¿Encuentros fortuitos?

Autor: Ramón Aguiló SJ

   

Jesús de Nazaret, Tú has eres el Salvador del Universo. Pero el Universo está sujeto a las leyes de la evolución. No es un bólido que está ahí, inmóvil, quieto, como si se encontrara fuera de la ley del cambio. Todo se mueve, todo crece o muere, todo va adquiriendo diferentes formas culturales y hasta religiosas.

 

Yo quisiera hoy recordar contigo algunos aspectos cristianos, positivos, de nuestro querido País Vasco. Los vascos son también hermanos nuestros. Y los recordamos siempre con afecto, con amor. Y con admiración.

 

Hoy quisiera recordar al País Vasco como cuna de Santos... y de Santas. No todo es violento en Euskalerría. Cada año nos llegan de allí varios mensajes de cristianismo y de amor: ahora podemos recordar a dos Santos, un hombre y una mujer, vascos de nacimiento.

 

Cada año  el 31 de Julio, nos reencontrarnos con la fiesta de San Ignacio de Loyola. Y unos días, unos meses después, vamos a escuchar y aplaudir la presencia de una  Santa, que fue canonizada hace pocos años, la Fundadora de las Siervas de Jesús, que fue la primera mujer vasca que ha llegado a la gloria de los altares. Vamos a recordar a los dos.

 

Iñigo López de Loyola fue el último de trece hermanos y hermanas.  Aquel niño llegó al mundo al final del siglo 15, cuando Europa se iba encaminando a los grandes movimientos culturales, sociales y religiosos que dieron acceso a la modernidad. Nació el año 1491 en la Casa-Torre de los Loyola, cerca de Azpeitia (Guipúzcoa), en un ambiente precioso. Todo en el mundo occidental era novedoso y hasta triunfal. El siglo de oro.

 

Las carabelas de Cristóbal Colón habían sido sacudidas por la emoción de los vigías que gritaban “Tierra, Tierra”...Los largos años de la Reconquista de España habían terminado. Granada era de nuevo cristiana. El Cardenal Cisneros iba adquiriendo poder. En Roma era elegido Papa un español, el Papa Borgia, que tomó el nombre de Alejandro VI, una figura turbulenta, pero con un gran sentido humanista. Se creó el Tribunal de la Inquisición y la expulsión de los judíos, y pocos años después la de los moriscos. Los Reyes querían forzar y asegurar la unidad política de España. Y lo consiguieron, por la fuerza y tal vez por una cierta forma de opresión que tiene rasgos de dictadura, aunque es éste un tema que necesitaría una más larga exposición

 

Pero la Iglesia padecía los asedios de los fuertes opositores.  Martín Lutero preparaba la rebelión de las Indulgencias. Enrique VIII quería casarse de nuevo, y estaba naciendo una iglesia separada.

 

En este ambiente de progreso, de la invención de la Imprenta, de las grandes obras del Humanismo creador, iba a vivir Iñigo, un joven educado para ser un caballero, al servicio de los grandes señores de España y del Emperador.  Pero en Pamplona le esperaba un Encuentro Fortuito. Un Encuentro que iba a cambiar su vida. Fortuitamente se encontró cara a cara con Jesús de Nazaret. Una bomba francesa le destrozó la pierna derecha fortuitamente. Cayó él y los franceses  terminaron su conquista.  Los franceses lo llevaron en camilla a su casa y comenzaron las operaciones de los médicos y la larga convalescencia. Iñigo se aburría. Quiso leer novelas, libros de caballería. Pero no los había en casa. Solamente encontraron unas vidas de Santos (el “Flos Sanctorum” de Jacobo de Voragine) y una interesante biografía de tu Historia y de tu Personalidad, Jesucristo, (escrita por el Cartujano). Iñigo de Loyola iba cambiando su mente, sus deseos y su vida. Sería un hombre diferente. Nacía San Ignacio de Loyola, el Fundador y Primer General de la Compañía de Jesús. Entonces tenía treinta años. Quiso ser peregrino, ir a Tierra Santa, para recorrer el país donde Tú habías nacido, trabajado de carpintero, expositor de tu mensaje, a través de la enseñanza, la dura crucifixión y tu bellísima y triunfante resurrección y ascensión gloriosa al Padre. Y  después se dirigió hacia Roma, donde se encontraba la sede de los sucesores de Pedro, el primer Papa, nombrado por Ti personalmente.

 

Lo curioso y lo que yo quisiera ahora subrayar es que este Vasco de Guipúzcoa iba a proyectar su personalidad cristocéntrica sobre el futuro. Y muy especialmente sobre una mujer, también vasca, nacida en Vitoria, el 7 de Septiembre de 1842, María Josefa Sancho de Guerra, que sería la Fundadora del Instituto Siervas de Jesús de la Caridad y que precisamente fue canonizada por el Papa Juan Pablo II, hace pocos años. Las mismas “Siervas de Jesús” afirman que su Fundadora “dejó a la Congregación un espíritu ignaciano fundamentado en la oración, exámenes, ejercicios espirituales, armas que nos deben impulsar a trabajar siempre y en todo con amor y sacrificio, para Gloria de Dios y en bien de nuestros enfermos y hermanos necesitados”. San Ignacio es además Patrono de las Siervas de Jesús, profesas, de votos perpetuos. ¿María Josefa conoció a Ignacio y a su Compañía de Jesús fortuitamente?

 

María Josefa había tenido una educación profundamente cristiana, comenzó su Instituto muy pobremente, en una buhardilla de la calle La Esperanza de Bilbao. Cuatro hermanas vivían y trabajaban con María Josefa para atender a los enfermos y a los más marginados. Así fue creciendo el Instituto desde su fundación el 25 de Julio de 1871.  Cuando ella murió el 20 de Marzo de 1912 ya había fundado 41 casas en España y 1 en Chile. Ahora las Siervas de Jesús están ya en 13 países, a través de 93 casas.

 

María Josefa era una mujer sensible, arrollada por el deseo de servir y ayudar a los enfermos, a los moribundos, a los ancianos y a los niños. Por algo tomó el nombre de “María Josefa del Corazón de Jesús”. Por algo convocó a unos miles de mujeres entusiastas que se llamarían “La Siervas de Jesús de la Caridad”.  La Fundadora y las que la siguieron tomaron como modelo al Hombre de gran Corazón, Jesucristo. Como Ignacio que siempre tuvo claro que su grupo se llamaría “Compañía de Jesús”.

 

Hemos oído hablar de la Santa María Josefa y de ellas, las Siervas de Jesús, porque  hemos podido contemplar la plaza de San Pedro de Roma completamente llena de multitudes que se escucharon las palabras del Papa que la proclamó Santa. Ella era la primera mujer vasca que llegaba a las cumbres de la  canonización. A veces pienso que lo sucedido se debió a otro encuentro fortuito contigo, Jesús. Hay algún resplandor ignaciano en esta figura de mujer fundadora profundamente convencida “de que todo estaba en buenas manos... en las manos de Dios”.