Una simple visita

Autor: María del Carmen Fernández

 

 

El cielo se ha oscurecido. Caen las primeras gotas. Será otro típico día lluvioso de invierno como fue en todos los de esta semana. Me encanta mirar la lluvia y oír su ruido sostenido como hamacando mis pensamientos. Pero hoy no puedo quedarme en la contemplación. Tengo que ir a ver a María Rosa. 

Mi amiga quedó en cama ya hace bastante tiempo. Sé que está bien atendida, que no le falta nada, que toma sus remedios sola y que siguen pasando los días entre sus cuatro paredes y el consejo de los médicos que la ven a diario. 

La vida tiene esas cosas. Algunas personas se llevan el mundo por delante ejerciendo un caprichoso desafío, sin importarles a quien dejan de lado o a quien pasan por encima. Y cuando la vida se cansa de ver tanto egoísmo, supongo yo, estira la mano y da un cachetazo que muchas veces pega donde menos lo pensamos. No creo que alguien reciba o merezca un castigo. Nosotros solos nos castigamos cuando no queremos valorar la opinión contraria y respondemos con una actitud equivocada. 

Esta vez le tocó a ella. Pasa muchas horas callada, pensativa, sin ganas de nada. Sin embargo, cuando voy a visitarla se le iluminan los ojos oscuros. De repente, estamos enredadas en diferentes temas y como siempre, saltamos de uno a otro, no solemos terminar ninguno. 

Su cama está de punta en blanco. Ella no se queja de nada. Pero pasa muchas horas mirando los distintos formatos de los envases de sus remedios. Su madre me ha dicho que su merienda casi no la prueba. Y eso que va en una bandeja como para una reina: tostadas recién hechas, platitos de dulces, un trozo de torta, el jugo de frutillas y el café con leche humeante y sabroso. Todo eso de nada sirve porque su soledad casi anula sus sensaciones. 

Voy a ponerme el piloto. Estoy segura de que la melodía de esta lluvia también suena en su corazón. Existen miles de recuerdos que nos unen. Lo sé bien. 

Hoy tengo que ir a verla. Me apasiona esta lluvia que no para. Voy a mojarme con gusto. Es mi amiga la que me necesita. ¿Puedo hacer otra cosa mejor que dibujarle una sonrisa a ella?  Nada. Sé que cuando yo abra la puerta de su habitación y tome sus pálidas manos en las mías su corazón dará un brinco. Hasta volverá a tener apetito y cuando nuevamente nos enredemos en una charla informal, descubrirá qué hermoso es el mantelito con puntillas que cubre la bandeja de su merienda. Los remedios los hará a un lado hasta que sea el momento de tomarlos. El calor del amor, encenderá sus mejillas y su madre pensará que le subió la fiebre. 

Es una simple visita...que no se realiza por cortesía ni por costumbre. Al final, resultaría agotador visitar a una persona para descargarle nuestros problemas. ¡Todos los tenemos! Y cada uno lleva el peso que puede soportar en su mochila. 

El encuentro de afectos se concreta y esto da vida. Pone luz en las penas. Llena de colores nuestro entorno. Borra las paredes que nos limitan. Y lo que antes veíamos sin rumbo ahora lo vislumbramos con horizonte. 

En la calle las gotas de lluvia hacen “paragüitas”...El viejo diariero diría:”habrá lluvia para rato”. Están por dar las cinco de la tarde. Huelo ya el café con leche. Otra vez, como ayer, disfrutará mis medialunas y el sonido de la lluvia acompañará nuestras palabras.