Moral Cristiana
La envidia al banquillo

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

 

I. Introducción


Si sentimos tristeza, dolor o pesar por el bien ajeno o si tenemos el deseo de algo que no se posee o sentimos rencor o tristeza por la buena fortuna de alguien, junto con el deseo desordenado de poseerla, estamos frente a uno de los siete pecados capitales, “La Envidia”


II. Definición


La envidia, al igual que el amor, es un sentimiento que ha acompañado al hombre desde el principio de sus días. Desde el mismo momento en que la serpiente (culebra) envidiosa hizo que Eva mordiera el fruto del árbol prohibido, el hombre ha sido envidioso y envidiado. Pero, ¿Qué es la envidia? Algunos la definen como el sentimiento de pesar, de ira o de codicia, por el bien ajeno, que lleva al envidioso a sentir gran cantidad de emociones negativas por la persona envidiada. Hay quien la define como una conducta no asertiva acompañada del miedo a la pérdida de afectos y de posesiones. Otros la definen como una especie de ira pasiva. 


III. La pelota



Entonces salí a jugar con una pelota nueva y mi queridos amigos estaban felices, pero mi vecino fue inmediatamente y trajo otra pelota e invito a mis amigos a jugar con él, mis amigos me miraron con cara de pregunta, yo les dije que bueno, entonces mi vecino se sonrío con burla. Siempre hacia lo mismo, en cuanto veía a alguien con algo, el rápidamente buscaba mostrar que el tenia algo mejor y si no lo tenía, él hacia unas increíbles rabietas a su madre o intentaba romper o desprestigiar al que tenía lo envidiado. (Fragmento del cuento “La Pelota” de Pedro Donoso Brant)


Friederich Nietzsche, en su libro "La Genealogía de la Moral", define la envidia como el instinto de la crueldad que revierte hacia atrás cuando ya no puede seguir desahogándose hacia afuera. Con ella el alma humana se ha vuelto profunda y malvada, es la fuente de la nueva valoración: el resentimiento, que se vuelve creador del odio reprimido y la venganza, del débil e impotente. 


IV. La envidia al banquillo



Acusamos a la envidia, de ser causante de las mayores desigualdades entre los hombres, ella ha provocado desordenes económicos y sociales. Somos testigos como la ambición y el deseo de arrebatar lo que tienen los demás, amenaza sin cesar la paz que merecemos, y esta causando guerras inexplicables para el lógico razonamiento de cualquier cristiano, que con mucho dolor se angustia por estos sucesos.

Como cristianos y discípulos de Jesús, tenemos la obligación de no callar la verdad, desechar la mentira y hacer ver a nuestro prójimo los engaños. Jesús, nunca dejo de hablar contra la hipocresía y la envidia, seamos entonces buenos discípulos. Comencemos, ya mismo poniendo la envidia en el banquillo con el fin de desterrarla de nuestros corazones.

Nuestro Catecismo Católico señala en el 2538; “El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia. “

Cuando el profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la cordera (cf 2 S 12,1–4). La envidia puede conducir a las peores fechorías (cf Gn 4,3–7; 1 R 21,1–29). La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (cf Sb 2,24).

Dice Miguel de Unamuno: “La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual.”

A muchos les gusta ocupar los primeros puesto y sentirse más que los de atrás, pero mayor falta tiene aquel que se siente envidioso por no estar delante.

La envidia produce un sentimiento de disgusto a quien la siente, le quita paz en el corazón y es atrapado por el rencor consigo mismo por no lograr lo que tiene otro.

Es así como la envidia es entristecerse por el bien ajeno. Es un mal desde todo punto de vista censurable. Es una costumbre difícil de comprender, y nos aterroriza que nos atribuyan ser poseedor de ese defecto. 

La envidia destruye el corazón de quien la padece y por tanto no puede gozar de la felicidad que debiera. 

El envidioso, no disfruta de la vida, por estar pensando que su prójimo esta disfrutando algo más que él. Pero lo más triste, es el sufrimiento que siente por la felicidad ajena. El envidioso desprecia el éxito de los demás, y esta convencido que se las están quitando injustamente a él.

Por los labios del envidioso, siempre esta el desprestigio de los que se destacan, siempre están echando a tierra a todo el que sobresale. Pero además, invita a los otros a pensar mal del modo como ha tenido éxito cierta persona. Es así como el envidioso critica duro y sin fundamento al que es admirado por alguna cualidad.

En el lenguaje del envidioso, siempre esta presente el subestimar al adversario y si pierde, se justifica como victima del robo del triunfo. Del mismo modo, que al que le ha ido bien en lo económico, lo trata de ladrón. También en su lenguaje acusa maliciosamente de interesado al que se ofrece para ayudar o hacer el bien



V. Admiración versus envidia


El admirar a alguien, no es envidia si se valora positivamente a la otra persona, y si destaca los bueno de sus cualidades. 

Es así, como el remedio para superar la envidia, es ver en los demás lo positivo que tienen. Es preciso tener un corazón generoso, con capacidad de admirar a quien lo que merece. En efecto, son muchas las cosas que podemos admirar en una persona. Es más confortable sentirse feliz porque a otro le vaya bien, que amargar el corazón por su éxito.

No siempre nosotros seremos los mejores, no siempre nos ira bien, pero no por ello nos llenaremos de odio y rencor por lo bien que la va a otro. Es así como el que el admira las cualidades de su prójimo, es un alma noble y quien se entristece, tiene el corazón torcido por la envidia.

La envidia, no se levantará del banquillo de los acusado y estará por siempre ante el juez, que sanciona toda la iniquidad que ella produce