Meditaciones sobre Jesús

Imitar y conocer a Cristo

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

 

Mucho se habla de imitar a Cristo y de conocer a Cristo, es así, como se hace necesario precisar que entendemos por esto, ya que es una tarea que no es simple, pero si conviene asumirla.

Imitar, es una acción que se realiza a semejanza de un modelo, pero es solo hacer parecer algo en el aspecto, es decir es reproducir, representar algo, pero no es hacerlo absolutamente igual, no es lo mismo lo original que la imitación. No es de esa forma como esta planteado la imitación a Cristo, es algo muy distinto, Imitar a Cristo no es hacerse parecido a EL, es transformarse, es cambiar de actitud, es ser diferente a uno mismo, es convertirse en El. 

Conocer, es averiguar o descubrir algo por el ejercicio de las facultades intelectuales, también es percibir algo de manera clara y distinguiendo eso de todo lo demás, es notar la diferencia. Ahora bien, conocer a Cristo, es advertir bien quien es El, es saber, sentir y experimentar sus sentimientos con todos los hombres, sin importar para nada su condición económica y social, ni de donde viene, si es creyente o no, si es sano o enfermo, si esta errado en la identificación de su personalidad o si ha sabido asumir su condición como tal.

Si lo que hacemos para conocer a Cristo, es solo el estudio histórico de la vida de Jesús y nos sentimos satisfechos con este conocimiento, si nos dedicamos a leer los Evangelios, con el propósito de examinar o indagar para averiguar detalles, y nos sentimos felices de escudriñar, aprender las tradiciones folclóricas del pueblo judío y además de contentos por haber aprendido cronológicamente los sucesos, eso, no es querer conocer a Cristo para imitarlo, eso es trabajar en la historia.

Si creemos que explicamos el significado de los evangelios, porque le damos sentido a las enseñanzas de Jesús, interpretando una realidad a nuestra manera, o nos referimos a un dicho o a un hecho, concebirlos o realizarlos según el deseo nuestro, eso es especular con la enseñanza, ya que supone algo que a nosotros no parece. El sentido de los evangelios no es lo que nosotros deseamos, es lo que el Señor quiere de nosotros.

Resulta bonito decir dejemos esto en la manos de Señor. Si hablamos de Jesús, como el que soluciona todos los problemas que nos afectan y le dejamos la tarea a El, y nosotros esperamos como espectadores que nos entregue la solución y nada hacemos para que así se haga, esta claro, no hemos entendido lo que El espera de nosotros. En efecto, cuando veamos un pobre, no basta con decir “pobre hombre” y lamentarse por sus necesidades y no darle nada, porque eso es negarle también el pan a Cristo. 

Es muy hermoso referirse a Jesús, como un gran sociólogo porque sabe mucho de la persona humana, es lindo decir que el es un perfecto filosofo por su forma de pensar y entender las cosas, que bien les suena a alguno cuando dicen que es un reformador, porque ha propuesto modificar y cambiar el mundo con intención de mejorarlo, es interesante admirar y contemplar a Jesús por estas cualidades, pero lo que verdaderamente vale, es transformarse, cambiarse, convertirse ante El, ser otro Cristo.

Muchas veces estamos convencidos que estamos siendo como Cristo, porque estamos preocupados de cumplir con sus mandamientos, y nos sentimos hombres buenos porque somos fieles cumplidores de las leyes de la Iglesia, ya nos sentimos casi santos porque somos escrupulosos en la asistencia y la hora de participar en los oficios dominicales u otras fiestas, estamos satisfechos porque hemos logrado ayunar, incluso porque parece que cumpliremos con la abstinencia. Pero si todo esto representa para nosotros un martirio, un terrible tormento, una sufrida tarea por defender nuestras creencias, no estamos llenos de fe. Malo esta, si además hacemos estas cosa para buscar la opinión de los demás sobre nuestro propio obrar, para hacer notar a lo demás que somos buenos cristianos.

Estamos siendo Cristo, si estamos compartiendo el pan con el que tiene hambre, si no cerramos los ojos a la justicia, si compartimos nuestra agua y nuestra luz, si para nosotros nadie es extranjero, si damos asilo, si cobijamos, si amparamos, si damos de beber al sediento, si vestimos al desnudo, si cubrimos al que tiene frío, si calzamos al pie desnudo, si visitamos a el enfermo, al encarcelado y si oramos por todos los que necesitan.

El que quiera imitar a Cristo, tiene que ser un hombre lleno de ánimo, con valor y fortaleza, por cierto todo dentro de las capacidades de cada uno, pero multiplicando los esfuerzos, movido, no quieto, dispuesto a caminar por donde sea necesario llevar un mensaje de salvación, creativo de obras buenas, participativo con su comunidad, es decir, vivir la vida de Cristo, interior y exteriormente, hacer todo lo que El hizo y haría hoy.

El que quiera conocer a Cristo, no le debe bastar saber que el fue judío, que vivió en Palestina, que los emperadores de esa época eran romanos, que había un tal Herodes, que navegó con sus amigos pescadores y que subió al monte y dijo un bello sermón. El que quiera conocer a Cristo, debe experimentar en si mismo como El fue, es decir, vivir como Dios quiere que nosotros seamos, en otra palabras, vivir en gracia de Dios, integrar plenamente a su vida todas las normas de Cristo, aspirar a hacer todo en conciencia como la haría Cristo, a tratar a cada uno de los seres humanos como los trataría Cristo.

Ser verdadero cristiano, es sentir que Cristo ha entrado ampliamente en nosotros, ha transformado nuestra vida, nos ha transfigurado. Ser verdadero seguidor de Cristo, es haber tomado su antorcha con nuestras manos para alumbrar la oscuridad del que aún no la ha cogido. Ser cristiano es llegar a cada hermano con una palabra de consuelo, con una sonrisa en los labios, con los brazos abiertos, es darse sin pedir, es no detenerse frente a la necesidad, solidarizarse con el pobre, compadecerse del rico irreverente, orar por el enfermo, llevarle esperanza y consuelo al encarcelado.