Nuestras tentaciones

Autor: Ramón Aguiló SJ  

 

 

Publiqué un comentario sobre la Novela de Nikos Kazantzakis "La última Tentación". Y debo confesar que mientras leía las páginas de esa profunda e inquietante novela, iba pensando también en el Cuerpo Místico de Jesús que somos todos nosotros. Como Cristo fue tentado durante su vida entre los hombres, los Cristianos individualmente, y comunitariamente la Iglesia son tentados también a través de la Historia y de la propia vida. Y ojalá que se pudiera afirmar de nosotros y de nuestra Iglesia, que hemos sido lo suficientemente fuertes, valientes y coherentes para vencer en las pruebas. Como lo hizo Jesucristo. 

Se podría también escribir una hermosa novela sobre las últimas tentaciones de la iglesia y de los cristianos, esas tentaciones que se han ido planteando a través de los siglos, dejando a veces malherido al Cuerpo de Cristo y sepultados en las cunetas de los caminos existenciales a tantos cristianos. 

Aquel famoso inglés, convertido al Catolicismo, Gilbert Keit Chesterton, escribió brillantes y originales páginas sobre el Carro Histórico de la Ortodoxia. Lo vió resquebrajado y con los hierros retorcidos y maltrechos, por los accidentes y guerras del pasado, pero arrastrando siempre adelante la encendida antorcha de la la Verdad. 

Y es que el Cristo Místico, como el Cristo físico, ha experimentado todas las formas de tentaciones que Nikos el griego ha reconocido y descrito en su novela. Y muy especialmente la última: la tentación de ser un hombre sencillamente como todos los demás. Un hombre como el vecino de enfrente. Un hombre como el que ama a su mujer y a sus hijos. Un hombre como el que trabaja incansablemente la tierra o el comercio para vivir bien y transmitir a los demás de casa una buena herencia. Este es el libro de Nikos. Pero también esta es la historia angustiosa de la Iglesia y de los cristianos. 

La Iglesia de Jesús ha sido tentada, y no siempre ha salido victoriosa, de querer parecerse a los poderes de este mundo, para manejar las palancas de la política y de la economía. Como Jesucristo, el Hijo de Dios, fue tentado de ser sólamente un hombre. Y en esa nuestra novela, llena de historia y de pasión, tendríamos que describir a una iglesia sentada entre los poderosos políticos del mundo, decidiendo la suerte de los hombres. Y tendríamos que describir los manejos cristianos de los sutiles manipuladores de la economía para enriquecerse. Y la veríamos en los palacios de los reyes y de los aristócratas, de las "buenas" familias y de los ricos del pueblo, manejando y dirigiendo a los demás. Como si se hubiera olvidado de que estaba aquí para servir. Como El sirvió. 

La Iglesia de Jesús debe estar encarnada en una cultura, en una comunidad, en un pueblo. No puede ser como un ángel peregrino sin cuerpo, sin lugar. Pero nuestra Novela tendría que describir a una iglesia que muchas veces se ha convertido en servidora y manipuladora de una patria, creadora de divisiones entre seres de diferentes razas y nacionalidades. Como si fuera una fuerza política con una ideología nacionalista, separatista, meramente cultural. Jesús fue un hebreo. Un galileo. Fue Jesús de Nazaret. Pero no fue el Mesías libertador que esperaban los judíos frente a las fuerzas militares de ocupación, los detestados romanos del Imperio. No quiso ser un terrorista, ni quiso crear su propio gobierno en la sombra, como le sugirieron los hijos del Trueno.Y como se lo pedía el ambiente siempre nacionalista de su pueblo. Jesús venció la tentación. Y fue adelante en su misión internacional, mundial, interhistórica, por encima de las fronteras y de las inculturaciones locales. Si no hubiera sido así, Jesús hubiera sido un separatista. Como separatista y divisionista sería la Iglesia si cayera en la tentación del nacionalismo. 

Cada cristiano sabe cómo ha sido tentado de parecerse a los demás en todo. Y cómo le disgusta ser diferente. Sacerdotes que han amado a una mujer y se han casado con ella, y han tenido hijos. Como los demás hombres. Y cristianos, creyentes, que viven prácticamente como los ateos y los agnósticos, a pesar de lo mucho que Jesús exige a sus seguidores. También todo esto debería describirse en nuestra hermosa Novela de las Tentaciones. 

El equilibrio es muy difícil. A veces torturador. Es inquietante caminar cerca del fuego sin quemarse. Es inquietante ser al mismo tiempo un gran hombre y un hijo de Dios. Es una tortura estar en una tierra de pueblos diferentes, diferentes lenguas y diferentes culturas, mezcladas, como si fueran polvos de una misma masa de pan, y al mismo tiempo amar a todos los hombres, y ser miembro activo de una iglesia que -como el Jesús Salvador de todos- debería pasar por encima de todos los muros y las fronteras. 

El equilibrio. Esta es la palabra. Pero esta palabra lleva al Lugar de la Calavera, al Gólgota y a la Crucifixión. Los cristianos somos ciudadanos de dos mundos, de dos patrias, una de aquí, otra de allá. Y es muy fácil caer en el pecado de la traición contra una de las dos. Y siempre hay alguien dispuesto a condenarnos y crucificarnos. Ojalá podamos repetir el grito de Jesús antes de morir. "Lanzó un grito triunfal: Todo está consumado. Y era como si dijera: Todo Comienza". Así termina Nikos su Novela. Y así debería terminar la nuestra. La personal. Y la de la Iglesia. Crucificados, pero victoriosos. Como El.