Caminante, hay un camino

Autor: Ramón Aguiló SJ

   

Me desagrada tener que contradecir a un poeta, tan admirado por todos los que podemos leer la lengua castellana. Pero la verdad me obliga. Con todo el respeto. El poeta cantaba y decía: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar...” Pero este cántico no vale para los cristianos, para los que creemos en Jesucristo, y hemos decidido seguirle, practicando lo que El nos enseñó, el “nuevo Camino”, como le llamaban los primeros apóstoles y las primeras comunidades creyentes. Por ello tenemos que decir y repetir: Todos somos peregrinos, caminantes, y todos seguimos el estrecho sendero que nos señaló el gran Comunicador, Jesús de Nazaret. 

Abramos las puertas que simbolizan  el recuerdo entrañable de aquel que se definió como “La Puerta”. Y una Puerta, como es El, debe ser una Puerta Abierta, porque una puerta cerrada es más bien un muro, una muralla, para cerrar el paso a los que pretendan entrar. 

Pero el recuerdo de Jesús que nació hace más de 2.000 años en Belén de Judá también crea en nuestra fantasía y en nuestra sensibilidad religiosa la imagen, el cuadro, la acuarela de un camino angosto, que va muy recto, iluminado, sencillo y austero, hacia un final glorioso con mensajes de lo Infinito, lo Trascendente, lo Eterno. 

El mismo Jesús que se llamó la Puerta, afirmó de Sí mismo, que era “el Camino”, por el que deben avanzar los peregrinos que no pueden detenerse porque su vida es el mismo movimiento, la evolución, el cambio. 

Nosotros, la humanidad, los que creen y los ateos, los agnósticos y los que no quieren pensar ni meditar, son como unos caminantes que están cruzando un río, más o menos ancho, impetuoso, pasando de una orilla a la otra orilla, por encima de un puente. Y el puente ha sido construido precisamente para pasar. Encima del puente el peregrino debe comportarse como un peregrino. Y este peregrinaje es de todos, de toda la humanidad. Lo que importa es llegar. Hemos nacido hace unos años, muchos o pocos. Lo importante es que nuestros días pasan rápidamente, y las semanas, y los años, sin detenerse, ni un instante. Y este caminar hacia el final del puente comienza en el instante “Cero” de nuestra vida, cuando todavía no hemos nacido. 

Tal vez por esta verdad resulta tan impresionante que el mundo cristiano experimente en este año el alegre imperativo de peregrinar. Unos hacia Roma, meta de enfermos, médicos, artistas, políticos, palestinos, judíos. Otros hacia las ciudades y pueblos de la Tierra de Jesús, hacia los Santuarios más famosos, hacia las Catedrales. Como si todos se pusieron en camino para afirmar que Jesús ha sido y es el Centro de la Historia, el Salvador de la humanidad y que, gracias a El, nuestro peregrinar se convierte en una profesión de Fe. 

Nuestro Papa ha sido el Peregrino ejemplar. Un hombre agotado, tembloroso, inestable, ha querido demostrar al mundo de todas las religiones y de todas las nacionalidades, que el saber  peregrinar es el mensaje de este año jubilar. Le hemos visto en tantas ciudades. abrazando a Musulmanes, Judíos, Cristianos de todas las confesiones. Hemos contemplado cómo pedía perdón por los errores y pecados de la Iglesia Católica, y cómo ella perdonaba a todos aquellos que la habían perseguido, martirizado, acosado, después de crucificar a Aquel que ella proclama ser “El Hijo de Dios hecho Hombre”, el “Cristo prometido”, el  “Juez de vivos y muertos”. Y la Iglesia sabe muy bien que no fue algo exclusivo de los Judíos, sino que también fueron responsables, los paganos, los gentiles, los romanos del Imperio. 

Hemos visto al Papa Polaco, sonrosado y encorvado, llorar casi en las ciudades y pueblos donde Jesús nació, vivió, trabajó, viajó, enseñó, mientras iba fundando  una Asamblea sin fronteras que se llamaría la “Iglesia”, sería su propio “Cuerpo Místico” y el edificio de piedras vivas sobre el fundamento de Pedro y de los Apóstoles.. 

Ese peregrino espiritual ha celebrado la Eucaristía en el mismo salón que fue el marco donde Cristo la instituyó. Ha besado el santo sepulcro donde el Cuerpo de Cristo fue sepultado, después de muerto en la Cruz. Y se ha postrado para pedir perdón, en el Museo del Holocausto, que es el recuerdo vivo, estremecedor, de lo que llegó a realizar la idolatría de una Raza que se sentía superior a las demás, la raza Aria, bajo la forma de un Partido Político totalitario: los campos de concentración, las cámaras de gas, los esqueletos vivientes que se convertían en cenizas. 

 Nosotros, los peregrinos, que hemos podido experimentar la alegría del cambio de siglo y de milenio, hemos de procurar vivir nuestro peregrinaje conscientemente. Y no intentar lo imposible, detener el tren, el avión supersónico en el que viajamos velozmente hacia nuestro final, para penetrar en la realidad definitiva. 

La Iglesia nos pide en este año jubilar que sepamos peregrinar alegremente, cantando,  superando las barreras que nos dividen, dando la mano a todos para formar la inmensa cadena de la solidaridad. Nos pide en concreto que nuestra peregrinación se dirija “hacia Cristo, presente en los que sufren y en los marginados”.  

El Poeta cantó: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”. Y nosotros podríamos entonar nuestra canción: “Caminante, hay un Camino/ un solo Camino, por el que hay que caminar./ Un Camino, recto, recto, que nos lleva hasta el final./ Un Camino estrecho, limpio/ bajo un Sol  de oro y de paz./ Un Camino que es el mío/ y el de todos / los que queremos llegar”.