historia de los hombres de todas las razas, pueblos, naciones, lenguas, siglos. No hay otro Rey así. Y me alegro porque de este modo no se puede producir ninguna confusión. Eres el único.