Calidad de vida, y vida de calidad

Autora: Noris Capín

Sitio Web:  ¡Mujer, levántate!,

Autora del libro: ¡Mujer, levántate!  

 

The Dead Christ with the Virgin and St. Mary Magdalene, circa 1530 Giclee Print by Agnolo Bronzino

   La calidad de vida, en términos generales, se define como satisfacción personal, bienestar interno y felicidad. Sin embargo, no es loable calificar la calidad de vida bajo una percepción individual, sin que se tome en cuenta la parte social del asunto.

El concepto “calidad de vida” abarca numerosas dimensiones; no obstante, en el área de la salud, este término contradice la versión que vemos y escuchamos en los medios de comunicación.

El ser humano trata siempre de vivir más allá de su estándar de vida, y por esa razón se esfuerza por prosperar y disfrutar al máximo lo que la vida le ofrece. Vive con entusiasmo y trabaja con tesón, para alcanzar las recompensas que lo conducen a tener una vida absorbente, colmando así su necesidad de abastecer sus incontables deseos de adquisición.

Esta obsesión perenne lo lleva a extralimitarse en su respuesta al llamado de alcanzar y mantener la prosperidad, y, sin percatarse, se extravía en un consumismo infernal que lo ataca y lo domina.

Debido a esto, las ideas erróneas acerca de los términos “calidad de vida” conducen al individuo a tener un concepto equivocado sobre la realidad que encierra esa frase, muy actual y a la vez muy contradictoria.

Esta consigna que resuena en su mente y en su espíritu, lo lleva a meditar sobre su propia “calidad de vida”. Definitivamente, el contexto que impera sobre esa evaluación es beneficiar sus propias expectativas, de manera que el estar enfocado en su realización personal y motivación interna hace que se desvíe un poco de las necesidades que aquejan a sus semejantes.

 

Compasión y misericordia

Pero, ¿qué significa realmente tener una mejor “calidad de vida”? Estas tres palabras se pierden en el horizonte cuando se lanzan al viento a la ligera. Es por eso que debemos analizar, con lógica e inteligencia, el sentido primordial de esas palabras, colocando sobre los raíles del tren de la vida la compasión y la misericordia.

Por ese motivo, Dios nos pone en la disyuntiva de revisar la vida de nuestros hermanos que sufren, para que podamos examinar con detenimiento nuestra propia vida.

Puesto que no podemos palpar el significado real, debido a que somos egoístas e insensatos, esquivamos con efectividad el tema, para satisfacer nuestro propio ego y equilibrar con cautela el significado de este delicado argumento. Pretendemos obviar lo que realmente sucede a nuestro alrededor, ya que estamos sumergidos en los problemas y las luchas diarias. Por esta razón, no captamos con profundidad el quejido alarmante que sale del prójimo más cercano.

La calidad de vida del ser humano tiene que ver con los débiles, los enfermos y los humildes. Aquellos que no pueden alzar su voz debido a los tubos introducidos en sus gargantas, o a las sondas que interfieren el poder caminar con dignidad y soltura.

Sin ir muy lejos, podemos desmenuzar ese aspecto, donde los protagonistas son aquellos que han dejado de sufrir a consecuencia de su estado vegetativo, personas olvidadas por sus familiares y amigos al estar relegadas al cuarto de un hospital. Vemos también criaturas que nacen y viven con defectos físicos para toda la vida. Los niños abusados por sus propios padres, los ancianos olvidados por sus hijos, los inocentes encarcelados y las personas con dolencias mentales.

Al detenernos a escudriñar la lista interminable de los terribles padecimientos físicos o del alma de nuestros hermanos en Cristo, podemos meditar con conciencia sobre la condición y la calidad de nuestra propia vida.

Dios, en su abundante misericordia y amor hacia los que sufren, les dio el bien básico de la vida, regalo que donó a cada ser viviente y a cada persona que respira. Y no es porque la vida no sea digna de vivirse para estas personas, sino para que ellas vivan con dignidad y para que su propia estima no desfallezca en medio de la dificultad.

Aquellos que sufren son hijas e hijos amados por Dios, con las mismas necesidades, con los mismos deseos de bienestar que nosotros. Aunque lleven en sus cuerpos dolencias más arraigadas, más hondas y más incomprensibles a nuestros ojos humanos, son también criaturas igualmente exclusivas y sumamente amadas ante los ojos misericordiosos de nuestro Señor Jesucristo.

En este nuevo año, reflexionemos internamente sobre lo que significan las palabras “calidad de vida”. No nos dejemos llevar por el consumismo y las frivolidades de la vida, sino recordemos las palabras del Papa Juan Pablo II refiriéndose al término calidad de vida: “El valor de la vida de un ser humano, no puede ser sometido a un juicio de calidad expresado por otros seres humanos”.

Con estas palabras del Santo Padre, consagrémonos al sentido vital de esta auténtica situación, al conectarnos entrañablemente con la Palabra de Dios: “Pues ustedes, que sobresalen en todo: en fe, en facilidad de palabras, en conocimientos, en buena disposición para servir y en amor que aprendieron de nosotros, igualmente deben s

obresalir en esta obra de caridad” (2 Corintios 8:7). 

Columnista y reportera independiente.
Autora del libro
¡Mujer, levántate!
Noris@brisauniversal.com
http://www.brisauniversal.com 

Artículo editado para La Voz Católica, periódico de la Arquidiócesis de Miami.  Abril 2008.   www.lavozcatolica.org