El cambio de las cosas

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

EL "HACERSE" DE LAS COSAS. Las calles se están convirtiendo en arroyos de invierno, cuando hace sólo unas semanas el sol quemaba demasiado. Ese ir y venir de las cosas, ese florecer y morir, esas hojas amarillas caídas, secas y arrastradas sobre el suelo sucio, me inquietan a veces, me angustian, me asustan.  

Porque yo estoy también allí, en el arroyo, en ese fluir rápido de los segundos. Yo experimento que no soy el mismo de anteayer. Todo cambia y nadie lo puede evitar. 

Tú dijiste la última palabra, y nadie puede cambiar tu Personalidad.  

Tú nos hablas de cosas inmutables, pero mi experiencia de cada día me obliga a aceptar el cambio de todo, y el recuerdo de la historia pasada me presenta largas y atormentadas secuencias de una trama cambiante: todo se proyecta como una gran Superproducción en technicolor que comenzó hace centenares de millares de años y cuyo final todavía no se vislumbra.  

Pero Tú nos prometiste la asistencia del Abogado, del Espíritu de la Verdad, para que nos la vaya manifestando dinámicamente a través de la fascinación de esa película.

 

LA EVOLUCIÓN DEL SER HUMANO. Aquella voz divina que brotó de las profundidades del comienzo "Creced y Multiplicaos" se fue cumpliendo inexorablemente.  

Aquel hombre de las cavernas y de las armas de piedra es el mismo que ahora fabrica aviones supersónicos y ordenadores, dominando las energías, y aterrorizado ante todo lo que ha creado. ¿Qué queda de aquel hombre cubierto de pieles con una piedra en sus manos?. ¿Cómo ha sido posible esa evolución tan grandiosa?.

 

EL CAMBIO SOCIAL. Tú no temes el cambio, Jesucristo. Tú lo has creado. Y es que todo es contingente, todo puede ser o no ser, ser así o de otro modo. Solamente Tú eres inmutable como Dios. 

Todos lo aceptamos así. Pero, en este mundo de curiosidades, curiosamente, sólo los poderosos suelen experimentar un sentimiento de terror ante el anuncio de que algo va a cambiar. Los pobres, al contrario, no lo temen. Lo desean.

 

EL MUNDO YA NO ES COMO EL QUE VIVISTE Tú. Cuando Tú apareciste sobre Palestina, los soldados romanos llevaban brillantes cascos y corazas, y empuñaban puntiagudas lanzas. Y también se encontraba alguna espada, como la que desenvainó Pedro, en el Huerto, aquella noche, poco antes de que Tú fueras detenido. Pero no había gran cosa más en cuestión de armas. Toda la tecnología de entonces se refería a martillos, clavos, hachas. Y toda la ciencia médica consistía en unas pocas hierbas del campo con las que se intentaba curar las enfermedades. Y mucha Filosofía. Eso sí: mucha Filosofía y palabras. 

Si Tú regresaras ahora, no reconocerías el mundo.  

Las espadas no se han convertido en arados, ni las lanzas en podaderas, como deseaba y soñaba tu profeta, sino que han ido creciendo y han tomado formas amenazantes de misiles, peligrosos, intercontinentales con cabezas nucleares.  

El científico está penetrando los misterios recónditos de la naturaleza y dominando sus fuerzas, para utilizarlas, hacerse fuerte frente a los posibles enemigos y así dominarlos a través de una paz impuesta.  

Esa es la paz que da el mundo, como Tú comentaste ante tus amigos en la tarde de tu Testamento de despedida. Lo verías todo cambiado. Y todo seguirá cambiando hasta el final de los tiempos.  

Nosotros estamos aquí sólo unos días y no podemos constatar todo lo que sucede y cambia, aunque ahora todo va tan aprisa que logramos contemplar algunas secuencias vertiginosas del film del Universo. 

Las modernas y gigantescas ciudades ya no se parecen a tu Belén natal, ni a tu aldea de Nazaret, ni siquiera a aquella capital que Te rechazó, Jerusalén. No tienen nada que ver con Atenas, la de las ágoras y la Acrópolis, ni con Roma, la del Foro, la Roca Tarpeya y los desfiles triunfales. 

Ahora millones de hombres y animales (perros de todas las razas, gatos de todos los colores, canarios y otros) vegetan en pisos malsanos, entre los más variados vecinos sin conocerse y sin amarse.  

Y se mueven después por las calles y carreteras sin encontrarse. Los más ni siquiera saben nada de Tí.  

Y los relativamente pocos que Te conocemos no llegamos a practicar del todo tu Mensaje. A eso nos ha llevado el cambio.  

Todo es internacional y mezclado, como si fuera un cocktail de diferentes frutas y variados sabores y licores, como muchos ríos que van mezclando sus aguas contaminadas.  

Y aquí, nadando contra los torbellinos y las revueltas aguas, tu Iglesia debe esforzarse para no perder su Identidad, levantar tu imagen y su voz para proclamarte y proclamar tu Verdad. Yo no sé si lo consigue.

 

Tú CREASTE EL CAMBIO. Tú fuiste el Señor del Cambio. Tu Presencia en Nazaret y Jerusalén revolucionó la marcha de la historia. No fue ni Sócrates, ni Platón, ni Aristóteles, no fueron los famosos emperadores romanos, ni Cicerón, ni los Poetas.  

Fuiste Tú el que sacudiste con tu acción y tus palabras los cimientos idolátricos y materialistas de aquel mundo. Lo subvertiste. Hiciste caer la materia. Y pusiste sobre los montones de piedras el Mensaje de tu Cruz Redentora. Cuando derribaste las mesas de los cambistas en el Templo y libraste a los Animales para el Sacrificio, estabas proclamando el Cambio.  

Cuando dijiste que aquella Ciudad tan querida y tan hermosa, que aquel Templo tan grandioso y restaurado, serían destruidos, Tú ponías las evidencias del Cambio Total. 

Llegaste a las conciencias de los hombres y mujeres para convencerles de tu Verdad.  

Y entonces se entregaron tanto a Tí, que murieron sacrificados, martirizados, por ser fieles a lo que Tú les habías enseñado. Se construyeron templos en las catacumbas con hermosos grabados en las rocas. Y tus Apóstoles, crucificados también ellos, extendieron tus Mensajes por Asia primero, y después Europa, comenzando por Jerusalén y Antioquia de Siria, y siguiendo después por Filipos y Atenas hasta llegar a Roma y España. Lo cambiaste todo.  

Y donde había ídolos de oro, plata y piedra, prostíbulos y teatros, pusiste templos dedicados al único Dios verdadero, tu Padre, bajo la imagen austera de tu Cruz con tu imagen de crucificado. Donde había esclavos y libres, judíos, griegos y romanos, creaste la unidad fraternal de una Comunidad de Fe y de Comunión, indestructible, mundial.

 

DIVISIONES. Después llegaron las divisiones. Y llegaron otros ídolos. Y la lucha prosigue. Tú debes seguir en el timón de la Nave para pilotar el nuevo cambio. No lo dejes. Yo espero que tu acción, a través de la Iglesia, será valiente y eficaz.

 

ALEJAMIENTOS. A veces, sin embargo, me parece que tu Iglesia se está alejando de los hombres y de sus nuevas situaciones históricas. Como si hubiera perdido la juvenil capacidad de adaptarse.  

Ella habla desde un trono de mármol a un mundo que decididamente exige la Democracia. Utiliza un lenguaje retórico, filosófico, gélido, desarraigado, para convencer y orientar a unos hombres que solamente creen en lo que tocan y en lo que les lleva a vivir mejor, con más justicia y más seguridad.  

Ella se esfuerza en conservar lo que arrastra en su vieja carroza, destartalada, retorcida, en una actitud defensiva que Tú habías criticado y rechazado en los judíos, maestros y dirigentes de tu Pueblo. 

La Iglesia de los primeros siglos era diferente: Aguerrida, intrépida y conquistadora, salió de su salón de Pentecostés a la calle para encontrarse con el pueblo bajo.  

Habló en Arameo, en griego, en todas las lenguas de los hombres, hasta que llegó a Roma, y habló en latín, entonces la más viva de todas las lenguas, porque era la lengua del Imperio.  

Pero cuando el latín, muriéndose, creó nuevos idiomas, tu Iglesia comenzó a buscar estabilidad, seguridad, uniformidad. Y así la Liturgia que era su gran canal de comunicación, de comunidad y de comunión, se convirtió en un mayestático velo que cubría todo lo sagrado.  

No se aceptaba la realidad del cambio. Y tu Iglesia comenzó a alejarse de la humanidad a la que se debía. Se esforzaba, pero la rotura se hizo cada vez más sensible y profunda.

 

EL RETO PARA LOS CRISTIANOS. Todos los cristianos nos encontramos ante un gran reto. Todo seguirá cambiando aceleradamente. La Iglesia se confesó consigo misma y se arrepintió de todo, cuando se reunió en un Concilio famoso del siglo XX, el Vaticano II.  

Rasgó el majestuoso, misterioso velo, que la cubría y que cubría sus mensajes, para que todos los pueblos pudieran ver cara a cara la Verdad de tu Presencia y de tu Palabra. 

Todos quisiéramos una Iglesia vigorosa, joven, abierta, que piense más en Tí y en los hombres, menos en Ella y en sus poderes.  

Tendrá que cambiarlo casi todo para que Tú, el Inmutable, puedas llegar a hablar a las multitudes que cambian cada día. Este es el reto de la historia. El gran reto del cambio. 

Tu Iglesia, rejuvenecida, se sumergirá en la arrebatada torrentera del tiempo, para poder estar con los hombres, ayudarles, comunicarles, divinizarles.  

Si no lo hace, y se sienta tranquila, en la orilla del rió del progreso, tal vez vivirá apacible, pero seguramente lejana. Y quedará reducida a un resto de ancianos, con su mirada vuelta hacia atrás. Si no lo hace, la historia no se detendrá, y se construirá sin Ella. Si no lo hace, la Iglesia se convertirá en una Procesión, cada vez más reducida, de hombres y mujeres, cansados, cubiertos de medallas, de símbolos, de frases incomprendidas, con gestos mágicos, banderas deshilachadas, llevando cirios en las manos. 

Tu Iglesia debería mantener y multiplicar la energía de sus orígenes, para cabalgar, sin miedo, sobre el caballo de los tiempos, bien asida a la fortaleza inmutable de tu divina Persona y de tu Evangelio.

 

NO CASARSE CON SU TIEMPO. NI CON EL PASADO. Alguien ha dicho que es peligroso casarse con su tiempo, porque el que lo hiciera se expondría a quedarse muy pronto viudo. Tan rápidamente cambian las cosas. Pero yo añado y digo que me parece insensato casarse con el pasado, porque, hacerlo significa casarse con un muerto.  

Tu Iglesia, Jesucristo, no se casa ni con el presente, ni con el pasado, ni siquiera con el futuro. Porque ya está casada en matrimonio indestructible. Como dijo San Pablo, está casada contigo. Y Tú, como dijo también San Pablo, eres el mismo ayer, hoy y siempre. Y siempre quieres salvar y hablar a tus amigos y redimidos, los hombres y mujeres de cualquier época y de cualquier nación y lengua.

 

LO ABSOLUTO Y LO CONTINGENTE. Tú eres con tu Padre y el Espíritu, lo único absoluto. Lo demás, todo lo demás, es contingente, cambiante. Y todo puede progresar. Y progresa en una marcha gigantesca, hacia el punto Omega, el que Tú sabes, desde aquel día en que la orden de tu Padre Omnipotente no sólo dijo: "Multiplicaos", sino que también había dicho: "Creced".  

La Iglesia debe crecer, aun en el conocimiento de tu misma Verdad, a través de la acción misteriosa del Espíritu, como dijiste Tú mismo en la noche sagrada de tu Testamento, unas horas antes de ser detenido.

 

EL PROCESO DE MADURACIÓN CÓSMICA. ¿Cuándo llegará la historia a su madurez prevista por Tí?. Yo no lo sé. Pero sé que tu Iglesia juega un papel decisivo en este proceso de maduración cósmica. Te pido que sepamos realizar esta misión sobrecogedora, marchando gozosamente adelante, de la mano de nuestra humanidad frecuentemente turbada y ensangrentada.  

Bajo tu impulso creador, crecerá el hombre, es decir, progresará. Que no sea un crecimiento sólo cuantitativo, sino que, con el esfuerzo de todos, crezca también su perfección cristiana. Crecerá la humanidad. Crecerá su ciencia. Crecerá su dominio sobre las fuerzas naturales del Universo.  

Y tu Iglesia estará con los hombres y con su sociedad, y los ayudará a ser más humanos y más divinos. Esto es lo que Tú quieres. 

El hombre será más inteligente, más fuerte, más rico, a pesar de todos sus egoísmos, angustias y dudas. Tú, Cristo, no le abandones. Porque estos grandes cambios que se avecinan pueden ser tu manifestación, tu revelación, tu Encarnación prolongada a través de los tiempos y de los espacios. 

El viaje acelerado seguirá volando, supersónico. Ven con nosotros, aquí, en la misma clase turística, la más barata. Y dinos lo que piensas, lo que has pensado, lo que eres y lo que, con tu vida, muerte y resurrección, has realizado para nuestra transformación. 

Que Tu Iglesia sea principalmente Tu Encarnación en la Actualidad Eterna. Y que, por tanto, vaya cambiando cada día según van cambiando las cosas, manteniendo siempre intacto el Tesoro de tu Presencia y de tu Mensaje. Es decir, de tu Salvación.