La policía que nos acompaña

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

 

Los que por nuestro trabajo diario hemos de caminar varios kilómetros por las calles y plazas de una ciudad, nos encontramos con varias parejas de los hombres y mujeres uniformados, que llevan sus característicos gorros de cuadritos blancos y azules, y con sus teléfonos móviles, que de vez en cuanto suenan y proyectan una voz característica de la central.

 

Ellos y ellas van caminando tranquilos. Nuestra ciudad seguramente no es un ciudad agitada ni violenta. En ella no suelen suceder grandes revueltas, ni agitadas manifestaciones. Y sin duda la policía local contribuye con su presencia a que nuestra vida de cada día sea más interesante, más rápida, más efectiva, mejor aprovechada. Se nota que la gente sabe a dónde va. Tal vez a la oficina, a su tienda, a alguna gestión en los bancos, en los despachos del Ayuntamiento, en los supermercados, en las más diversas tiendas de lencería o de vestidos. Sin duda las “boutiques” se llevan la bandera de la victoria, después de los grandes Hiper o los pequeños hornos y pastelerías. Las gentes no pierden el tiempo. Van rápidos, caminan sin pestañear, hasta con cierta marcialidad, abrazan a los amigos y amigas que no habían encontrado hacía varias semanas, cambian unas palabras afectuosas, y al despedirse, exclaman, “Todo va bien..., pues que dure”. Y allí cerca está la pareja de la policía local. Parecen unos ángeles azules con algo de amarillo, que sonríen y siguen los pasos de la gente, pero “a marcha lenta”.

 

Alguna vez cruza las calles una ambulancia con sus luces y sus sirenas, a toda marcha, y los guardias procuran que no se produzca ningún accidente. Y que los enfermos puedan llegar rápidos a la clínica o al hospital, y las gentes sanas no corran ningún peligro por las prisas.

 

Los Guardias Municipales son los naturales interlocutores para conocer dónde nos encontramos, en qué lugar de la ciudad, y cómo hay que hacer para llegar a la calle que buscamos, o al negocio que necesitamos, o a la artística iglesia que deseamos visitar. Entonces la persona, el turista, el visitante se detienen ante la pareja de los y de las azules, para esclarecer sus dudas, y entonces, ellos pueden constatar que el primer gesto de los guardias, es un saludo militar, y una frase parecida a la siguiente: “A sus órdenes, caballero. A sus órdenes, señora. ¿En qué podemos servirle?”. Responden a las preguntas que se les plantean, y luego se despiden con toda corrección. Los turistas quedan encantados. Y gracias a esto, las gentes pueden ir rápidas, tranquilas, a sus quehaceres de cada día.

 

Si en alguna tienda alguien ha robado algo, los guardias están allí, para ayudar a los damnificados por aquel delito. Y tienen la serenidad de detenerle y llevarle a los que, según las normas, deben hacerse cargo de aquel problema.

 

Lo único que no suele gustar a los ciudadanos es encontrarse con una papelito de multa, por estar mal aparcado el coche, o fuera de sitio, o un más largo tiempo que el permitido. Entonces, cuando regresa el chófer y se encuentra con la desagradable sorpresa de la multa, busca al poli, y procura explicarle qué sucedió, para que no confirme la denuncia. Y la discusión que podría ser apasionada, resulta una conversación de gentes muy bien educadas y respetuosas.

 

Pero ¿qué ha sucedido?. Durante estas últimas  semanas, los medios de comunicación locales, han difundido noticias inquietantes de dificultades que habían surgido entre las dos instituciones: el Ayuntamiento  y la Policía local. Y las gentes se preguntan por qué. ¿Cómo es posible que no se entiendan los dirigentes del Ayuntamiento, con los dirigentes o algún dirigente de los que tienen sus cuarteles generales en una Calle  de la misma ciudad?

 

La impresión que tenemos todos es que la policía local ha de estar muy bien dirigida, muy bien orientada, muy bien informada y muy bien reciclada, para actuar siempre con tanto respeto a los ciudadanos y turistas de tantos países y comunidades autónomas, y para evitar con tanta eficacia que se produzcan desórdenes o violencias callejeras. Nosotros más bien quisiéramos unir nuestros aplausos y nuestras felicitaciones a los guardias que nos acompañan, orientan y están dispuestos siempre a defendernos pacíficamente, educadamente. Los unimos a los aplausos e impresiones de los que llegan hasta nuestras costas y hasta nuestro aeropuerto, para pasear pacíficamente, contemplar embelesados, comer buenos platos, tomar café sabroso y alguna cerveza, durante unos días, para regresar después a sus países seguramente  más agitados que las zonas turísticas.

 

Es verdad que, por ahora, se encuentran con muchos ruidos y mucha tierra levantada, con muchas máquinas y taladros, cuya música no es precisamente celestial, muchas piedras en las calles, y todo esto pone en prueba su paciencia y su capacidad de comprensión. Pero, aun en este caso, siempre podrán recurrir  al poli de los cuadritos blancos y azules en sus gorras, y preguntarle: “Oiga, ¿qué está sucediendo aquí con esta Katedrale tan maravillosa y tanto ruido?”. Y les pacificará la respuesta del poli: “Es que la ciudad se está renovando, Caballero. A sus órdenes”. Y todos contentos.

 

 Un aplauso a nuestros polis y a sus dirigentes, eficientes y amables, y una pregunta a nuestros políticos locales: “¿Están seguros de lo que quieren realizar?. Por favor, piénsenlo mejor”. Se lo pide un ciudadano de a pie, que camina muchos kilómetros cada día, por nuestra querida Ciudad, a pesar de sus ruidos ensordecedores y de sus aires llenos de nubes de tierra. Gracias, caballeros, señoras.