Los políticos frustrados

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

 

Los ví dialogar en la pequeña pantalla de la Televisión. Eran dos políticos locales, y un periodista.

 

Y la verdad es que sentí una sensación de compasión. Y hasta de comprensión. La idea que se repetía en aquella entrevista era la idea de la frustración política, que es algo más que un sentimiento profundo, porque tiene una gran dosis de pensamiento y de convicción.

 

Aquellos políticos  reconocían públicamente y ante el auditorio televisivo que estos años de autonomía política y administrativa no habían sido gran cosa, y que había faltado un proyecto de país.  Y salió repetidas veces la palabra "frustración".

 

Me pareció algo lastimoso. Y creo poder afirmar que aquella posición negativa no era la posición calculada, táctica, contra el partido político gobernante en el archipiélago. Al menos no tuve esta impresión. Era una especie de confesión pública de un fracaso, al menos parcial. Y una confesión es siempre beneficiosa, y también redentora, y además liberadora.

Tal vez habría que tomarlo todo así. Sin embargo, me parece que hay algo más. Y que no estaría del todo mal recapacitar sobre ello en estos meses en que se vuelve a hablar de elecciones.

 

No podemos decir que los pueblos se sientan frustrados. No sé si esperaban mucho de las autonomías. Tal vez muchos ciudadanos de nuestro "país", si es que llegamos a serlo, no sabrían exactamente definir hasta qué punto se puede hablar de autonomía, de gobierno autónomo, de parlamento, de Estatuto y de Leyes aquí. Todo eso, lo político y lo administrativo, sucede aquí como si se deslizara un chorro de agua sobre las piedras de mármol de una montaña. No creo que penetre demasiado. Y es muy probable que muchos estén más enterados de lo que sucede en Madrid, en Londres, en París, en Washington, en Moscú y de los personajes estatales e internacionales que de lo que sucede en nuestro "Parlament" y hasta en nuestra Televisión, en nuestro reducido territorio.

 

Los pensadores y los políticos podrían hallar en este desinterés general una sólida razón para sentirse "frustrados". Pero todos ellos deberían mirar más hacia su pueblo, el pueblo al que desean representar y dirigir. Deberían escuchar más al pueblo que camina por las calles, que no lee los diarios, ni los boletines oficiales, que se entera de los deportes a través de la Radio y de la TV o de alguna revista especializada. Los políticos deberían dedicar algún tiempo para dar un paseo a pie por las calles y plazas y no contentarse con visitar monumentos históricos y recordar grandezas pasadas.

 

Tampoco deberían preocuparse demasiado por el tiempo que va a hacer, si lloverá o no, si habrá nieve o viento.

 

No hay cosa peor para un político que dirigirse a un pueblo que no existe. No hay cosa peor para un comunicador que utilizar unos códigos incomprensibles para aquellos que deberían recibirlos, descodificarlos y analizar sus contenidos. No hay cosa peor para un dirigente de un pueblo que empeñarse en seguir un camino totalmente diferente de los impulsos invencibles de la historia.

 

Los políticos con sus ideas y sus propuestas, sus decisiones y sus normas son parte de la dinámica histórica, pero sólamente una parte. Si no saben realizar su papel histórico, la misma historia los rechaza. Es decir, los deja en la cuneta, en la orilla del río, como residuos moribundos. Y esto es verdad para todas las ideologías, los programas, y hasta para las religiones y las iglesias.

 

El mismo día en que se hablaba de frustración política, leí que se hablaba de cultura trilingüe y de una educación de los niños a partir de esta realidad. Me pareció una barbaridad pedagógica. Y no sólo pedagógica, sino mucho más. Me imaginaba a esos niños modernos teniendo que saltar las tres barreras para llegar a ser algo en un mundo tan complejo.

 

Me bastaría con que aprendan una lengua bien en la Escuela y otra en su propio hogar. Después habrá tiempo para perfeccionarse en las dos fundamentales, e ir completando el espectro lingüístico, a través de los largos años de estudio y de los estudios realizados en otras partes y de los viajes.

 

Si cuando éramos "bicolores" teníamos dificultades en la comunicación, podríamos profetizar sin ser profetas que cualquier intento de "tricolorismo" será desastroso.

 

Los cambios de los países del Este, de la Unión Soviética, y antes de las grandes Dictaduras, han demostrado que las "normalizaciones" son transitorias y a la larga, ineficaces, y que más bien producen reacciones contrarias en los pueblos, que buscan sus propios caminos, y son capaces de destruir todas las normas impuestas, todas las ideologías, todas las estructuras, aun las más represivas. Stalin está por los suelos. Y por los suelos está todo lo que significaba imposición desde arriba. Los políticos han de dejar a los pueblos que creen su propia personalidad y su realidad. Los políticos sólamente podrán expresarlas en parte, y teniendo en cuenta que son sólamente unos metros en el largo y variado kilometraje de la historia.