El nombre de cristiano

Autor: Ramón Aguiló sj.

Hace ya muchos años que Te miro. Yo soy sólamente un hombre, una persona, un pequeño individuo, una mínima gota en este inmenso océano de la Humanidad. ¡Qué pequeño es un hombre...!. Es una conciencia que se enciende en un momento dado y, unos años después, siempre pocos, se apaga, y aquí ya no vuelve a aparecer. Sólamente queda un nombre en aquel documento de archivo, y unos polvillos en algun cementerio o en algun campo.

 

¿Nada más?. Esta es la terrible, la angustiosa pregunta que nos proponemos. Todos. Los que pensamos.

 

A Mí se me está proponiendo no sólo como persona mortal, sino también, y sobre todo, como cristiano, miembro activo de ese Cuerpo Comunitario, que se llama la Iglesia.

 

LA FIGURA DE LA IGLESIA AHORA. No. No. Yo sé que Tú Te has definido como "La Resurrección y la Vida", y que Tú has repetido que "el que cree en Tí, no morirá para siempre".

 

Yo no soy un hombre solitario. Yo soy un Cristiano. Soy piedra viva de un enorme edificio que transciende las fronteras de las naciones y de los siglos. Por pertenecer a ese Cuerpo yo poseo algo de eternidad en mí. Además, todavía no sé exactamente cuándo, ni cómo, yo sé que algun día volveré a la vida, para sonreir. Así lo espero.

 

Yo Te quiero mucho. Y porque Te quiero, quiero también a tu Iglesia, a esa Iglesia que Tú has fundado, que pusieron en marcha tus Apóstoles, a través de la predicación, las persecuciones y los martirios, y que ha ido caminando por los siglos, proclamando tu Mensaje y viviendo tu Presencia. Esta es la Iglesia a la que todos llamamos: Iglesia "Una, Santa, Católica, Apostólica, Romana". Es la Iglesia "Cristiana". Y gracias a ella, nosotros, los bautizados, podemos llevar orgullosos, tu mismo nombre, el nombre de "Cristianos". Porque "somos otros Cristos", Cristos en pequeño, Cristos con luces y oscuridades.

 

Pero esta querida Iglesia tan compleja, tan hermosa en su definición, tan Evangélica en sus propósitos, algunas veces se nos convierte en "Piedra que nos hace tropezar". Tú sabes por qué lo digo, por qué Te lo escribo así.

 

No es la Iglesia Una que Tú creaste. Ahora nos aparece dividida, múltiple, discutidora, apasionada. Nos encontramos con tantos centenares de grupos que llevan el nombre de "Cristianos", y sin embargo, no profesan la misma Fe, la única Fe que Tú pedías a tus seguidores. No tienen el mismo Credo. Y, si pronuncian las mismas palabras, las entienden de diferentes modos.

 

Se ha roto aquella Unidad de todos en Tí, por la que rogaste a tu Padre en la noche de la Primera Eucaristía. Los diferentes grupos han estado en guerra en tiempos pasados, y han procurado eliminarse mutuamente. No se aman, no se respetan tampoco ahora. Ha caído la Unidad del Amor, de la Fraternidad.

 

Vemos en tantas iglesias pequeñas las convulsas y opuestas voluntades de identificarse con una serie de personalismos culturales concretas. Cuando se rompió el Imperio romano comenzó a resquebrajarse la Unidad de la Fe y de tu Iglesia. Cuando aparecieron las nacionalidades con sus diferentes culturas y lenguas, se manifestaron también los combativos grupos de cristianos. Y así habría que hablar de "tus Iglesias", dispersas por el mundo. Porque muchas no aceptan la autoridad del Sucesor de Pedro, a quien, sin embargo, Tú nombraste Pastor de todos, hasta el final de los tiempos. Por esto las Iglesias se nos muestran como un conjunto de ejércitos ordenados para la batalla que, demasiadas veces en la historia, han luchado entre sí para aniquilarse mutuamente como enemigos.

 

La Santidad de tu Iglesia está nublada por tantas cosas que han sucedido. La encontramos muy pecadora, muy pintada con los colores más llamativos y más diversos, como si fuera realmente un campo de trigo en el que prevalecieran las ramas de las más variadas malas hierbas. Tú conoces perfectamente la historia de los Veinte Siglos.

 

En vez de Católica, que significa Universal, nos encontramos con una Iglesia de imágenes locales, rudimentarias, cubiertas por las cenizas de los tiempos pasados, con una templos resquebrajados, de los más variados estilos, vacíos, algunas veces abandonados pero presentados como silenciosos testigos de unos tiempos gloriosos ya pasados. En vez de Católica, que significa formada por gentes de todos los países, experimentamos la pequeñez de unas comunidades que no piensan más que en rezar unas oraciones rutinarias y besar unas imágenes sin ningun valor representativo de lo que es tu Mensaje Evangélico. Ya no es tan Universal la Iglesia que Tú quieres. Porque en ella se ha infiltrado el Demonio del Nacionalismo, como ha clamado con tanta fuerza el Papa Juan Pablo II.

 

Se van multiplicando los Grupos Cristianos. Cada uno con sus teorías. Cada uno con sus formas externas, catecismos y liturgias. Cada uno, con lo que podríamos llamar con toda propiedad, "sus manías espirituales". Tu Cristianismo aparece muy complicado. Algunos grupos parecen "Sectas" más que comunidades de fe, de amor, de acción, abiertas a todos los humanos de buena voluntad. Unos son conservadores. Otros progresistas. Unos parecen místicos. Otros se dan a la acción desordenada. Unos se reservan para los ricos. Otros gritan a favor de los "explotados", de los que están "excluídos" del reparto equitativo, justo, de las riquezas que se producen. Unos son de derechas. Y otros de izquierdas. Unos militaristas. Y otros revolucionarios.

 

Estoy seguro de que todo esto no Te agrada, a Tí que promulgaste la Unica Ley Fundamental, Resumen y Columna de todas las Leyes: el Amor.

 

En vez de Apostólica, que quiere señalar los fundamentos inconmovibles de su construcción, sólidamente establecidos sobre los Apóstoles elegidos por Tí, estamos viendo una Iglesia cargada de recuerdos culturales, más o menos valiosos, de documentos que pudieron decir algo a los cristianos del momento en que fueron escritos, de archivos polvorientos a veces cerrados a los investigadores, y otras veces abiertos, pero siempre con el terrible olor a chamusquina de lo que por lo menos es discutible.

Ya no es aquella Iglesia semejante a la de Jerusalén, a la de las Catacumbas, de Papas crucificados como Tú y Pedro, de Obispos Mártires y de Presbíteros sacrificados y pobres.

 

En vez de Romana, que es lo que nos lleva hasta Pedro y Pablo, hasta tu Vicario, Sucesor del Primero de los Papas, descubrimos las filtraciones de otras ideas, de otras actitudes, de otras consignas, que no son las estrictamente evangélicas. Muchos cristianos ven al Papa de Roma como un símbolo del poder, de un poder humano, occidental, latinizado. Y no le quieren seguir. Porque le temen, y dudan de su sinceridad, cuando proclama el "Ecumenismo" que nos ha de reconducir a la Unidad de todos los que nos gloriamos de tu Nombre.

 

Entonces nos sentimos decepcionados. Y algunos se apartan de Tí, porque quieren separarse de aquellos que les hablan en tu Nombre.

Y la Fe se va apagando. Y las Comunidades se encogen, para hacerse más pequeñas.

 

Pero no quiero ser pesimista, ni parecerlo. 

 

LOS RASGOS DE LA IGLESIA TAL COMO Tú LA QUIERES. Por ello, quisiera recordar los rasgos de aquella tu pequeña Iglesia de Jerusalén, que comenzó a respirar intensamente el día de la Fiesta de los Judíos, Pentecostés, que ahora es la Fiesta del Espíritu Santo de Dios.

 

El Libro de "Los Hechos de los Apóstoles" nos la ha descrito, con unos rasgos encantadores, maravillosos, estrictamente cristianos, que nos conmueven profundamente ahora, después de dos mil años.

 

Han pasado dos mil años casi. Pero el modelo para la Iglesia del Siglo XXI está allí, en Jerusalén, alrededor de Pedro y de la Casa donde vivían él, María tu Madre, y los compañeros de Apostolado.

 

Todo el miedo que habían sufrido antes, se convirtió en coraje, el día del Espíritu.

 

Toda la incultura de unos pescadores y artesanos se llenó de Sabiduría y de Evangelio, cuando aparecieron sobre ellos las lenguas de fuego.

 

Todas las dudas sobre lo que debían realizar se han convertido en un amplio programa de conquistas y de realizaciones.

Así, naturalmente, en pocas horas, nació, pequeñita pero hermosa, tu Iglesia, la Iglesia de los que fueron llamados "Cristianos" en Antioquía. Cristianos, porque Te seguían a Tí, porque caminaban por ese "Nuevo Camino", el que Tú habías señalado a la humanidad con tu Persona y tus Enseñanzas de una Perfección más alta, más ambiciosa, más divina.

 

A partir del Capítulo 2 de los "Hechos" hasta el 5 inclusive, el Escritor Lucas va describiendo con abundantes pormenores cómo era aquella primera Iglesia de Jerusalén, que sería por ello, la Madre de todas las Iglesias, aun de la misma Iglesia Romana, que nació después.

 

En primer lugar, podemos contemplar a un Papa muy activo, Pedro Simón Bar Yona, que no pierde ocasión para hablar de Tí y de tu nuevo Camino Religioso.

 

El mismo día de Pentecostés, Pedro, lleno del Espíritu Santo, habla a las muchedumbres, y convierte a millares. Es perseguido, es encarcelado varias veces, pero él no ceja, no se calla, porque, como le dijo a los miembros del Tribunal, "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres".

 

Hace milagros, manifiesta su pobreza en cuestiones de oro y plata, pero da de lo que tiene, amor y el nombre de Jesús.

 

Organiza la estructura elemental de la Iglesia, promueve la substitución de Judas en el Cuerpo Apostólico de los Doce, la institución de los siete Diáconos para la atención de las viudas y necesitados, dirige las oraciones de todos, va al Templo, escucha las consultas y da soluciones, promueve el Bautismo de todos los creyentes que reciben al Espíritu Santo de Dios. Finalmente abre las puertas de la Iglesia también a los Paganos y Gentiles. Y va en su busca, a través de las ciudades y pueblos hasta Roma.

 

La Primera Comunidad Cristiana escucha a los Apóstoles, ora, celebra la Eucaristía, la Eucaristía de tu Presencia, y está vigilante y despierta para sortear todas las dificultades. Pero, sobre todo, ama y promueve el amor entre todos, y muy especialmente con una atención especial para los pobres.

 

Hay unos párrafos que quisiera transcribir aquí ahora. Dice Lucas:

 

"Acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la Comunión, a la Fracción del Pan y a las Oraciones".

 

"El temor se apoderaba de todos, pues los Apóstoles realizaban muchos prodigios y señales".

 

"Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común. Vendían sus posesiones y sus bienes, y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno".

 

"Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo Espíritu, partían el Pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la Comunidad a los que se habían de salvar".

 

Unas páginas después, en el Capítulo 4, Lucas insiste:

 

"La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos".

 

"Los Apóstoles daban testimonio con gran poder, de la Resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía".

 

"No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los Apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad".

 

Finalmente la Primera Iglesia se muestra con un gran poder de expansión.

 

Esta se produjo como consecuencia de la persecución en Jerusalén, cuando Esteban, el Diácono, fue lapidado por los Judíos, y  cuando apareció la dura figura represiva de Saulo de Tarso, al que más tarde Tú mismo has buscado y convertido en Apóstol,  en el camino de Damasco.

 

En el Capítulo 8, Lucas dice:

 

"Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, a excepción de los Apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria [...]. Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra".

 

Y en el Capítulo 11, Lucas prosigue:

 

"Los que se habían dispersado cuando la tribulación originada a la muerte de Esteban, llegaron en su recorrido hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la Palabra a nadie más que a los judíos. Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses que, venidos a Antioquía, hablaban también a los griegos y les anunciaban la Buena Nueva del Señor Jesús. La mano del Señor estaba con ellos, y un crecido número recibió la Fe y se convirtió al Señor".

 

En este caso se trata de la llamada Antioquía de Orontes, capital de la Provincia Romana de Siria, tercera ciudad del Imperio, después de Roma y de Alejandría.

 

Esta fue la Primera Iglesia.

 

Esta es la Iglesia que, más grande, universal, quisiéramos reconocer en la Nuestra de nuestros siglos y del nuevo tercer milenio Cristiano.

 

Sobre todo, en ella llama la atención la Sencilla Práctica del Amor, que tiende a igualar a todos, aun en los bienes necesarios para vivir dignamente.

 

Tú les dejaste tu Testamento, que es la síntesis, el fundamento de todo lo que nos has legado. En aquella noche de la Ultima Cena les confiaste a tus Apóstoles para que lo transmitiesen a la humanidad aquel "Mandamiento Nuevo", aquel "Mandamiento Tuyo" que dice así, según Juan en su Capítulo 15: "Este es el Mandamiento mio: que os améis los unos a los otros como Yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. A vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca. De modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es: que os améis los unos a los otros".

 

Tú en estasv palabras y las demás que siguen has pintado con hermosos rasgos la figura del Cristiano: El que ama como Tú. El que es Amigo tuyo. El que conoce bien tu Personalidad, tu Mensaje, tu Obra. El Elegido por Tí. El que que da fruto permanente. El Persegudio y odiado por el mundo, porque no es del mundo, porque encarna tu presencia de Hijo de Dios crucificado.

 

El Cristiano así es un ser extraordinario. Un Hombre, una Mujer excepcional. No hay muchos así.

 

DIOGNETO, UNA FICCIóN. Esta es la idea del Cristiano que ha conservado un interesante documento de la antigüedad, pocos años después de los Apóstoles. Hacia el Siglo II, o principios del III, todavía en tiempos de las persecuciones, alguien, un desconocido, un anónimo, escribió una hermosa "Carta a Diogneto" en la que describe a los cristianos. Parece que el nombre de Diogneto es una ficción. ¿Tal vez la carta fue dirigida al Emperador de Roma?. Era una verdadera apología de los Cristianos y de su Fe, en lengua griega.

 

Yo recuerdo algunos párrafos porque me impresionan y Te agradan a Tí, sin duda, porque ésto es lo que Tú quisiste, lo que Tú pedías a tus Seguidores y Seguidoras. Están en los capítulos 5 y 6 de esta Carta Apologética:

 

"Los Cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vida. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres".

 

"Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros. Toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros. Toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho".

 

"Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir, superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se lo condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos. Carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria. Sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen. [...]".

 

"Para decirlo en pocas palabras: los Cristianos son en el mundo lo que el Alma es en el Cuerpo [...]. Los Cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo".

 

EL CáNTICO NUEVO CONTIGO. Tu Iglesia eres Tú mismo que Te proyectas en la Humanidad. Y por tanto, tu Iglesia es la divinización de los Seres Humanos que siguen caminando por el mundo, pero de un modo diferente. Porque caminan alegres, fraternales, iluminados.

 

Cantan un Cántico Nuevo, como dice Agustín de Hipona comentando aquella frase del Salmo "Cantad al Señor un Cántico Nuevo. Resuene su Alabanza en la Asamblea de los Fieles". Dice aquel poeta teólogo Agustín: "El Hombre Nuevo conoce el Cántico Nuevo. Cantar es expresión de Alegría [...]. Cantar es expresión de Amor". "El Hombre Nuevo, el Cántico Nuevo, el Testamento Nuevo: Todo pertenece al mismo y único Reino".

 

Y añade después: "¡Oh hermanos e hijos, vosotros que sois brotes de la Iglesia Universal, Semilla Santa del Reino Eterno, los regenerados y nacidos en Cristo!, Oídme: Cantad por mí al Señor un Cántico Nuevo. 'Ya estamos cantando', decís. Cantáis. Sí. Cantáis. Ya os oigo.  Pero procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo que vuestra lengua canta".

 

"Cantad con vuestra voz, cantad con vuestro corazón, cantad con vuestra boca, cantad con vuestras costumbres".

 

"¿Preguntáis qué alabanzas debéis cantar?. La Alabanza del Canto reside en el mismo Cantor [...]. Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente".

 

Y aquel Santo Cristiano del Siglo II, gran Apologista de tu Doctrina, Justino, que derramó su sangre, por defender a los Cristianos, unos pocos años después de los Apóstoles, narraba cómo se realizaban los encuentros eucarísticos de las Comunidades:

 

"Seguimos recordándonos siempre unos a otros estas cosas. Y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo".

 

"El día llamado del Sol se raúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los Apóstoles o los escritos de los Profetas, según el tiempo lo permita".

 

"Después nos levantamos todos a la vez y recitamos preces. Y a continuación, se trae pan, vino y agua. Y el que preside pronuncia fervorosamente preces y acciones de gracias, y el pueblo responde: Amén. Después se distribuyen los dones sobre los que se ha pronunciado la Acción de Gracias, comulgan todos, y los Diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes".

 

"Los que poseen bienes de fortuna y quieren, cada uno da, a suu arbitrio, lo que bien le parece, y lo que se recoge se deposita ante el que preside, que es quien se ocupa de repartirlo entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u otra causa cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que se hallan de paso como huéspedes. En una palabra, él es quien se encarga de todos los necesitados".

 

Justino finaliza esta página recordando por qué los Cristianos se reúnen en el día del Sol, primer día de la Semana.

 

Dos razones da: 1. Porque éste fue el primer día de la Creación. 2. Porque éste fue el día en que Tú resucitaste de entre los muertos.

 

Realmente contigo nuestra vida se convierte en una Bella Canción de Alabanza a tu Padre y a Tí mismo. Contigo todo es hermoso.  

 

UNA ORACIóN POR NUESTRA IGLESIA. Que venga una Iglesia así.

 

Nosotros procuraremos que este ideal primitivo llegue a ser una realidad moderna, eternamente moderna. Viejo siempre y siempre actual.

 

Hay una Oración muy bella que me emociona cada año, cuando la recito en voz alta, después de tu Pascua.

 

Dice así: "Oh Dios, que muestras la Luz de tu Verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen Camino, concede a todos los Cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre, y cumplir cuanto en él se significa".