Contra el desaliento

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Se van rápidamente las Fiestas de Navidad y Año Nuevo, Pascua y Verano. Tenemos frío, calor, temblamos, sudamos. Y estamos nuevamente ahí, en la estacada de la Cuesta, en el trabajo duro de cada día, en la temporada baja. Y tenemos peligro de experimentar una vez más el desaliento.

No fueron todo luces, bombillas, y estrellas, villancicos, playas, baños, regalos y buenas comidas durante las Fiestas. Porque todo llegó envuelto no en papel de colores, sino en las amarguras de la crisis económica nacional e internacional. Los años se nos prometen siempre brillantes. Iba a ser el Año de las Olimpíadas, de la Expo, del Quinto Centenario, de la Europa sin Fronteras, de la economía fuerte, positiva. Pero todo se volvió algo crujiente, como si todo estuviera algo carcomido en medio de un vendaval. Los árboles resecos son fácilmente tumbados por la fuerza del huracán.

Y es que nuestro mundo resulta algo grotesco. Y hasta un poco idiota e inconsecuente a veces. Es capaz de destruir el muro de Berlín y todos los muros de la vergüenza. Es capaz de humillar, y destronar dictaduras tan poderosas como las dictaduras comunistas. Es capaz de crear sueños de colaboración y de unidad como los que se preparan para Europa y para el mundo. Pero simultáneamente produce nuevos impulsos para resucitar viejos nacionalismos extremos, radicales, sangrientos, amenazantes. Simultáneamente exaspera los sentimientos racistas, xenófobos, asesinos, y echa de las propias fronteras a gentes que sencillamente buscan una forma de trabajar y de ganarse honradamente el sustento de cada día. Un mundo así parece loco. Los países hasta ayer tranquilos y aparentemente pacíficos bajo la bota militarista del Partido único se han librado de la bota, para después crear ejércitos y milicias propias y enfrentarse así con aquellos que eran compañeros del mismo camino y del mismo sufrimiento.

Hemos visto con preocupación que los doce de Europa querían ser más y prometían marchar juntos hacia una unidad común superior que estaba cerca. Pero, en vísperas de este matrimonio, todo parece tambalearse. Y los intereses nacionales están poniendo en peligro la unidad de la Comunidad. En el fondo las razones para ese desasosiego han sido siempre las mismas: la defensa de los propios intereses, frente a la invasión de los intereses de los demás. Es decir, el egoismo más desenfrenado se quiere imponer sobre la solidaridad del que comparte.

Hay gentes en Europa y en el mundo occidental que están convirtiendo la gran cuestión de diseñar el cuadro del post-comunismo y del siglo XXI en un pequeño asunto, de vacas, de leche, de mantequilla, de patatas, de naranjas, de hortalizas y de acero. Estas gentes están poniendo en peligro la paz actual entre los países hermanos y las grandes capacidades de un espacio con derechos humanos fundamentales, libertad, riqueza, liderazgo, justicia, cristianismo a causa de unos nacionalismos y racismos pequeños, raquíticos y conservadores de unas tradiciones que huelen a cosa vieja y trasnochada, a humedad de manuscrito de museo.

Por todo esto, muchos hombres y mujeres parecen sentirse decepcionados. Esperábamos que todos habíamos aprendido de tantos siglos de guerras. Pero parece que no es así. La duda se nota aun en algunos líderes políticos. Aunque hemos de reconocer que algunos países han tomado posiciones claras a favor del común entendimiento y de la marcha hacia la colaboración y la integración.

Hace unos años por Navidad escribía un artículo sobre los globitos que, en diferentes y graciosas figuras, se venden, en las calles y en las plazas de las ciudades, para regalar a los niños. Tienen diferentes formas y son de colores muy brillantes y hermosos, flotando sobre las gentes que caminan y se pasean. Es difícil escoger una persona que, en posiciones de autoridad, se haya merecido el regalo, el globo del Año Nuevo. Hay una mujer, sin embargo, que se ha levantado ante la humanidad, con sencillez y valentía, para decirle un mensaje de justicia y de paz con su palabra y su ejemplo. Se trata de Rigoberta Menchú, esa gran mujer guatemalteca, que en el año del quinto centenario se puso de pie y le cantó al mundo las verdades, sin resentimientos, sin odios, sin acentos subversivos. Y por ello ha recibido el Premio Nobel de la Paz.

Ella, simplemente, con su cabeza de pensadora y con su carácter de lider fraternal, les ha dicho a doctores y diplomáticos, reyes y presidentes políticos, yuppis, capitalistas, sacerdotes, sindicalistas, y a la propia "Madre Patria", España, lo que ella, mujer del pueblo, piensa sobre la Conquista Española y la "integración interétnica e intercultural". Según ella, todo eso es lo que deberíamos buscar en nuestros esfuerzos y trabajos. Y dejarnos de todo lo que nos enfrenta como enemigos.

A esta mujer guatemalteca, que encarna la realidad de tantas mujeres y de tantos hombres, explotados antes y ahora, le regalaría el más hermoso globo de Año Nuevo, en forma de estrella o en forma de corazón. Lo buscaría en cualquiera de las plazas del mundo. Ella es hoy el mejor mensaje para un tiempo que parece siempre llegar recubierto de negros nubarrones. Ella es una pequeña pero elocuente encarnación del Mensaje de Cristo, que es un Mensaje de Paz, de Alegría y de Libertad también hoy.