¿Libertador delincuente?

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

 

Jesús de Nazaret, yo me siento muy impresionado cuando contemplo una Cruz. Las veo por todas partes. 

Desde mi ventana veo las cruces que están en la torre más alta de las iglesias y templos. Veo que brillan. Veo que a veces se mueven un poco a causa de los vientos. También las puedo contemplar de noche porque las iluminaciones modernas de las ciudades llegan hasta los campanarios. 

Con motivo de algunas celebraciones personales o colectivas nos encontramos en algunos hogares. Los habitantes de aquella casa suelen llevar a sus visitantes a unas salas especiales. Y en ellas es muy impresionante ver que en algún lugar especial se encuentra algún crucifijo. Y es muy probable que los miembros de aquella familia te dirijan una breve oración, al contemplarte y recordar tu muerte en la cruz por todos nosotros.

Yo también veo cruces pequeñas por las calles, sobre los pechos de los más inesperados personajes. Muchas veces he contemplado a hombres y mujeres trabajadores gritando JUSTICIA en las manifestaciones multitudinarias y he visto brillar también pequeñas cruces que parecen de oro o de plata, colgadas de una cadenita de sus cuellos vigorosos.

Y las he visto también en muchachos y muchachas, que parecen vivir ligeramente su vida en los colegios, los salones de cine y en las discotecas donde se baila, se fuma y a veces se inyectan drogas. 

Y, con motivo de estas agradables experiencias cristocéntricas me pregunto muchas veces con el corazón agitado por qué las cruces han adquirido tanta importancia, siendo el lugar donde morían en Israel, y entre los romanos, los delincuentes más peligrosos que habían cometido graves delitos. La cruz es un verdadero lugar de tortura. Lo que en la cruz buscaban los dirigentes era que los condenados por los jueces o por las autoridades sufrieran mucho, ya que habían realizado grandes males a los conciudadanos contra las leyes y contra los decretos de los que mandaban.

Pero Tú, Jesús de Nazaret, hermano mío muy amado, has cambiado el aspecto de las cruces. Ahora ya no son instrumentos de tortura y de muerte, sino el la realidad de una liberación universal. 

Podemos y debemos afirmar que la Cruz en la que Tú has muerto es un enorme grito de Libertad. Por eso todos nosotros nos sentimos tan felices, cuando colocamos cruces sobre nuestros edificios religiosos, sobre los altares en donde se celebran los ritos litúrgicos de la Sagrada Eucaristía, cuando queremos que presidan las habitaciones de nuestros hogares y casas, cuando nos colocamos sobre nuestro pecho una pequeña crucecita de oro o de plata, con brillantes o con diamantes o sencillamente, de madera.

La Cruz, tu Cruz, está en todas partes. Es como si el mundo se hubiera convertido en un enorme Calvario. Y como si todos los que tenemos fe sintamos la felicidad de estar en un camino seguro y de poseer una verdad divina y eterna.

Este es el gran mensaje que Tú nos enseñaste y que tus seguidores han proclamado.

El Evangelio de tu apreciado amigo y apóstol Juan (capítulo3) recuerda las palabras que comunicaste a tu visitante nocturno, bajo la tranquilidad de las estrellas. Nicodemo te visitó de noche. Y Tú le revelaste muchas y hermosas verdades. Le dijiste: “Nadie ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo, EL HIJO DEL HOMBRE. LO MISMO QUE MOISÉS ELEVÓ LA SERPIENTE EN EL DESIERTO, ASÍ TIENE QUE SER ELEVADO EL HIJO DEL HOMBRE, PARA QUE TODO EL QUE CREE EN ÉL TENGA VIDA ETERNA”

Todos sabemos lo que recuerdan estas tus palabras tan maravillosas. Lo narra el Libro de los Números (capítulo 21). Los hebreos huían de la dictadura de los Faraones Egipcios y caminaban por el desierto. Tuvieron que sufrir mucho. Y algunas veces protestaban. Y Dios quiso castigarles. Y envió serpientes venenosas que los mordían y los mataban. Pero Moisés, el gran Libertador, suplicó a Dios que perdonase a su pueblo. Y Dios le dijo que construyera una serpiente y la colocara en un estandarte. Los mordidos por alguna serpiente venenosa quedarían sanos, al mirar hacia aquel símbolo del perdón divino. 

Moisés hizo una serpiente de bronce, que acompañaba al pueblo de Israel. Cuando alguien experimentaba la herida de las serpientes que inyectaban venenos, miraba hacia la de bronce. Y quedaba curado. Era como si la mirada fuera una oración a Yahvé.

Tú recordaste este hecho. Así explicabas a Nicodemo por qué debías ser elevado. Todos hemos comprendido, y tal vez el sabio fariseo también, que Tú estabas previendo y profetizando cómo morirías, porque morirías en lo alto de una Cruz.

Ahora la Cruz es para todos los que te seguimos el Símbolo de nuestra Salvación, de nuestra Liberación. Por eso la veneramos con tanto afecto. Yo he besado y he visto besar a muchos otros, un trocito de la cruz en donde Tú has muerto. Esto se repite cada año en una Fiesta que se llama la EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ. Esta fiesta tuvo su origen precisamente en la Dedicación de la Basílica que se levantó en Jerusalén para mostrar al pueblo la CRUZ DEL REDENTOR

Sobre el altar en donde se repite la Sagrada Eucaristía debe estar presente un Crucifijo.

Y todos esperamos que, en el día de nuestra muerte terrena, los familiares coloquen una sencilla Cruz sobre el ataúd que contendrá nuestros huesos muertos. Será una fuerte llamada hacia la segura Resurrección de aquel cadáver. Tú has muerto en la Cruz para salvar a todos los que estamos envenenados con los males de esta tierra pecadora. Estamos salvados.

Jesús, así te lo pedimos todos. Concédenos esta gracia eterna a todos los que veneramos la Cruz. Y la veneramos frecuentemente. El Viernes Santo se realiza en nuestros templos un rito especial que nos lleva a todos los participantes en él a la ADORACIÓN DE LA SANTA CRUZ. Es una forma de entrada triunfal de la Cruz en las iglesias. El Sacerdote o el Diácono van mostrando y elevando la Cruz ante los asistentes, mientras dicen o cantan: MIRAD EL ÁRBOL DE LA CRUZ DONDE ESTUVO CLAVADA LA SALVACIÓN DEL MUNDO. Y todos respondemos: VENID A ADORARLO.

Y todo va terminando en una hermosa poesía cantada:



Tu Cruz adoramos, Señor
Y tu Santa Resurrección alabamos
Y glorificamos.
Por el madero ha venido la alegría
Al mundo entero.

El Señor tenga piedad y nos bendiga
Ilumine su rostro sobre nosotros
Y tenga piedad.

Tu Cruz adoramos, Señor,
Y tu Santa Resurrección alabamos
Y glorificamos.
Por el madero ha venido la alegría
Al mundo entero.


Señor Jesús, este rito en unas horas de la llamada Semana Santa, cuando recordamos la emocionante tristeza que nos comunica tu Muerte, todos aclamamos la Cruz en la que Tú has muerto como un Delincuente, Tú que has sido y sigues siendo el LIBERTADOR DE LA HUMANIDAD. Gracias, Jesús. Todos queremos besarte. Y por ello depositamos un beso sobre el símbolo de un Crucifijo, o sobre un trocito de madera, venerada fervorosamente porque lo consideramos arrancado de la Cruz que en verdad Te sostuvo y fue regada por tu Sangre generosa y salvadora.