La catedral en mi casa

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

 

LOS OJOS DE LA FE. Jesucristo de Nazaret. Yo no Te puedo ver con mis ojos, aunque los tenga bien abiertos. Ni de día, cuando el sol cubre de colores y de calor, de hermosura y de vida, todas las cosas. Ni tampoco de noche, cuando todo se adivina, aunque no se vé, y todo adquiere una negruzca silueta de embrujo. Pero Tú me has dado otros ojos, que ven mucho más que los ojos de mi cuerpo. Y con estos ojos Te veo. Y Te contemplo en los sitios más inesperados. Estos ojos omnipotentes son los ojos de la Fe que es un regalo tuyo. Me imagino el Universo, con todos los astros y este planeta pequeño y un poco ramplón donde he nacido, como un gran pedestal, un etéreo monumento inmenso sobre el que estás Tú, vivo, hermoso, generoso, perdonador. Y entonces me es fácil orar. Me basta con dar crédito a mi fantasía, y decirte: Jesucristo, soy yo. Tú lo sabes todo y sabes que Te quiero.

 

ORAR ES BELLO. Orar es tan hermoso... Orar es encontrarte. Es contemplarte. Es escucharte. Es contestarte. Es vivir en un mundo transformado, en un mundo de verdades, en un mundo de paces, de amistades verdaderas, de gozos tranquilos y de sacrificios asumidos como estructuras fundamentales de mi ser. Orar es peregrinar por un mundo diferente del que las gentes sin fe crean y manejan. Orar es elevarse. Es penetrar en el Reino del Padre querido y experimentar la inefable alegría de ser su hijo, salvado, seguro, divinizado.

 

ORAR ES IMPORTANTE. Si Tú, Jesucristo, me iluminas, todo queda claro en mí, lo difícil se vuelve asequible y lo agresivo pierde sus uñas, sus garras, sus rugidos. Y hasta las fieras bestias se convierten en amables compañeros y amigos, como les ha sucedido a grandes santos. 

Tú nos has pedido que sepamos orar, que oremos constantemente, sin cansarnos, que oremos con una enorme confianza, que oremos al Padre con un sentido de fraternidad colectiva, que oremos insistentemente y en tu Nombre, con humildad, poniendo todo el corazón, porque el Padre nos concederá lo que en tu Nombre, pidamos. Que pidamos el perdón, que pidamos por los que nos dañan y persiguen y se sienten nuestros enemigos, que pidamos cosas buenas para todos. Hasta compusiste, improvisándola, una Oración famosa que se ha traducido a todas las lenguas del mundo, que ha sido rezada por todos los cristianos de la historia varias veces cada día, y que todos decimos juntos, cuando celebramos tu Presencia y tu Comunión en la diaria Eucaristía. Esta oración  se llama el "Padre Nuestro". Así pusiste las bases de la Liturgia sagrada y de la Liturgia Celestial. Todo está en Mateo, capítulo 6 y en Lucas, capítulo 11.

 

TU HAS ORADO AL PADRE. Pero Tú nos alentaste a orar con tu propio Ejemplo. Como siempre, Tú nos has precedido también en la oración. Tú oraste, humilde, como un Hombre de tantos, uno más, aunque fueras el Hijo de Dios. Y orando Te has constituído en modelo de todos los adoradores, orantes y suplicantes de la Historia. Y, con tu Ejemplo, nos has dicho: "Seguidme...Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera, y Yo soy manso y Humilde de corazón". Tú has orado durante toda la Vida terrena. Y me parece que, como verdadero hombre, Te era fácil, familiar, espontáneo, encontrarte con el Padre y dialogar con El. 

Oraste como Niño y como Joven. Oraste con tus Papás en las Fiestas Israelitas, en el Templo de Jerusalén, en las sinagogas de tus pueblos. Oraste especialmente cuando tuviste que abandonar tu Familia, a los doce años, para quedarte en el Templo entre los Doctores y comenzar a manifestar tu Presencia Mesiánica entre los dirigentes y los sabios de tu pueblo. Te ibas a ocupar de los asuntos de tu Padre. Comenzabas la inmensa obra de la Redención Universal. Y partiste para ello de aquella ciudad sagrada, de aquel símbolo inequívoco del Monoteismo Oriental, Jerusalén. 

Oraste cuando llegaste a ser el Hombre, el Hijo del Hombre, como Tú mismo Te has definido. Orabas y escuchabas la Voz de tu Padre, como un gran estruendo, cuando tu Precursor, Juan el Bautista, Te bautizó, dentro de las ruidosas aguas del Río Jordán, aunque se había negado a hacerlo porque se sentía indigno de ello.

 

EN TU BAUTISMO. Fue una verdadera Teofanía, porque se manifestó Dios al dar testimonio de tu misión y se manifestó el Espíritu Santo en forma de paloma. Y las palabras que se escucharon del más allá fueron alentadoras para Tí: "Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadle". Era el testimonio del Padre que Te reconocía como a Hijo y Salvador. Era la manifestación visible de tu Divinidad. Era el comienzo de tu Vida de Comunicador, de Legado, de Redentor. Era la puesta en marcha de un Mundo Nuevo, el mundo de los Hijos de Dios. Era una precisa indicación de que el nuevo camino, que Tú estabas abriendo, tenía que ver con la lucha contra el Mal, una lucha incansable, que sólamente podía terminar con la victoria definitiva.  

Tú Te hacías bautizar como si fueras un pecador. Te pusiste en la cola de los pecadores que escuchaban a Juan, se arrepentían de sus faltas, y querían experimentar la alegría del perdón y de la rehabilitación. Esperaste. Juan predicaba un bautismo de Penitencia. Para pecadores. Y Tú Te presentabas como un pecador arrepentido y penitente. Porque Tú, Hombre y Encarnación de toda la Humanidad delincuente y débil, habías tomado sobre Tí la representación de todos los que se sienten pecadores, es decir, de todos los seres humanos. Inmerso hasta lo más hondo en esa impresionante y manchada realidad del pecado, Tú eras en aquel momento y en otros de tu Vida el Hombre por antonomasia, el Hijo del Hombre, cargado de responsabilidades y de caídas. Y nos señalabas la ruta a tus seguidores de todos los siglos: Bautizados con otro Bautismo, el Tuyo, somos perdonados, y catapultados por tu Fuerza hacia otro modo de existencia, la existencia de los creyentes y de los sencillos apóstoles de tu Verdad. Vivimos esta nueva realidad todos los días, y la oración, bien hecha, nos vuelve conscientes, siempre más, de este nuestro destino superior. Nos han narrado tu Bautismo Mateo, capítulo 3, Marcos, Capítulo 1 y Lucas en su Capítulo 3.

 

ORASTE EN EL DESIERTO. Juan no lo quería. Pero Tú le convenciste. Tú estabas orando. Y el Padre, con el Espíritu, se manifestó a tu favor. El Desierto Te llamaba. Necesitabas vivir la más impresionante de las experiencias humanas: la completa Soledad y la Fuerte Tentación. Hasta en esto debías ser hombre, para que nadie pudiera sentirse olvidado. El Espíritu Te empujaba, como si fuera un huracán. Y Tú seguiste los senderos que El Te iba indicando. Y Te sumergiste en las nubes de arena, entre las dunas escuálidas, bajo los soles ardientes y las silenciosas estrellas. Allí Te echaste sobre la arena para orar, para encontrarte nuevamente a solas con tu Padre Dios. Estabas en el desierto. 

Nos lo han contado Mateo, Capítulo 4, Marcos, Capítulo 1 y Lucas, Capítulo 4. Debías tener la escalofriante experiencia del Desierto. Duró cuarenta días aquella soledad buscada, agitada, tentadora, con la compañía de aquel que es considerado la concreción y el símbolo de todo mal. Tú le esperaste ayunando. No comías, no bebías nada. Y tuviste hambre. 

El Mal Te puso a prueba: quiso ofrecerte un camino diverso, quiso tergiversar tu Misión de Profeta, de Mesías, de Salvador. Pero Tú le venciste. Tú fuiste más grande, más generoso, más sacrificado. Te dió fuerzas la oración. Podías comenzar la bella historia del mundo cristiano. Dejaste el Desierto y caminaste vigorosamente hacia la Galilea de tus años mozos.  

Pero las tentaciones siguen. Y ahora tientan a tu Iglesia y a tus seguidores. Con parecida violencia. Hemos de saber vencer. Por eso hemos de orar, orar intensamente, en nuestro conflictivo desierto de este mundo de carne y de materia.  

Mi amigo el pintor ha dado un nuevo enfoque al relato de tus tentaciones. Te ha pintado en la azotea de una alta casa moderna, frente a la silueta inequívoca de una gran ciudad de nuestros días. Tú la estás contemplando con el infinito deseo de conquistarla. El Tentador Te ofrece una metralleta y un puñado de billetes de banco verdes: el poder y el dinero, los dos grandes resortes que utilizan los hombres para conquistar el mundo y dominar a sus semejantes. Tú que llevas puesta una llamativa bufanda rojiza, con un gesto despectivo, los rechazas. No quieres el poder, ni el poder político-militar, ni el poder económico. Porque Tu Misión es la de servir a la humanidad, sufriendo por ella y entregándole, con la salvación, el mensaje de la Divinización personal y colectiva. Es una llamada a la oración elevada, a una visión superior de las cosas.

 

VIVíAS ORANDO. Tú orabas cada día. Dicho con más precisión: Tú vivías orando. Como si para Tí la oración fuera la misma existencia, y la existencia fuera una oración constante. Tu mirada no era sólamente la mirada de unos ojos abiertos que, como los míos, no ven más que formas iluminadas, pintadas de color, en movimiento continuo. Tu mirada penetraba más allá de estas formas coloreadas, y pasaba al mundo real, muy real, de Dios y de los espíritus. En este mundo superior, extraterreno e inmaterial, todo es oración, espiritualidad, verdad indiscutible. 

 

EN EL TABOR ORABAS. A veces se manifestaban los luminosos estallidos de esta oración, como, por ejemplo, en el Monte Tabor, cuando, "mientras orabas", Te transfiguraste, ante tres de tus Apóstoles elegidos. Me lo han contado tus amigos: Mateo (Capítulo 17), Marcos (Capítulo 9) y Lucas (Capítulo 9). Ninguno de ellos estuvo allí. Pero los tres pudieron recibir el testimonio de los testigos oculares que fueron Pedro y los dos Hijos del Zebedeo, Santiago y Juan. Tu "rostro brillaba como el sol y tus vestidos se volvieron esplendentes como la luz". Sería una visión maravillosa. Tú te mostraste como el Centro de la Ley de Moisés y de los Profetas, representados por Elías, que conversaban contigo. También en esta ocasión, se ha podido escuchar la Voz del Padre, que Te presentaba como a su Hijo, y Te apoyaba con su Palabra, y nos pedía que Te escucháramos, porque Tú nos comunicabas su Mensaje de Salvación. 

No es extraño que Pedro se sintiera tan gozosamente en aquella montaña alta,  y te sugiriera, sin grandes miramientos por el realismo, levantar allí tres chozas, para los tres que estabais dialogando. Y curiosamente, rodeados de luz y de felicidad, hablabais de tu destino: la Cruz y la Muerte, ya muy cercanos en el tiempo. Era el destino, profundamente humano, integralmente humano, que habían contemplado todas las comunicaciones de Dios a los hombres y a los miembros del pueblo de Israel. Estaba llegando su cumplimiento. Estaba llegando su culminación. Iba a comenzar una nueva Historia de la Humanidad Salvada. Pedro mantuvo presente durante toda su vida aquella Experiencia inaudita. Por ello, la recordaba más tarde en su Segunda Carta, Capítulo 1. 

Tu transfiguración, a través de la oración humilde, nos señala, como una flecha, el camino de nuestra transfiguración, personal y comunitaria. Hemos de orar. Y así, insensiblemente, silenciosamente, pausadamente, a través de nuestro propio Calvario y de nuestra Cruz, nos vamos transformando, nos vamos transfigurando en Hijos de Dios y Hermanos tuyos, se va manifestando ya en este mundo lo que seremos después, cuando podamos verte cara a cara.

 

ORABAS AL FINAL DE TU VIDA. En diversas ocasiones importantes de tu Vida, supiste aislarte del ambiente más o menos agitado. Y te pusiste a orar. Pero, sobre todo, me parece algo maravilloso aquel conjunto de oraciones y sufrimientos, que abarca las últimas 24 horas de tu existencia hasta tu Muerte en la Cruz. Estas horas fueron una manifestación de tu Voluntad Salvadora: fueron tu Testamento. Comenzaron en el Comedor de la Ultima Cena y terminaron cuando exhalaste el último suspiro en lo alto de la Cruz entre las tinieblas. En este tiempo fuerte, definitivo, tuviste la primera Oración Eucarística de la Historia, la llamada Oración Sacerdotal pidiendo la Unidad de los Apóstoles y los Creyentes en Tí, y la terrible Oración de Getsemaní, en la que se entabló en Tí aquella feroz lucha entre la Voluntad de tu Padre y tu miedo al Sufrimiento que Te esperaba. Más tarde, la Cruz fue el impresionante altar sobre el que Te ofreciste, el más grande de los Hombres, en las más cruel y bárbara de todas las injusticias. Y Tú seguías orando, perdonando a los que no sabían lo que hacían, expresando solemnemente tu Gran Soledad y ofreciéndote al Padre. "Padre, a tus manos encomiendo mi Espíritu". Fueron tus últimas palabras antes de morir. 

Tus Evangelistas han pintado y recogido el clamor de tus oraciones en aquellas hora extraordinarias y únicas. Pero, sobre todo Juan, en los capítulos finales de su Evangelio, desde el 13 hasta el 19, lo ha recogido todo con muchos pormenores íntimos y aleccionadores.

 

TRES MOMENTOS IMPRESIONANTES. Pero yo quisiera subrayar, para terminar esta carta, que hay tres momentos en tu vida y en tu enseñanza que me han impresionado por su originalidad.  

1. Tu Capacidad de concentración ante los demás. La primera se refiere a tu facilidad por aislarte y orar, ante los propios Apóstoles y Discípulos. Normalmente Te separabas de ellos, o Te subías a una montaña, o Te marchabas hacia un lugar desierto. En otras ocasiones no fue así. Orabas sencillamente en el momento más inesperado. Y se te notaba. Y los discípulos quedaban admirados. Dice Lucas (Capítulo 9): "Una vez que estaba Jesús orando sólo, en presencia de sus discípulos, les preguntó". Nosotros deberíamos poder imitarte en esa facilidad para encontrarte a Tí y al Padre. En medio de nuestras actividades diarias, en esos momentos que parecen muertos, vacíos, letárgicos, deberíamos tener la posibilidad de decirte algo, de ofrecerte algo, de pedirte algo. Sería un flash. Una iluminación. Una inyección de optimismo y de vida. Como lo era para Tí. ¿Jaculatorias?. ¿Oraciones dichas de memoria?. Sería mejor una palabra breve, una frase, surgida, como un chispazo, del interior. Nuestra agitada existencia no nos permite hacer mucho más. Tú en esto también eras excepcional. 

2. Orar con pocas palabras en la soledad de la propia casa.  Hay una enseñanza que también quisiera recordarTe, y que Mateo (Capítulo 6) nos ofrece, en exclusiva, en el Sermón de la Montaña, cerca de Cafarnaúm. Nos dijiste a todos que no practiquemos nuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos. "Cuando oréis, no seáis como los hipócritas que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, bien plantados, para ser vistos de los hombres [...]. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu habitación y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis, pues, como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo".  

Este texto nos enseña que hemos de saber aislarnos en un mundo que cada vez es más agitado, ruidoso, pendenciero, para orar y encontrar a Dios, tu Padre, y a Tí, nuestro amigo y salvador. No es difícil lograr este aislamiento en la propia casa, cerrando la puerta, como Tú dices, porque allí está Dios, y estás Tú con nosotros. Además nos pides que no hagamos discursos, ni oratoria barata, ni usemos palabrerías, ni libros rebuscados, ni oraciones redactadas por otros, para orar bien. Dios lo sabe todo. Sabe lo que necesitamos. Y nos escuchará. Mi oración, como Tú dijiste en otra ocasión, para pedirnos la Sinceridad, ha de ser: "Sí a lo que es Sí. No a lo que es No".  

3. La Parábola del Rapapolvo a los que se sienten Justos.  Finalmente has insistido en que nuestra oración debe ser humilde, con una Parábola tan expresiva y sintética como la que suelen llamar "La Parábola del Fariseo y del Recaudador que oran en el Templo". Es también una exclusiva de Lucas, Capítulo 18. La has improvisado porque habías observado varias manifestaciones defectuosas de los que se sienten justos. La Biblia de Jerusalén señala dos manifestaciones, pero otros indican tres. Y el Texto original griego está a favor de las tres. Son las siguientes: Confiaban en sí mismos. Porque eran Justos. Y por ello despreciaban a los demás. 

Realmente conocías lo que hay en el hombre. Y en este caso, lo fotografiaste muy bien. Has hecho la caricatura del Hombre Fariseo que se cree lo mejor de la humanidad. Y esta fotografía en tres colores se puede proyectar sobre cualquier momento de la historia humana. También sobre nosotros y los que nos rodean. Y nos va perfectamente: Tu regañina cariñosa es para todos. Y a todos debe sacudirnos. Estos tres destellos de fariseismo barato se pueden ver en todas partes. En las conversaciones privadas, y en los discursos, oficiales, culturales, literarios y cosas parecidas. ¡Cuánta seguridad en sí mismo!, ¡qué valoración tan alta de nuestra propia, personal, bondad moral!, ¡qué mirada y actitud despectivas para los demás!. Debemos leer esta Parábola y sencillamente decirnos: Yo soy aquél. ¿Cuál de los dos?. ¿El Fariseo o el Publicano?. ¿El Santón enorgullecido o el pobre Pecador que no se atreve a levantar sus ojos del suelo?. 

Escribe así Lucas: "Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta Parábola: Dos Hombres subieron al Templo a orar, uno Fariseo, otro Publicano. El Fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: 'Oh Dios. Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias'". 

"En cambio el Publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: 'Oh Dios. Ten compasión de mí, que soy pecador'". 

"Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado. Y el que humille, será ensalzado".  

El Publicano representa en tus labios y en el ambiente histórico de Israel, a todos los "Pecadores" públicos, aquellos que son rechazados por los Fariseos de todos los tiempos y de todas las nacionalidades. El Publicano es el "Recaudador" de Impuestos, el Fisco, el que molesta y no piensa más que en aumentar sus propias riquezas por la presión financiera sobre los demás. Por esto era rechazado por sus compañeros de aldea, de ciudad, de viaje. Estaba además al servicio de los poderes extranjeros. 

El Fariseo, en cambio, representa a los que se sienten Justos, a los Fanáticos de todas las Religiones y de todas las Ideologías, a los Integristas y Fundamentalista, que están continuamente dispuestos a dominar a los otros, e imponerles, aunque sea por la fuerza, por el Terrorismo o por el Asesinato, sus propias ideas, sin que ellos mismos las practiquen. Son los "Hipócritas" que, por desgracia, están en todos los grupos de presión y aun en los grupos de presión religiosa. 

Tú nos pides que nos sintamos pecadores y por tanto, siempre por debajo del nivel moral de los familiares, amigos y conciudadanos. La Humildad es necesaria para que Dios, Nuestros Padre, nos escuche y nos conceda lo que Le pedimos.

 

SABER CERRAR LA PUERTA. Para orar bien, ni grandes discursos, ni ostentosidad. Tú, con tus palabras magistrales, has hecho el elogio de la sencillez breve, incisiva, y de la propia casa para que oremos bien. Como nuestro Padre desea. ¡Qué mal se compagina ésto con aquellas largas oraciones, redactadas por personas intelectuales, místicas a veces, que nosotros no podemos entender, ni podemos soportar porque somos limitados y nos cansamos!. 

Tú nos insistes en que sepamos orar solos, pero al mismo tiempo unidos a toda la Humanidad y a toda tu Iglesia. Que sepamos cerrar nuestras puertas y nuestras ventanas. Y naturalmente estas frases tuyas también pueden ser entendidas en un sentido libre y figurado. No hace falta subirse siempre a la propia habitación y cerrar con llave todas las puertas y todos los contactos con el exterior, para orar maravillosamente. Tú estás en todas partes. Tu Padre está en todos los rincones. 

Y en este profundo sentido, muy verdadero también, nosotros podemos cerrar nuestras relaciones con lo que nos rodea, aunque estemos en la calle o en la plaza en la hora punta del día, en medio de un endiablado tráfico de coches, camiones y peatones. Aquel ruido no nos molesta. Ni lo escuchamos cuando conectamos contigo o con el Padre, a través de este cable invisible que es nuestra simple y silenciosa atención. No nos hemos encerrado. Pero existe algo en nuestro interior que permanece blindado a prueba de todas las sacudidas y de todos los estentóreos ruidos ambientales. 

Yo quisiera poder encontrarte siempre, en mis caminatas diarias, hacia mi trabajo, cuando voy en metro o en tren. Cuando voy en el coche, aislado de las gentes, pero atento a los que circulan,  y a miles de señales luminosas y ruidosas a las que debo sin duda descifrar. En estos casos, no estoy encerrado en mi habitación. Pero mi habitación interior, que es un Templo como una Catedral, va caminando por el mundo y la ciudad, contigo y conmigo. Y mientras dialogamos en voz baja, los que gritan fuera, y los que fuera echan contaminaciones y humaredas y ofrecen los diarios del dia, revistas, loterías y juguetes, parecen seres lejanos, silenciosos, que se agitan en la oscuridad de un teatro. 

Yo Te llevo conmigo. Y Tú me llevas por ahí. Y los dos hablamos y dialogamos. A pesar de las multitudes y de las agitaciones. Y entonces, en la soledad, realmente no estamos solos. Porque están con nosotros todos los que Te quieren, que son los más. Y los que todavía no Te quieren, porque todavía no han tenido la alegría de conocerte.

 

MIRANDO LA CATEDRAL GóTICA. Desde mi ventana abierta, estoy viendo los torreones góticos de nuestra Catedral. He ido a veces allá, para encontrarte y hablar contigo. Y he visto a grupos de turistas, embelesados ante los colores que brotan de los rosetones y de los ventanales, ante las erguidas columnas y las luces doradas esparcidas, como pintadas de oro, por el espacio. Les interesa muy poco la oración del que está junto al Altar. Me parece que mi pequeña habitación se puede convertir en la más hermosa de las Catedrales. Para ello "hay que cerrar la puerta", dejar el mundo y el mundanismo fuera, y escuchar el silencio elocuente de tu Presencia. Y hablarte, dialogar, y amarte sin discursos rebuscados, ni frases grandielocuentes. Sobre todo escucharte. Y después cuando sea posible, comunicar a los demás tu Mensaje, que es el de siempre, el eterno Mensaje de tu Buena Noticia, de la Salvación. 

No siempre suele ser así. Nuestros salones parecen más bien bazares de objetos extraños y mundanos, donde se acumulan cosas inútiles, recuerdos que ya no miramos, fotografías de los seres queridos muertos que ya no vemos, libros, grandes y pequeños, historias, literaturas y ciencias que ya no leemos, papeles escritos que nadie mirará. Todo lo hemos de dejar. Y sin embargo lo queremos, como si tuviera que ir con nosotros al otro mundo, como si fuera la parte más importante de nuestras Memorias y de nuestra Autobiografía. Todo esto nos distrae, nos envuelve, como si fuéramos una exigua parte de este mundo de recuerdos.

 

ORAR CON LA IGLESIA. Sin embargo, no puedo olvidar y debo recordar que Tú también has subrayado la importancia de la Vida Cristiana en Comunidad.  

Y concretamente has querido resaltar la Oración Comunitaria, aunque la Comunidad sea pequeña, aunque sólamente sean dos los que se encuentran fraternalmente para orar y suplicar al Padre que les conceda algo importante. Tal vez por esto Tú has reunido, desde el principio, a un grupo de Discípulos y de Apóstoles. No has querido ir solo. Y no has querido que ellos marcharan por el mundo solitarios, predicando a las gentes sin más, sino que has orientado toda tu Acción hacia la constitución de grupos de creyentes y de hermanos.  

El Cristiano nunca va solo. Ni siquiera cuando se encierra dentro de su Catedral personal para encontrarte con más facilidad en el silencio solitario de lo privado. También en estos momentos de oración solitaria, él está unido con toda tu Iglesia, y participa de la acción de toda la Iglesia. Esto es lo que nos enseña y repite aquella impresionante Doctrina de la Comunión de los Santos. Todos formamos una unidad indisoluble, eficaz, transfiguradora. 

Vivimos públicamente esta Unidad y la manifestamos ante el mundo, cuando nos reunimos cada Domingo y en los días especiales de Fiestas, para pedir perdón de nuestros pecados, escuchar atentamente la Palabra, celebrar tu Presencia en el mundo, y recibirTe en el hermoso gesto de la Comunión Eucarística. Antes de terminar nos saludamos mutuamente y nos deseamos mutuamente la Paz.

 

ORAR PERDONANDO Y DE ACUERDO CON LOS OTROS. Mateo también tiene alguna exclusiva interesante. Hé aquí una de estas exclusivas, que responde plenamente al sentido comunitario que Tú diste a la Oración del "Padre Nuestro", repetida por todos los Evangelistas. En el Capítulo 18, Mateo reproduce tus enseñanzas sobre la "Corrección Fraterna", que también nos ha transmitido Lucas. Primero la Corrección individual, de tú a tú. Después, si el hermano no se corrige, busca unos o dos testigos... y finalmente a toda la Comunidad. Se observa que Tú tienes presente siempre a la Comunidad, para la corrección y para la oración. 

Finalmente dices: "Yo os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy Yo en medio de ellos". Tú subrayas la importancia de la Comunidad en la práctica de tu Mensaje. Los Cristianos viajamos en grupo. Y así podemos amar, para practicar tu Ley. 

Aunque yo esté solo, yo estoy con la Iglesia y la Iglesia está conmigo. Y mi pequeña catedral casera, silenciosa, pobre, donde trabajo, pienso, escribo, rezo, es muy grande. Porque en ella, cabe la Comunidad de los Hijos y de las Hijas de Dios, la de ahora, la que fué y la que será hasta el fin de los siglos. 

¿Poesía? ¿Te parece poesía?. Tal vez. Pero, como toda buena poesía humana, expresa la Verdad. Esa es tu Poesía, Jesucristo.

Te pareceré un ingenuo. Pero, mira, yo he intentado poner en unos versos una gotas de la alegría que me da la Soledad contigo. Yo me encuentro muy bien en el silencio lejano de mi habitación pequeña, desordenada, llena de papeles que algun día otros quemarán cuando yo haya muerto, y de libros que otros acumularán en los depósitos para que allí se cubran de polvo y sean roídos por las cucarachas. ¿Sabes por qué me siento tan confortablemente en esta Soledad?. Porque me parece que Tú la llenas. Y Tú, llenándola, me quieres, como nadie me quiere ni me ha querido aquí. Y queriéndome, me comprendes, como nadie me ha comprendido aquí. Y comprendiéndome, me hablas, con aquella confianza que nadie me ha mostrado aquí. 

¿Qué quieres que Te diga?. Hoy Te lo he dicho todo. Todo lo que me inspira mi corazón cubierto con el sentimiento de fracaso, pero alentado con tu Presencia, y mi posibilidad de hablarte, que nadie me podrá quitar. Y ahora Te dedico estos Versos:

 

BELLEZA DE LA SOLEDAD

 

               Mi Vida es una acuarela

               donde no hay mancha que ensucie

               el silencio de mi tarde,

               el volar de aquella nube.

 

               Escucho dentro del lienzo

               unas notas de laúdes.

               Y las rosas de mi mesa

               Te inciensan con sus perfumes.

 

               Va mi tiempo caminando

               sin los vaivenes que aturden.

               Va caminando, despacio,

               de puntillas y sin luces.

 

               La Vida se me hace densa.

               Y es más profunda, más dulce.

               Y el mundo late y estalla.

               Y el Tú y el yo se confunden.

 

               Y entonces caminas Tú

               y yo camino. Y me subes.

               Y nuestras manos se estrechan

               para volar por las cumbres.

 

               Este silencio me exalta.

               Estas sombras son mis luces.

               Este latido está dentro

               del Universo, y nos une.

 

               Todo palpita y sonríe

               cuando los hombres no rujen.

               Cuando callan las sirenas,

               y cuando duermen las urbes.

 

               Yo voy caminando, sólo,

               sin que las manchas me turben.

               La Belleza va conmigo.

               Y ella contigo me funde.

 

               El Universo es la Joya.

               Y la Belleza su estuche.

               La Soledad la Sonrisa

               que sueñan las multitudes.

 

               R. A.               1991. 

 

ORAR SIN CANSARSE. Sí. La Soledad es muy bella. Es la plataforma necesaria para la creación. Es la Catedral embrujada para poder orar y encontrar a tu Padre. Y encontrarte a Tí. Me parece que la Soledad es como el Monte, desde donde oraba Moisés cuando su Pueblo estaba en guerra en Refidim, contra Amalec. Está narrado en el Exodo, capítulo 17 así:  

"Vinieron los amalecitas y atacaron a Israel en Refidim. Moisés dijo a Josué: 'Elígete algunos hombres, y sal mañana combatir contra Amalec. Yo me pondré en la cima del monte, con el cayado de Dios en mi mano'. Josué cumplió las órdenes de Moisés, y salió a combatir contra Amalec. Mientras tanto, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. Y sucedió que, mientras Moisés tenía alzadas las manos, prevalecía Israel. Pero cuando las bajaba, prevalecía Amalec. Se le cansaron las manos a Moisés. Y entonces ellos tomaron una piedra y se la pusieron debajo. El se sentó sobre ella, mientras Aarón y Jur le sostenían las manos, uno a un lado y otro al otro. Y así resistieron sus manos hasta la puesta del sol".  

Era la Victoria de Israel. Por las manos extendidas, que es la señal de la oración humilde.  

Moisés hablaba con Dios cara a cara. Habló con El en las Montañas. Y habló en la Tienda del Encuentro, que se convirtió así en el primer Templo elemental para orar. El Pueblo también podía orar en esa capilla portátil. De ahí nacieron los Santuarios y los Templos. La enseñanza de Moisés es clara: Hay que orar a Dios. Y ser constantes en la oración.

 

LOS CRISTIANOS Y LA VIUDA PESADA. Tú enseñaste a los Cristianos cómo hemos de orar Insistentemente y sin cansarnos, a través de la parábola de una Viuda Pesada e incansable. Tú has observado frecuentemente a esas encarnaciones de la debilidad humana que son las Viudas. Y habías constatado cuántas injusticias se cometen contra ellas.  

Esta Parábola es otra exclusiva de Lucas, capítulo 18: "Les decía [Jesús] una Parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer. 'Había un Juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una Viuda que acudiendo a él, le dijo: 'Hazme justicia contra mi adversario'. Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo. 'Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta Viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme'." 

"Dijo, pues, el Señor [Jesús]: 'Oid lo que dice el Juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a El día y noche, y les va a hacer esperar?. Os digo que les hará justicia pronto'". 

Esta es una gran Lección de Espiritualidad y de Oración.  

Dios es Justo. Si los Magistrados injustos de nuestra Sociedad llegan a pronunciar Justicia para los que son constantes en sus acusaciones y acciones judiciales, ¿qué no hará el Juez Justo que es Dios para aquellos que Le aman y Le suplican sin cansarse?. 

La Oración puebla así de Esperanzas a nuestra Soledad, Solidaria con la Iglesia y con el Mundo.  

La Oración también llena de luces y de calor a nuestro Tiempo que se va deslizando silenciosamente hacia el momento final.