¿A que vino el Señor al mundo? Parte III

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

“En verdad os digo que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, si tenéis fe, os lo concederá (Juan 16, 23).

Al entrar nuevamente a esta fría sala de espera del Hospital, recordé cuando estuve sentada hace algunas horas atrás, después de haber caminado por la sala más de 45 minutos sin parar, el cansancio y la desesperación no habían sido los motivos para sentarme, fue la creencia firme de que mi hija que estaba en la sala de urgencia, estaba en la manos del Señor, con eso me bastaba. En efecto en mi reinaba una gran confianza, aún más era una convicción. El gesto de humildad de mi hija, cuando le dije al verla tan mal, que la llevaría a la mejor clínica, me había conmovido, ella me miró dulcemente y dijo, mámi, en la mejor clínica no siempre esta el mejor médico, yo lo tengo en mi corazón, llévame al Hospital Público.

Así fue, que el médico que la trataba apareció entre los va y vienes de la puerta de acceso a la sala de urgencia, se acercó a mi y me dijo que aún no era claro el diagnóstico, que se quedaba internada en observación. Cuando le pedí que me dejara entrar para verla, solo me dio algunos minutos, que solo me bastaron para oír un frase de mi hija, “mama, regresa a casa, tienes allí algunos deberes, vuelve mas tarde para cuando estén listos los resultados de los exámenes”, pero hija le respondí, déjame acompañarte, además le pedí algo para ti al Señor, por tanto tengo que quedarme a rezar.

Es una chica muy perseverante mi hija, tiene además muy claro el concepto de la oración con sentimientos de verdad absoluta, ella siempre dice que es una conversación con Dios y que no falla, esa idea tan recurrente, la oración es remedio infalible, esa esperanza que hay siempre en ella, de que el Señor atiende todas las oraciones, en cualquier lugar que estemos, me hizo regresar a casa, así fue, como cuando al entrar a mi hogar hice reunir a toda la familia en oración.

Estaban mis otros tres hijos sentados en el salón, mi esposo bajo el marco de la puerta enmudecido, me había llamado la atención porque no le traje ninguna respuesta de cual era la gravedad de nuestra hija, le comprendo su preocupación, es lo normal en todo padre. En esas circunstancias no parece fácil comenzar una oración, además que nunca antes la habíamos hecho así, todos reunidos. Entonces comencé diciendo; Hijos, ustedes ven como esta vuestro padre, muy preocupado, el siempre esta preocupado de sus hijos, igual esta Dios de nosotros, porque somos sus hijos, ustedes conocen a vuestro padre, el siempre busca la forma de cumplir su promesa, cuando acepta alguna petición de ustedes, él siempre esta atento hacia ustedes, así esta Dios con de nosotros, él siempre cumple lo que nos ha prometido, su padre conoce cada problema, cada penuria, cada dolor, cada necesidad de todos nosotros, así es Dios con nosotros, entonces él ha querido que oremos todos juntos por su hermana, no se como comenzar ni por cual, pero hagámosla.

Yo comenzaré dijo mi esposo, y dijo así, Señor, estamos de acuerdo con lo que tu dispongas, sabemos que tu quiere lo mejor para nuestra hija, y también sabemos que tu conoces lo que verdaderamente queremos en nuestro corazón, es así, como hoy estamos confiados en tu comprensión, quizás estamos confundido y siempre estamos pensando que aquí en este mundo estamos mejor, pero lo mejor es tu voluntad, tu sabes las necesidades que padecemos, ellas son sentir dolor, sufrir una enfermedad, soportar lo que es contrario a lo que pensamos, tolerar lo que no queremos, es así, como en esta necesidades es donde te pedimos ayuda. Señor tu viniste al mundo ha dejarnos una verdad, Jesús tus palabras fueron reconfortantes cuando nos dijiste; “En verdad os digo que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, si tenéis fe, os lo concederá (Juan 16, 23).

Después de esto nos quedamos enmudecidos varios minutos, hasta que él menor de nuestros niños se puso eufóricamente de pie, no comprendí en ese momento si fue por que lo dominó una sensación de bienestar, de optimismo, o porque recibió la gracia de tener la capacidad de soportar el dolor que nos embargaba el padecimiento de nuestra hija, entonces sonrió y dijo, lo presentí, me dijo que esta bien, y corrió a traernos el teléfono diciendo, llama mami, llama al hospital para que me creas, esta bien.

Los tres minutos antes de llamar, mojaron el teléfono con mi sudor, producto de la lucha entre la duda y la fe, y sin embargo, estoy entrando a esta sala con mi familia, sin poder disimular la alegría que traigo, mi hija esta bien, por esto “Gracias Señor”, gracias por reconfortarnos con tu venida y tu presencia.

Cristo esta presente con nosotros, el vino al mundo y se ha quedado en nuestros corazones

Escrito en duodécimo día de febrero de 2004

Vamos caminando al encuentro del Señor.

Nada podrá apartarme del amor al señor

Un saludo fraternal