Aquel niño y nosotros

Autor: Ramón Aguiló sj.


Esta tarde me encontré con un niño. Y esto no es nada extraordinario. Ni para Uds. Ni para mí. Uds. los tienen en sus casas. Yo los tengo en mis reuniones de trabajo, y de instrucción.  

Siempre me han parecido extraordinariamente interesantes esos niños de siete u ocho años que están llegando a las críticas esquinas de la vida de adolescentes. Todavía no lo son. Pero ya están cerca. Y esos niños así ya piensan, ya tienen actitudes, ya eligen, ya manifiestan ciertos rasgos inequívocos de una personalidad, que después se derrollará a través del difícil proceso de socialización. 

Este niño que encontré hoy tendría unos cinco años y estaba de pie, con sus coloreados trajes de invierno, ante un mostrador de una casa de fotografía y juegos electrónicos e informáticos. Yo también me detuve para mirar lo que allí sucedía. Y en el mostrador iban pasando por la pantalla de un televisor los colores vivos, las figuras esquemáticas rígidas de los personajes de un juego. Yo miraba el juego, pero sobre todo al niño. No se movía. Estaba atento a los vaivenes de la pantalla con los personajes que topaban y caían. Los ojos del chaval estaban abiertos. No perdían pormenor. Era una mirada inteligente, hasta de una cierta complicidad. Así estuvo varios minutos. Tal vez diez. Yo seguí mi camino. El se quedó allí. Mirando. Me hubiera gustado entablar una conversación con él, para que me explicara lo que allí veía. Seguramente él comprendía el juego mejor que yo, mejor que todos los demás, que ni se detenían a mirar, y proseguían su camino, su paseo tranquilamente. 

Yo tengo muchos niños amigos que me llaman por el sencillo nombre de "Ramón". Muchos de ellos tienen ordenadores personales para jugar y escribir. Y algunos me han hablado de ello. Recuerdo a uno que iba con su Game, jugando en cualquier sitio. Me habla del Juego TETRIS. Y me explica cómo se juega. Curiosamente el Tetris es un juego informático-electrónico que nació en la Academia de Moscú (Ex-Unión Soviética) y ha sido comercializado y extendido por el mundo en la Gran Bretaña y los Estados Unidos. 

Otro pasaba largas horas jugando en las máquinas tragaperras de un Bar. Y estaba tan absorbido por el juego que ni saludaba a los amigos que pasaban cerca. Probablemente ni los veía. 

Los niños ven varias horas diarias de Televisión. Y los más tienen sus propios aparatos electrónicos e informáticos. 

Todo esto tiene grandes consecuencias en la configuración del modo de ser de esos niños. Nosotros mismos, los que procuramos estar en contacto con el mundo que nos rodea, hemos experimentado esa evolución en carne propia. El mundo actual ya no es el de nuestra niñez. Y nuestros horizontes vitales y sociales son más amplios y diversos de los que se daban entonces, hace ya unos cuantos años, cuando éramos niños. 

Son datos que deberían tener en cuenta los Comunicadores, los educadores, los que, como la Iglesia y las Iglesias, quieren transmitir un mensaje también a las nuevas generaciones. Algunas veces todos estos seres activos de la Comunicación se muestran tan cerrados que parecen ignorar las realidades del mundo que les rodea. Y así sucede que los grupos que les escuchan están formados por personas de la tercera edad, que ya no saben qué hacer. 

Estos niños que, como aquel del coloreado traje de invierno,  utilizan aparatos, juegos, lenguajes variados, los manejan, los comprenden y reciben sus mensajes, son diferentes. Y lo serán más en el futuro próximo. Yo no soy de los que piensan que todo es tan diferente, ni tan extraño. Pienso que las cosas son sencillamente así. Y me parece una gran falta de responsabilidad quedarse en el lenguage apocalíptico y contentarse con augurar calamidades. Todo lo contrario. Estos hombres del mañana podrán crear un mundo más tranquilo que los viejos hombres que hablan de paz y de Europa, mientras mantienen su amor ciego a las fronteras de sus nacionalismos trasnochados. 

Las nuevas generaciones tendrán rasgos diferentes de los nuestros, y algunos rasgos aparentemente contradictorios pero siempre humanos. Ellos son hombrecitos interactivos y frios al mismo tiempo. Ellos son pequeñas personalidades polivalentes en muchos sentidos: Pluri-culturales, Pluri-lingüistas. Estarán absorbidos profundamente por la nueva civilización de la imagen, de la técnica, en un mundo sin fronteras, sin vallas. Se parecerán a los niños de otras nacionalidades, y se entenderán con ellos mejor que nosotros con el vecino de casa. Ya no se podrá hablar de cultura en singular. Sino de culturas en el hombre, cruzadas, mezcladas, activas. Ya no se podrá hablar de un hombre libresco. Tendrá que hablarse de un hombre electrónico, eléctrico, informático, imaginero. Y todo esto, y mucho más que podría decirse, deberá ser tenido en cuenta por los que quieren decir algo a las nuevas generaciones. De lo contrario, serán voces en el desierto. Lo que produce algo que en mallorquín se llama "desencís" y en castellano "desencanto". Lo que le sucede al comunicador incomunicado. Como si un orador afónico estuviera hablando a una multitud ante un micrófono roto.