Tristezas y alegrías

Autor: Ramón Aguiló SJ  

 

 

Jesucristo, yo Te he visto llorando. Y me parecía una señal de que Tú, aunque no estés visible ahora, estás unido a los sentimientos más tristes que sufre una gran parte de la humanidad.  

TRISTEZA EN EL MUNDO.  Es así. Tú lo sabes mejor que yo. Durante estos días pasados se han recordado unos hechos terribles que se atribuyen a los grupos terroristas. Hemos visto sufrir a muchos y muchas. Porque recordaban que, hace un año aproximadamente, unas bombas imprevistas estallaron en unas estaciones de trenes. Y mataron a casi dos centenares de seres, niños, jóvenes y ancianos, que viajaban tranquilamente por alguna razón de trabajo o de actividad normal, como estudiar, comprar y otras.  

Millones de personas, durante estos días pasados, han contemplado, angustiados, las escenas sangrientas, que mostraban, en colores, las diferentes cadenas de la Televisión, las Radioemisoras y las Revistas y Diarios que siempre ofrecen unas fotos de lo que está sucediendo, o ha sucedido hace poco.  

Yo también he experimentado que las lágrimas se asomaban a mis ojos ante estos horrorosos hechos, que una inteligencia normal, tranquila, no se puede explicar. Todo se resumía en una frase: EL TERRORISMO ACTUÓ Y MATÓ, DESTRUYÓ Y CUBRIÓ DE LUTO A UNAS BARRIADAS CONCRETAS DE UNA GRAN CIUDAD.  

Jesús de Nazaret, ¡qué terrible es sufrir, qué terrible es morir descuartizado de un modo imprevisto, impensable! ¡Qué insoportable es conocer que algunos seres queridos de la propia familia han muerto por un feroz acto de unos seres que no conocemos!  Todo esto nos angustia, nos atenaza, nos impide la respiración, nos humedece los ojos, nos cubre de lágrimas. Y muy especialmente todo esto nos aterroriza sin que conozcamos claramente el por qué.  

El solo recuerdo de todas estas atrocidades terroristas nos emociona muchísimo. Parece que la sombra de los que mataron,  se acercaran a nosotros para desencadenar otra tragedia.  

Y me pregunto: ¿Es la tristeza constante la Ley de nuestra Existencia en esta Tierra?  

Encontré la RESPUESTA, en unas páginas maravillosas de Juan, el que escribió el llamado Cuarto Evangelio (Capítulo 11).  

TÚ TAMBIÉN EXPRIMENTASTE LA TRISTEZA. ¿Te acuerdas? Juan comienza así este relato: “Había un cierto enfermo, Lázaro de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos. SU HERMANO LÁZARO ERA EL ENFERMO. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: Señor, aquel a quien Tú quieres, está enfermo.”  

Tú, sin duda, experimentaste un sufrimiento muy humano, porque, cuando las hermanas de Lázaro, Te comunicaron que su hermano estaba enfermo, sin duda comprendiste que estaba ENFERMO GRAVE. Pero, al mismo tiempo, retrasaste tu ida a Betania por dos días. Esto nos indica a todos que tenías algún proyecto especial.  

Y así fue. Después de dos días, te pusiste en camino hacia Betania. Y, cuando te encontraste con las hermanas, Marta y María, Te dijeron que él, Lázaro,  estaba muerto. Y ya llevaba cuatro días en la oscuridad del sepulcro. Hablando con Marta, le afirmaste que Tú, Jesús, eres LA RESURECCIÓN Y LA VIDA.  

Vino María, la otra hermana. Y Tú, viendo a todos llorar, mostraste tu solidaridad humana. Y Te pusiste a llorar también. Lo dice Juan claramente: JESÚS SE ECHÓ A LLORAR.  

Entonces, rodeado por las hermanas y por un numeroso grupo de los amigos y conocidos que habían ido a acompañarlas en aquellas tristes horas, Tú, Jesús, te dirigiste hacia el sepulcro. Y, aunque escuchaste algunas reticencias porque el cadáver ya llevaba varios días bajo tierra, Tú, conmovido profundamente, ordenaste que quitaran la piedra que cerraba el sepulcro. La quitaron. Y Tú, Jesús, levantaste los ojos a lo alto, hablaste a tu Padre, y GRITASTE CON FUERTE VOZ: ¡LÁZARO, SAL FUERA!.  

Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Y Juan, el apóstol, termina aquel hermoso gesto de tu humanismo, con estas palabras que contienen un sentimiento de TRIUNFO: DESATADLO Y DEJADLE ANDAR.  

Y LA ALEGRÍA QUE COMUNICAS A LOS DEMÁS. Nosotros los que Te seguimos, Jesús de Nazaret, tenemos la seguridad de que nuestra vida aquí, no puede ser más que un desfile de tristezas y de lágrimas.  

Porque en la Tierra también experimentamos las grandes ALEGRÍAS que Tú nos comunicas. Y además nuestro destino no termina aquí, cuando morimos. Porque nuestra muerte significa el paso abierto triunfal a la otra vida, en donde todo, todo, todo es FELICIDAD, SEGURIDAD, GOZO. Y TODO EN LA VIDA INMORTAL, ETERNA.