El jeroglífico del universo

Autor: Ramón Aguiló sj.


Jesucristo ha de caminar por un mundo cada vez más complicado, a pesar de la globalización. No es fácil que la portavoz de Jesús, la Iglesia, consiga realizar su misión evangelizadora, santificadora, divinizante, en este mundo de principios del siglo XXI y del tercer milenio. Y sin embargo, no puede perder el tiempo, no puede consumir sus posibilidades, sus fuerzas, en la inutilidad. Porque esto sería retroceder.  

Estamos en un mundo complicado. Estamos actuando, caminando, en una forma de rompecabezas. Porque muchas veces tomamos la decisión de seguir una dirección, sin conocer perfectamente a qué objetivo nos llevará. Puede ser que nos encontremos con una forma de muralla impenetrable, rígida, sin puertas. Y entonces tendremos que reconocer que hemos perdido el tiempo, que lo hemos empleado, consumido sin progresar. Si la Iglesia no avanza, retrocede. Y si ella retrocede, el que pierde es Cristo.  

Ahora estamos viviendo varias impresionantes experiencias, que nos hacen reflexionar. Me parece que son dos: la primera, terrible, la realidad de una guerra que ya está en marcha, y que, al mismo tiempo, se quiere evitar. La segunda es una forma de antagonismo impresionante, que consiste en la presencia simultánea en el universo de la Santa Cuaresma y el pegajoso, tentador, Carnaval.  

Y en el conglomerado de ambas realidades está también presente el colorido universal de los Políticos con sus ideologías y sus programas.  

Los seres humanos en su gran mayoría quieren la Paz, y gritan “No a la Guerra”. Y se manifiestan en prácticamente todas las Naciones del Mundo, desde el Vaticano donde el Vicario de Cristo, el Papa, insiste en la necesidad de vivir en paz, hasta en las plazas y calles de las naciones más alejadas de los frentes de combate. Pero lo curioso y tétrico es que precisamente el deseo de paz se manifiesta en el país que es causa de la guerra, y que la paz favorece a las personas y a los políticos que, con sus actitudes, provocan la guerra. Así podríamos afirmar que la paz provoca la explosión de la guerra.  

Los políticos se encuentran así atrapados en una tela de araña dura, infecciosa, irrompible. Viajan, viajan, viajan, hablan por teléfono, se escriben cartas, aparecen en los televisores de todo el mundo, se dan las manos, se abrazan. Y a veces parece que gastan mucho tiempo, mucho dinero, para frenar lo que no tiene frenos. Lo que ha sucedido de hecho es una triste, sangrienta realidad.  

Todos los dirigentes deberían escuchar el mensaje de Jesucristo, su Palabra, su Luz, para caminar por los caminos del mundo con seguridad y sin tropiezos. La Iglesia puede conseguir que su voz solidaria, internacionalmente fraterna, llegue a todas las conciencias de los poderosos, aunque practiquen otras religiones.  

El segundo fenómeno mundial es el de la tensión entre dos realidades de signo opuesto, pero rabioso, chispeante, casi incompatible: La Santa Cuaresma y el Pornográfico Carnaval. Y sin embargo estas dos realidades, una eminentemente positiva, cristianizadora y la otra negativa y pecaminosa, tienen una parte de sus raíces en el desarrollo del año cristiano. El Carnaval apareció porque se acercaba la Cuaresma. La Cuaresma presentaba un programa de sacrificios, ayunos y abstinencias, y por ello, el mundo cristiano se preparaba para los sacrificios, divirtiéndose y gozando humanamente, de unos días de Carnaval.  

Pero en la actualidad, la Cuaresma ha llegado a unos mínimos impresionantes, mientras los Carnavales en todo el mundo se han ido desarrollando y han conseguido la participación de niños, niñas y personas mayores en las plazas y calles de las ciudades más diversas de los cinco continentes, con carrozas, danzas, bailes, bebidas, disfraces, y todo lo que va unido con todo ese frenesí de pasiones. Y esto durante varios días. Los Carnavales crecen, mientras las Cuaresmas se quedan casi en la nada: dos ayunos, alguna abstinencia que se puede cambiar por otro sacrificio, y el uso del color morado en las liturgias católicas. Todo esto, tan reducido, para preparar a todos los creyentes, a la celebración de la esplendorosa Fiesta de la Pascua de la Resurrección, la Fiesta de los “Alleluyas”: “Jesucristo resucitó. Alleluya”.  

El mundo, nuestro mundo, es un conjunto de contradicciones. Los que están arriba, en la cúspide del poder político y social, y también del eclesiástico, podrían reflexionar sobre lo que sucede y cómo se puede orientar todo, lo más posible, hacia el bien, hacia el equilibrio, hacia la normalidad. Y así se conseguiría la paz, esa paz que sólo Cristo puede dar “no como el mundo la da”. Y así se llegaría a la realidad de un mundo que caminaría por los caminos del Evangelio de una forma equilibrada, tranquila, progresista, más pura, más transparente, reflejando la figura dignificante siempre, de Jesús de Nazaret.