Reconocimiento a la madre anciana

Autora: Noris Capín

Sitio Web:  ¡Mujer, levántate!,

Autora del libro: ¡Mujer, levántate!

 

 

“La madre anciana, a pesar de los años, nunca deja de ser hermosa. Su belleza cautiva el ambiente, como el canto de un ruiseñor en medio del monte, aunque sus ademanes, un poco lentos por el paso del tiempo, tiendan a entorpecer la gracia auténtica de la fragante juventud.
En cada arruga de su cara, hay una historia. En su ceño fruncido, una preocupación. En su andar cansado, hay una promesa, y en sus desengaños, una ilusión.
Sin embargo, al encontrarse a sí misma después que el tiempo ha hecho estragos en su piel, se da cuenta de que su vivacidad natural no ha muerto, sino que permanece unida al cordel que la ata a Dios.
Pero, a medida que los días continúan entrelazando la añoranza de lo ya vivido, las experiencias nuevas realzan la ilusión y el deseo de vivir con dignidad y satisfacción personal.
Por todo esto, ella sabe que el presente es real y el mañana, tan sólo un suspiro. La vida continúa, con su caprichosa prisa; tratando de alcanzar a grandes zancadas las páginas del almanaque, que se fueron con el viento.
Dice la Palabra de Dios: “El Señor tu Dios te ha bendecido en todas tus obras; ha protegido tu marcha por este gran desierto” (Deuteronomio 2:7).
La mujer que está viviendo más allá de la tercera edad, se niega a ser un impedimento para sus seres queridos. Ella no desea ser un adorno inservible y, por consiguiente, no permite que la contemplen con ojos de piedad, sino que la honren y la respeten.
Su fe en Dios recorre todos los escondites de su alma; su confianza en el Señor la mantiene activa.
Dios le dice en 2 Corintios 4:16: “No te desanimes. Pues aunque por fuera vas envejeciendo, por dentro rejuveneces día a día”.
Al saber esto, su autoestima trata de establecer un equilibrio entre el querer y el no poder cruzar los ríos y subir montañas. Y aunque la cadencia propia de la vejez amortigua su paso, la armonía de sus pensamientos se reviste de fuerzas, para encontrar la palabra perfecta en el momento preciso. Entonces, el impulso que le permite negociar los deseos de vivir con dignidad le hace salir adelante en esta etapa de su vida. La veracidad del tiempo le genera una increíble hostilidad delante del espejo. De hecho, el factor que humaniza las tinieblas de su espíritu le genera una sensibilidad que sólo viene de lo alto: la aceptación personal.
La mujer anciana aún conserva el deseo de pertenecer al mundo actual. Su espíritu rehúsa ser cómplice ante la acritud del destino. Su alma, fuente inagotable de sabiduría y amor, retiene la fragancia intacta, haciendo que su mente regrese diariamente a los tiempos gratos de la juventud y a las memorias guardadas tiernamente en su corazón.El Señor, sustento permanente en su vida, le permite vivir el momento presente, esperando con humildad y agradecimiento el de la llegada de su alma al cielo.
Para ella parecen escritas estas palabras de Juan Pablo II: “De las mismas pruebas por las que ha pasado nuestra generación surge una luz capaz de iluminar los años de nuestra vejez”. Que así sea siempre.

Artículo editado para La Voz Católica, Periódico de la Arquidiócesis de Miami-Mayo 2007
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Autora del libro ¡Mujer, levántate!
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