Obreros del Padre

Autora: Noris Capín

Sitio Web:  ¡Mujer, levántate!,

Autora del libro: ¡Mujer, levántate!  

 

 

 Noris Capín

Todas las lecturas del Santo Evangelio son hermosas. Si nos aplicáramos a leer con detenimiento cada un de sus pasajes, encontraríamos una enseñanza sublime en cada estrofa y en cada verso, un mensaje directo y personal para cada uno de nosotros.

Una de estas lecturas, que hizo impacto en mi vida hace muchos años, la hallé en trece simples palabras, las cuales cambiaron mi existencia para siempre. Encontré en Juan 14:10 el propósito de mi vida, como si fuera una invitación de Dios especialmente para mí: “El Padre que vive en mí, es el que hace su propio trabajo”. Cuando leí esto, el impacto me absorbió por mucho tiempo. La emoción de saber que “Dios vivía en mí”, causó un eco sonoro en mi existencia. Esas palabras extirparon dentro de mi corazón los deseos de servir al mundo, de ser esclava del dinero y dependiente de otras personas y del pasado.

Esas palabras irrumpieron en mi ser con poder, y la visión de Dios en mi vida se hizo acogedora, y se estableció en mi alma como una luz guiadora. El significado de esa sencilla frase me abrió el corazón al entendimiento de Su Palabra, y a sentir gozo por las cosas de Él.

Poder ser Sus elegidos, aquí en la tierra, nos dispone a ser sinceros con nosotros mismos, de la misma manera que debemos ser honestos con Dios y con los que nos rodean, para así llevar a cabo Su misión apostólica.

Dios nos dota de dones y carismas concedidos por Él, y la persona que posee esos dones los posee porque el Espíritu Santo ha querido entregarle esa gracia, que capacita y predispone al ser humano para emprender obras en favor del Reino de Dios, y para ponerlas en marcha. De ninguna manera el ser humano puede darse a sí mismo el carisma que emana de las profundidades de su alma. Sin embargo, hay personas que, de manera natural, tienen la capacidad de ser compasivas y misericordiosas, y no por ello estos dones dejan ser regalos que provienen de Dios Todopoderoso, aunque el individuo ignore el poder abastecedor de la Santa Palabra.

La persona que posee ciertos carismas, se distingue por facilitar la edificación de otros por medio de la sabiduría que Dios le otorga. Es por ello que el efecto de sus obras se manifiesta en forma de enseñanza, para que otros puedan aprender la misión del Padre Celestial a través de la sabiduría que viene de Dios, motivados por el amor y el servicio a la Iglesia, que es, a su vez, el servicio al prójimo.

No obstante, el querer ser parte de la vida eclesial como cumplidores de los designios de Dios, nos coloca en un papel humilde y no de estrellato. Cuando hemos decidido seguir a Cristo Rey, no tenemos la potestad de colocar a Dios en una bolsa, ni de manipularlo a nuestro antojo, llevándolo por doquier como un amuleto permanente en el bolsillo.

Tampoco significa colocar a Dios en un rincón, y pretender ser nosotros Dios, porque, para eso, es mejor no servir antes que confabularnos con nuestro propio ego.

Para poder caminar al lado de Jesucristo, debemos ser obedientes, amantes de Su Palabra, portadores de humildad y, sobre todo, sinceros, distribuyendo paz cuando haya guerra y dando amor cuando haya odios, rencillas y desprecios.

Para llegar al Reino de Dios hay que sufrir. A través del sufrimiento, podemos palpar la aceptación o el rechazo a llevar la cruz como seguidores de Jesucristo. Si bien la aceptación se funde como el bronce y brilla como un lucero, el rechazo al dolor se propaga como la mala hierba, y conduce al individuo a un total quebranto.

Por eso hay que ser firmes cuando decidimos seguir a Cristo. Debemos estar listos para librar la batalla interna que conlleva el saber contrarrestar, con la oración, las asechanzas del maligno.

Seguir a Dios es una misión que uno se da a sí mismo. Es, por consiguiente, un compromiso que sale del alma y no ensombrece el fuero interno, sino que ese resplandor se adhiere aún más a nuestra misión de aportar algo valioso a la causa del Evangelio de Jesucristo.

Y aunque seamos perseguidos por los no creyentes, y hasta criticados por algunos de los que creen, dentro de nosotros brilla, perennemente, la cálida sonrisa de Dios, diciéndonos: “Sigue adelante. Yo estoy contigo”. 

Artículo editado para La Voz Católica, periódico de la Arquidiócesis de

Miami.  Abril 2008.   www.lavozcatolica.org