Encontrarte

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Jesucristo, Tú no tienes un buzón con tu nombre en ninguna ciudad del mundo. Pero yo estoy seguro de que estas cartas te llegarán, y que las vas a leer con atención y hasta con una cierta sonrisa en tus labios. Espero que te agrade tener noticias de todos nosotros y mías. Unas serán buenas. Otras irán un poco manchadas con ese lodo tan molesto que hay por ahí. 

 NUESTRAS SOLEDADES. A veces me encuentro muy solitario, muy abandonado, muy incomunicado, como si fuera un pez fuera del agua que intentara vivir solamente remojado por la lluvia que cae del cielo, o como un poste de montaña, esos postes que se encuentran entre los bosques y nadie sabe quién los puso y para qué han servido. Y en estas ocasiones tan frecuentes experimento un deseo impetuoso de encontrarte, y mantener una conversación tranquila contigo. Me gustaría decirte así, con palabras sencillas, en voz baja, lo que a veces me golpea y me hace sufrir, y lo que más frecuentemente pone unos ritmos de alegría en la pequeña sinfonía de mi vida: Allegro Vivace.

Te lo aseguro: hay muchos aspectos del mundo que me desagradan. Y es que nuestra vida, la de todos, se desarrolla como una carrera de obstáculos, o una de aquellas atracciones de las Ferias que consiste en conducir unos cochecitos que van chocando unos contra otros. Sólo que en la realidad, todo esto no es una diversión, sino un continuo sobresalto, una ración casi diaria de azotes inesperados. 

No siempre son culpables los demás. Porque cada uno de nosotros tiene sus vertiendes desagradables, ariscas, hirientes. Yo mismo no soy una excepción y muchos amigos y hermanos míos podrán reconocer que ellos tampoco lo son. Todos somos un poco "especiales". Todos arrastramos en el cuadro de nuestra personalidad colores y formas que no pueden gustarte a Tí, ni agradan a los que nos miran y encuentran. 

 TU ACTITUD POSITIVA. Tú siempre nos comprendes, y, si es preciso, nos perdonas. Los demás no son como Tú. Ellos son exigentes, críticos y jueces inexorables, una especie de tribunal supremo y última instancia de apelación posible. Cuando nos han condenado, ya no hay vuelta de hoja, ni es factible ya una posterior revisión de la sentencia.

Tú, en cambio, sabes leer y comprender esos trazos algo inconexos y llamativos que las circunstancias y nuestro modo de ser han grabado sobre nuestra personalidad siempre inmadura. 

Nosotros no somos un enigma para Tí, como lo somos para los demás. Y hasta para nosotros mismos. No nos comprendemos a nosotros mismos. Pero Tú penetras en nuestro interior más hondo, y vas más allá de esas formas estrambóticas que son parte de nuestro ser personal. Y puedes trazar el verdadero perfil de nuestra figura, por dentro y por fuera. 

Tampoco llegamos a comprender a los que nos rodean. Nos movemos en un círculo, cada vez más amplio, de seres misteriosos, de hombres y de mujeres, que podríamos calificar como "Incógnitas X". Y no hay ninguna ley matemática que nos permita solucionar estos problemas, estas ecuaciones. 

Te necesitamos. Yo Te necesito. Quisiera hablar contigo. Que Tú me escuches. Y que en mis oídos y en mi corazón resuenen tus palabras de amigo, dichas, como siempre las decías, con paz y amor. 

 DEBES MANIFESTARTE. ¿Por qué no te manifiestas más al mundo?. ¿A todos nosotros que creemos en Tí y Te amamos?. ¿A mí mismo?. Porque Tú ya sabes lo mucho que Te quiero y Te aprecio. Y no es que quiera presentarme como un caso excepcional. Yo sé que hay otros muchos que Te quieren y que Te quieren ciertamente mucho más de lo que Te quiero yo. Tal vez sea ésta la prueba a que debemos someternos los desvalidos caminantes en este mundo algo tenebroso, para conquistar tu amistad y tu Reino. Hemos de cruzar esa hoguera encendida, como hacen algunos campesinos en sus fiestas. Como estaba escrito en una de las paredes del Instituto, donde estudié mi bachillerato, cuando era adolescente: "Per Crucem, ad Lucem", o también "Ad Augusta, per angusta". "Por la Cruz, a la Luz", "A lo Sublime por lo Estrecho".

A veces me parece todo demasiado duro, demasiado frío, demasiado violento e inhumano. Me gustaría otra cosa. Me agradaría algo más fraternal, más solidario, más espontáneo y alegre. Sin tantos temores. Sin robos. Sin atracos por las calles. Sin borrachos y sin drogadictos. Sin guerras y espionajes. Sin armas mortales y sin enemigos que te odian y no sabes por qué.  

Te digo la verdad. Estas cosas pasan hasta entre los más cercanos a Tí, hasta entre aquellos y aquellas que se llaman cristianos. A veces parecemos pequeños terroristas que, sin utilizar bombas, ni pistolas, ni metralletas, nos complacemos en entristecer a los demás, en convertir su vida en una carga insoportable, en poner una pincelada de pintura negra en sus días más hermosos, en comunicarles angustias y temores. ¿Por qué seremos así? 

Tú HAS HABLADO CLARO. Sí. Ya lo sé. Ya lo sé. Tú me dirás que has sido muy claro en tu mensaje del Amor, de la Cruz, de ofrecer a los pequeños y humildes lo que quisiéramos realizar para Tí. "Lo que hicisteis con uno de esos mis hermanos pequeños conmigo lo hicisteis", como dirás en el Día del Juicio Final, según la exclusiva de Mateo, Capítulo 25.

Ya lo sé, Cristo. Tu Mensaje es claro, transparente, inequívoco. Tu Personalidad es insuperable, arrolladora, precisa. Tu Obra ha sido muy bien proyectada por Tí. Tú comías y bebías con los pecadores, y por ello Te criticaban los "sabios" de siempre que se consideran "justos" e "inmaculados". Estos no podían contagiarse con la impureza de los demás "pecadores" y "enfermos". Tú nunca manifestaste una actitud de rechazo, de condena, al encontrarte con un publicano o pecador, o con alguna mujer de mala fama, que eran mal considerados en la sociedad israelita. Esto me impresiona, y me lleva a meditar, y a detestar tantas hipocresías que se manifiestan ante nuestros ojos. Deberíamos parecernos un poco más a Tí. 

Pero -Te lo digo con el corazón en la mano- a veces lo que veo en tus seguidores me decepciona. Y en algún momento, siento y sufro un profundo sentimiento de frustración envuelto en una gran tristeza. Tú no tienes la culpa. Lo sé.  

Tú me dices que yo debo tener paciencia, y que aporte mi pequeño grano de arena a ese grandioso edificio de la Cristiandad, y que deje todo lo demás a la Providencia de nuestro común Padre que está en los cielos. Tú me repites tus propias enseñanzas, tus propias actitudes. Y me recuerdas que caer es de todos, y que hasta las columnas más altas se pueden derrumbar. Pedro, la Piedra Fundamental, se tambaleó y cayó. Me dices que recuerde a la mujer aquella, desconocida, sin nombre, seguramente prostituta de profesión, que fue a encontrarte en casa del Fariseo Simón, mientras los invitados comíais y hablabais en un banquete. Y aquella mujer que todos conocían como lo que era, quedó transformada. Tú me afirmas que la Paciencia consigue milagros.  

Algunas veces mostraste tu repulsa a ciertas actitudes humanas. Y lo hiciste con dureza, y con mucha claridad, hasta con amenazas como cuando hablaste de la hipocresía de los fariseos, de la mentira de los maestros que imponen a los demás cargas que ellos no pueden soportar, del escándalo que induce la caída de los más pequeños, y hasta la propia caída por las manos, las piernas y los ojos. Pero, aun en estos casos, tu Bondad y tu Perdón quedaban manifiestos. Y nos pedías a tus seguidores que siguiéramos tu camino. Lo haré así. Procuraré hacerlo así. Perdóname. No quiero molestarte. Debo reconocer que tampoco yo soy una maravilla. Tengo mis defectos. Y son grandes.  

También es verdad lo que Tú me dijiste una vez. "No va todo tan mal como dices. Mira con más atención. Y verás cómo hay mucha gente buenísima en este mundo que te parece tan tenebroso". Es verdad. Tienes razón. He conocido algunas personas, muchas personas, que debo calificar de "muy buenas". A veces las olvido. Porque son personas que pasan por el camino sin ruido, como deslizándose en una gran pista de esquí, lisa y blanca, sonrientes y alegres ellos. 

 ACOMPÁÑANOS. Te voy a decir una cosa, Cristo. Quiero que me acompañes en los próximos años de mi vida. Quiero que estemos cerca. Te necesito. Y por eso voy a escribirte con frecuencia. Lee mis cartas. Medítalas. Y después escucha lo que Te diga el Corazón. Respóndeme. Tú tienes muchas formas de enviarme tus Mensajes. Los recibiré siempre con mucho gusto.

Te lo digo sinceramente. Están llegando los días en que todo lo demás me dice muy poco: Te necesito a Tí, a Tí personalmente, a Tí directamente. Ni los libros me interesan porque me parecen o muy complicados o muy ligeros. Ni me interesan las palabrerías de los diccionarios, porque los que las dicen parecen hablar de memoria, sin sentimientos, y pensando más en sí mismos que en la Verdad que buscamos. Ni me gustan los métodos especiales, nuevos, rebuscados, fundados en investigaciones psicológicas inseguras. Creo que sencillamente me interesas Tú, solamente Tú. 

Yo quisiera encontrarte, y verte muy de cerca, y decirte así, como se hablan dos amigos, sin oratorias palabreras, lo que pienso y lo que he pensado, lo que he intentado realizar en los años de mi corta vida, lo que tantas veces he soñado, lo que he sufrido silenciosamente, sin que nadie se enterara, lo que me ha dado esa mi soledad siempre incurable, a pesar de estar rodeado por tanta gente. 

Te lo contaría todo. Y no sé exactamente qué me dirías. Pero estoy seguro de que no me condenarías, ni me llamarías "hipócrita", ni me acusarías de "escandaloso" o de "mal maestro". Nunca quise ser maestro de nadie. Ni Director de las Conciencias. Tú me dirías otras cosas tal vez. Me harías reflexionar. Y yo vería claro, no como aquel ciego que veía a los hombres como "árboles". Me gustaría tener una larga conversación contigo. Ven. Deja por unas horas tu cielo. Y acércate a mi habitación que está siempre silenciosa. Llama a la puerta y, como dijo la Biblia en algún sitio, podremos cenar juntos. ¿En un Restaurante?. Nos bastaría seguramente dar un paseo junto al mar ahora tranquilo, susurrante, y mirar hacia las estrellas del negro cielo nocturno. Me bastaría que me dijeras como a los Apóstoles: "Te llamo amigo. Porque el amigo sabe... Y Tú sabes". 

Tú nos hablaste poéticamente con tus parábolas sobre los temas más importantes. Una vez fijaste nuestra atención sobre lo que suelen hacer los comerciantes en perlas finas, y los que acumulan riquezas. Y nos dijiste que el Reino de Dios es la Perla preciosa por la que es necesario pagar entregándolo todo. Y es el Tesoro valioso, por el que vale la pena renunciar a todos los otros bienes. Para mí Tú eres el Tesoro, Tú eres la Perla. No me interesa nada más. Renuncio a todo con tal de tenerte. Como la Historia Humana sería un absurdo sin Tí, mi Vida se convertiría en Tragedia si yo no Te poseyera.  

En los "Pensamientos" de Blaise Pascal he leído unas frases que me han gustado. Tú lo conoces bien. Te respetó y Te estudió. Era un francés que había nacido en Clermont-Ferrand en 1623 y moría en París en 1662. Murió joven, pero dejó una larga estela histórica, porque fué Matemático, Físico, Filósofo y Escritor. No fue amigo de los Jesuítas, porque chocó con ellos, por discusiones teológicas sobre la gracia, con motivo de la controversia jansenista. Pascal escribió: "Fuera de Cristo no sabemos ni lo que es nuestro vivir ni lo que es nuestro morir: no sabemos ni lo que es Dios ni lo que somos nosotros mismos". 

Amigo Jesús. Quiero acompañarte durante los próximos años. Recibirás nuevas cartas. Te contaré lo que me sucede, lo que sucede a mi alrededor, lo que he vivido, y lo que Tú me has comunicado, directamente o a través de tus Testigos. Quedará escrito. Tal vez alguien lo pueda leer. Tal vez Te conozca un poco mejor. Y sabrá que un pobre hombre, un hombre cualquiera, creía en Jesús y Le amaba. 

 ENCUENTROS FORTUITOS. A veces pienso que la felicidad de muchas personas ha sido a causa de un Encuentro Fortuito contigo. Como si fuera "Fortuito", porque, cuando se da un Encuentro así, hay que recurrir a la Providencia Amorosa de tu Padre: No hay otra explicación. Es un Encuentro que transforma la Vida. En un Momento. En un Abrir y Cerrar de Ojos. En una Profunda Intuición.

Muchas veces en tu Vida tu fuiste a buscar a otros. No fue casualidad. No fue algo imprevisto. Había precedido un análisis, un descubrimiento, una Voluntad. Así sucedió con los diversos Apóstoles y con Saulo de Tarso. Tú los fuiste a buscar. Pero, en otras ocasiones, parece que el Encuentro fue fortuito,  inesperado, accidental. 

Probablemente se llamaba Dimas. Era un delincuente, salteador, asesino, rebelde, tal vez un terrorista que había matado a otra persona o a otras varias. Tenía que subir al Calvario, llevar su Cruz, y morir en ella. Pero fortuitamente, aquel mismo día, Tú también eras ejecutado. Estabas entre delincuentes comunes y tal vez también políticos. Todo se produjo por una casualidad. Pero Dimas experimentó un profundo cambio en su Personalidad, al verte ahí, junto a él, colgados los dos de una cruz. Y a punto de morir. Se transformó. Te suplicó. Tú le escuchaste. Y este Delincuente se convirtió en Santo, por casualidad, o sea, por la Providencia Inescrutable de Dios. Reconoció sus delitos, se arrepintió de todo lo que había hecho mal, y rezó. Tú le prometiste que estaría contigo en el Paraíso. Lo cuenta en exclusiva Lucas, capítulo 23. Su fiesta se celebra el 25 de Marzo. Los Griegos le veneran especialmente. Su cruz se conservó. El genial Miguel Ángel en su "Juicio Universal" le dio un puesto distinguido. Según una leyenda, Dimas, salteador de caminos, respetó piadosamente a la Sagrada Familia que huía hacia Egipto. 

Otro de esos fortuitos amigos tuyos ha sido Zaqueo, cuya hermosa historia narra, también en exclusiva, Lucas, capítulo 19. Era un hombre rico de Jericó, Jefe de Cobradores de Impuesto, Publicano, despreciado. Tú fuiste a Jericó. Y él quiso verte mejor. Era de baja estatura. Se subió a un árbol. Y Te vio. Tú le miraste. Y le pediste que Te hospedara en su casa. Aquello cambió su vida. Todo Fortuito. Todo por casualidad

Así encontré otros muchos casos en los Evangelios. Por ejemplo, Simón de Cirene, el que fortuitamente cruzaba por ahí, el día en que Te llevaban, por las Calles de Jerusalén, hacia el Calvario. Te pesaba demasiado la Cruz. Y él, obligado por los soldados, la llevó por Tí. Tuvo una gran suerte. Estoy convencido de que Tú se lo has sabido agradecer. Era "padre de Alejandro y de Rufo", como dice Marcos, Capítulo 15. Sin duda ellos dos eran conocidos en las Comunidades Cristianas. De hecho Rufo es citado por Pablo en su Carta a los Romanos, Capítulo 16, así: "Saludad a Rufo, el escogido del Señor, y a su madre, que lo es también mía".  Es muy probable que este Rufo sea uno de los hijos de Simón de Cirene, y que su madre tan querida y apreciada por Pablo fuera la esposa del mismo que Te ayudó a llevar tu Cruz.  

Muchos Te hemos encontrado así: Fortuitamente. Como ellos. Como Ignacio de Loyola, que Te encontró porque una bombarda francesa estalló fortuitamente entre sus piernas. Y tantos otros.  

Ojalá esta Carta inesperadamente leída por alguien, desconocido, pueda llegar a ser la ocasión de que Te encuentre. Sería para mí una enorme felicidad, si lo supiera. Y si no lo supiera, me quedaría siempre el recurso de poder imaginármelo, soñar.