Un viaje diferente

Autor: María del Carmen Fernández

 

 

La ciudad de Buenos Aires lentamente va adaptando sus formas a favor de las personas con distintas discapacidades. Desde hace un tiempo, cuando iba a hacer mis compras veía esos enormes colectivos pasar por la avenida con el logotipo de identificación del discapacitado. Yo nunca había viajado en un colectivo de línea.

Mis ganas de experimentar la sensación que se siente me llevaron a proyectar el viaje como una nueva aventura. Traté de vencer mis miedos a lo desconocido, entonces, aclaré mis dudas preguntando a quienes sin problemas físicos, utilizan estos medios de transporte. Ahora tenía un nuevo desafío ante mí y no podía dejarlo pasar.

La primera vez que subí a uno de estos colectivos fue alrededor de las 9,30,  que era el horario promedio en que casi todas las líneas de colectivos  especiales pasan por mi barrio en un desfile de colores y tamaños. Aprendí que cuando lo espero en la parada, debo estar siempre visible al ojo del chofer y señalar con mi mano para que se detenga junto a la vereda. La manera en la que ingresé al colectivo fue a partir de una pequeña rampa que se extiende y coincide con el tamaño de la silla. Por suerte, cuando subí, el conductor ofreció su ayuda.            

 Podía utilizar un cinturón extensible  para sujetarme, pero no pude ponérmelo por tener que  viajar de costado debido al largo de mi silla. A pesar de que puse los frenos de mano y me sostenía mi acompañante, el zarandeo se hizo sentir y la adrenalina me subió hasta dejarme las manos empapadas. Había un timbre a mi altura para avisarle al chofer si quería descender. Me sentí feliz porque sumaba otro logro.

Hay  colectivos con un sistema de plataforma levadiza que una vez abierta la puerta, se despliega en dos tramos desde la altura del vehículo hasta la vereda. Tiene un pequeño pasamanos a cada lado y unas cortas  barras que traban las ruedas en el caso de deslizarse aun estando frenadas. Debo reconocer que esta ascensión y su posterior descenso me provocan vértigo al no poder sostenerme nada más que de mi silla de ruedas, la cual se mueve  levemente. 

En otro de mis viajes el vehículo paró correctamente al lado de la vereda, luego de deslizar su rampa, todo el ómnibus  tomó una inclinación hacia la misma por tratarse de un Piso Súper Bajo. Esto me permitió subir casi sin esfuerzo, y tomar cómodamente mi lugar mirando hacia adelante, mientras que cada una de las ruedas traseras se introdujo en una agarradera en forma de eme y quedaron fuertemente sujetas. Sólo quedó ponerse el cinturón de seguridad. En este caso la operación estuvo verificada por la mirada del chofer, que fue muy atento y cordial.  A diferencia de los otros ómnibus, éste tipo de Piso Súper Bajo tiene la ventana a nuestra altura. Poder mirar al exterior torna el viaje placentero y cómodo porque podemos guiarnos en nuestros recorridos con los carteles que tienen el nombre de las calles.

Creo que aún no todas las líneas poseen ómnibus adaptados a nuestras necesidades. La demora en las esperas por no tener gran cantidad de vehículos de estas características,  es otra dificultad. Pero existe una ventaja para nosotros, ahora podemos movernos de una manera diferente para ir de visita, paseo, hacer algún trámite o incluso ir a trabajar.

El hecho es que para viajar en colectivo tuve que  frenar mi silla de ruedas, y darle  libertad a mis pensamientos.