El sabio chino que nació en Italia

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

El año 2002 llegó rodeado de recuerdos históricos de gran importancia para las naciones y los grupos sociales. Pero, Jesús de Nazaret, hay algunos de los personajes o hechos recordados que tienen un subrayado interés para tu visión evangélica de la historia. Recordamos contigo al Divino Impaciente, Francisco Javier, el gran misionero, y él mismo nos conduce a recordar a otro misionero jesuita, que logró lo que no consiguió Javier, penetrar en la inmensa China. Se llama Mateo Ricci. Javier se convierte así como en una flecha que nos señala la personalidad de este italiano, que se esforzó  por llegar a la China, y convertirse en un sabio misionero chino, reconocido como tal por el propio Emperador.  

El mismo año, 1552, -hace 450 años ahora- en que moría Javier, solitario, en una isla abandonada, frente al continente asiático, nacía en Macerata, ciudad de Italia, un niño, al que bautizaron, como Tú, Jesús, quieres, y le pusieron el nombre de Mateo. Era Mateo Ricci. Los dos fueron jesuitas, es decir, de la Compañía que lleva tu nombre, Compañía de Jesús. Y los dos fueron misioneros, cada uno a su modo. Y los dos tuvieron una misma meta: la China continental. Uno, Javier, no pudo alcanzarla. El otro, Mateo, la logró. Los dos viajaron mucho. Los dos siguieron la misma ruta por Europa: Portugal y el Sur de Asia. Mateo estudió la lengua portuguesa en Coimbra, y luego se fue a Lisboa, para tomar el barco que le llevaría hasta Goa, como había hecho Javier. Después sus vidas pierden el paralelismo. Mateo tiene la permanente idea de entrar en la gran China, como misionero y como investigador. Fue ordenado sacerdote, y comienza su peregrinación por algunas ciudades de la China, porque en algunas de ellas encontró la oposición de los nativos. Su meta, casi su obsesión, era penetrar en la gran ciudad de Pekín. La primera vez que estuvo en ella chocó contra la muralla de la oposición, y no le concedieron el permiso de residencia, aunque ya había sido nombrado Superior de la Misión de China. Pero Mateo no se inquieta, ni desiste de sus proyectos. Tú, Jesús, habías repetido: “Llamad y se os abrirá... Al que llama se le abre”. Mateo decidió regresar a Pekín. En el año 1601 se le abrió la puerta de la muralla. Entró en la gran Ciudad, y le concedieron el permiso de residencia. Y se puso a trabajar enseguida.  

En el año 1602 –hace ahora 400 años- Mateo Ricci publicó una nueva versión del mapa del mundo. Así entraba en la selecta sociedad de los sabios. Sus trabajos se extendieron a otros sectores. Escribió varios libros: “Tratado de amistad”,  “El verdadero significado del Señor del Cielo”, “Diez Discursos de un hombre paradógico”. Y además tradujo y puso en  circulación los seis primeros libros de “Elementos de Geometría” del famosísimo griego Euclides, un matemático que en Alejandría había fundado una conocida escuela, que fue la más famosa  de la antigüedad (siglos IV y III antes de tu venida al Mundo, Jesucristo).  

Mateo no olvidó el carácter sacerdotal y cristiano de su misión en China. Una evidente prueba sería que en el año 1609 se fundó en Pekín la primera Congregación Mariana de la gran Nación Asiática, porque allí ya había una comunidad católica, formada por tus seguidores.  

Pero la muerte esperaba a Mateo. Ella le llegó el día 11 de Mayo del 1610, en Pekín. Aquel sabio chino nacido en Italia tenía 58 años. Era joven. El tiempo de su breve vida fue bien aprovechado. Y su personalidad de jesuita, científico y escritor, comenzó a proyectarse sobre la historia. Así Mateo Ricci ha sido presentado a la humanidad del siglo XXI y del Tercer Milenio, como un puente tendido entre la Gran China Comunista y el Mundo Democrático Occidental, para que ambos puedan dialogar y reconstruir una sociedad pacífica y solidaria.  

Lo ha dicho tu vicario, el Papa Juan Pablo II: “La misma China tiene desde hace cuatro siglos en gran estima a Li Madou, El Sabio de Occidente, como fue y sigue siendo designado aun hoy el Padre Mateo Ricci”. “El se hizo chino con los chinos”, “Espero y ruego que el camino abierto por el Padre Mateo Ricci entre el Oriente y el Occidente, entre la Cristiandad y la Cultura China, pueda volver a encontrar vías, siempre nuevas, de Diálogo y de recíproco enriquecimiento humano y espiritual”. La personalidad de Ricci ha interesado a los intelectuales e investigadores de nuestro tiempo. Para recordarlo se han tenido ya por lo menos tres conferencias internacionales: En Beijing (China), en Hong Kong y en la Universidad Gregoriana de Roma. En la Universidad de los Jesuitas en San Francisco de los Estados Unidos de América existe un “Instituto RICCI”.  

Cuando Mateo murió, se le comunicó enseguida al Emperador de la China. Su respuesta fue muy positiva, porque el Emperador concedió el permiso para que Li Madou fuera sepultado en una propiedad de Yan, un famoso miembro de la corte imperial. Mateo Ricci había trabajdo toda su vida para convertirse a la cultura china y para aprovechar de ella todo lo que pudiera en la formulación de tu Mensaje Evangélico. Así nacieron unos especiales “Ritos Chinos”, que originaron acaloradas controversias entre los intelectuales católicos.  

Es evidente que lo que Javier, el gran misionero navarro, no logró, lo alcanzó, por el camino de la inculturación, el sabio italiano que se hizo chino. El Jesuita Li Madou, Mateo Ricci, había penetrado en la China, en Pekín y en el palacio del Emperador. Para que Tú, Jesús, fueras conocido y amado, detrás de las Murallas. Tú habías dicho: “Id al mundo entero”.