¿Fortuito o Providencial?

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

 

Querido Amigo, Jesús de Nazaret. Seguramente que lo más grande de mi vida ha sido encontrarte. Tú has dado un brillo, un encanto, un colorido extraordinario a la que podía haber sido una deforme obra de arte. Nuestras vidas, nuestros años, nuestra niñez, nuestra juventud, nuestra madurez, nuestras personalidades ya formadas, se pueden comparar a la obra de arte, que un pintor va trazando sobre la tela de su taller, o a las estrofas de unas tragedias o comedias que un dramaturgo va creando en su escritorio, o a las melodías musicales de un compositor de sinfonías.

Mi gusto sería poderte presentar a muchos y muchas que caminan por el difícil y encrespado camino de la vida. Si te encuentran y te reconocen, serán felices. Su vida será diferente. Su vida será una excursión de sol y de frescura, de aire puro, entre campos de flores, bajo las copas de los pinos rumorosos.

A veces pienso que la felicidad de muchas personas ha sido causa de un Encuentro Contigo. Sin saber cómo, sin ninguna presentación, especial, te han encontrado, y Te han reconocido. Ha habido muchos Encuentros Fortuitos de tu Personalidad Salvadora en la historia de la humanidad

ENCUENTROS FORTUITOS. Es verdad que cuando se da un encuentro así, hay que recurrir a la Providencia Amorosa de tu PADRE que está presente en todas partes. No hay otra explicación. En un abrir y cerrar de ojos, en una profunda intuición, uno se encuentra contigo, uno se encuentra Contigo y queda fascinado, arrollado, transformado.

Es cierto que en algunas ocasiones, de tu vida, Tú fuiste a buscar a otros. No fue una casualidad. No fue una experiencia imprevista. Fue meditada. Había precedido un análisis, un descubrimiento, una voluntad. Así sucedió con los Apóstoles y con SAULO de Tarso, que después, se llamó, SAN PABLO. TÚ los fuiste a buscar. Y ellos respondieron. Porque solamente uno de los que llamaste te traicionó, te entregó con un beso por unas cuantas monedas.

Pero, en otras muchas ocasiones, no fue así. Porque el encuentro fue fortuito, inesperado, accidental. Cada uno seguía su camino vital. Y de pronto, sin saber por qué, ni cómo, los dos caminos convergen, y allí, en la esquina, al dar la vuelta, alguien se encontró Contigo, le miraste, Te miró, y algo muy profundamente cambió en la vida del que Te encontró.

ALGUNOS CASOS. Probablemente se llamaba Dimas. Había sido un delincuente, salteador de caminos, asesino, tal vez un terrorista. Lo cierto es que había cometido acciones consideradas como graves, porque había sido condenado a la pena capital por los tribunales correspondientes. Tal vez había actuado violentamente en el campo de la política. Y por ello fue condenado a morir crucificado. Nosotros le llamamos "el buen ladrón", algo que suena a imposible, como si un ladrón pudiera ser bueno, bondadoso. Pero lo realmente curioso fue que este delincuente, llevó arrastrando la cruz en que debía morir hacia el Calvario, y a la misma hora, en la que Tú llevabas la tuya. Y fortuitamente os encontrasteis en el lugar y en el momento en la que Tú llevabas la tuya. Y fortuitamente os encontrasteis en el lugar y en el momento de vuestra crucifixión. Y aquel delincuente se fijó en Ti, vio que eras Bueno, creyó que eras el Mesías, el Hijo de Dios, y Te pidió perdón por sus pecados. Y Tú le prometiste que estaría Contigo en el Paraíso. Ahora Dimas es un Santo.

Otro caso de encuentro fortuito es el de Zaqueo un hombre que me resulta simpático, movedizo, inquieto y decidido. Manejaba dinero, porque era recaudador de impuestos. Y además Jefe. Y naturalmente el dinero le llevó a realizar trampas. Como Tú dijiste varias veces, el dinero es un mal amigo, que siempre tiende a ponerle dificultades a la acción de Tu Padre, Dios. Todo sucedió en Jericó. La multitud Te rodeaba, Te exprimía. Y Zaqueo escuchó aquel enjambre de ruidos, y quiso verte. Pero era bajito de estatura. Y los cuerpos de los demás era para él una muralla. Entonces tuvo una idea: se subiría a un árbol, que estaría a la vera del camino por el que ibas a pasar Tú. Y cuando llegaste bajo aquel árbol, le miraste, Él te miró. Y tú Le invitaste a hospedarse en su casa. Y aquello cambió la vida del jefe de los recaudadores de impuestos, solucionaría todas las trampas con sus restituciones abundantes, y daría mucho dinero a los pobres. Y Tú te sentiste feliz porque todo había cambiado en la casa del publicano, del pecador, del despreciado por los israelitas.

También Simón de Cirene llevó tu cruz a cuestas, porque casualmente pasó por el camino del calvario en el momento en que Tú pasabas por ahí para ser crucificado, y aquel hombre se santificó, su familia fue cristiana, y se escribe de ellos en varios DOCUMENTOS DE NUEVO TESTAMENTO. Todo fortuitamente.

NOSOTROS. Nosotros somos también unos frutos fortuitos de muchos encuentros. Yo no elegí la familia, ni a mis papás, ni a mis hermanos. Ni la patria en que he nacido, ni la calle, ni la ciudad. Todo fue casualidad. Que ha tenido grandes consecuencia en mi fe en ti.

Tú sabes que Ignacio de Loyola es un caso relevante de estos encuentros. Había nacido para ser caballero de las cortes de los nobles y de los reyes, y, porque fortuitamente fue herido por una bombarda francesa en Pamplona, y porque fortuitamente no se encontraron libros de caballería, ni novelas en su casa solariega de Azpeitia, sino solamente una colección de Vidas de Santos y una historia hermosa de TU PERSONALIDAD, aquel hombre se convirtió en santo Y fue el famoso fundador de la Compañía que lleva tu nombre, la Compañía de Jesús.