La fuerza de un deseo

Autor: María del Carmen Fernández

 

 

Sí, ¡justo a mí se me había ocurrido tener una PC! Sabía que la primera etapa era formarme. Debía aprender a manejarme con ella. También quería estudiar en una clase, tener compañeros con quienes compartir avances y pequeñas “burradas”. Salir de la casa cuando somos dependientes no es fácil. Los obstáculos que tenemos son muchos todavía; la falta de rampas en las veredas y en los institutos, los aranceles que no podemos pagar, la necesidad de una persona que nos acompañe, etc. Pero, ¡el deseo estaba de pié!

Llegó un volante a mis manos que me abrió un nuevo atajo. Existía un Centro de Formación Profesional en nuestra capital donde se dictaban cursos gratuitos para discapacitados y no discapacitados. Era la primera vez que notaba que en un instituto de discapacitados se daban clases integradas, dándoles un lugar a nuestro lado a personas que se mueven por sí mismas. Además, disponían de un servicio de micro que nos podía solucionar el transporte siempre que viviéramos dentro de la Capital Federal. Me anoté telefónicamente y a los pocos días tuve la entrevista con mi futuro profesor, el “buenazo” de Diego. En todo el cuatrimestre, con calor, con lluvia, o con frío, no falté ni un día. Fue una experiencia hermosa donde encontré compañeros sencillos y deseosos de compartir sin discriminaciones, aunando esfuerzos y alegrías. Muchos de ellos hoy son mis amigos. Así logré mi primer objetivo.

Ahora tenía que buscar la herramienta. Muchas personas me hablaban de distintos lugares donde pedir una computadora. Una amiga me insistió para que hiciera los trámites a través de una conocida Comisión Nacional, que ayuda a la persona con discapacidad. Empecé en octubre del ´99 enviando una carta solicitando un subsidio para comprarme una computadora porque, con lo aprendido en el curso, deseaba realizar algunos trabajos en mi casa con el fin de ayudarme económicamente. La asistente de turno amablemente me respondió, durante un año, que llamara a los quince días. Realicé innumerables llamadas telefónicas; tuve una entrevista con la asistente social; pagué un transporte particular para acudir a la cita; me dijeron que abriera una cuenta en el banco porque parecía que ya había sido aprobado mi pedido, cosa que hice entusiasmada y por otro lado me llenaron de preguntas. En realidad parecía que iban a escribir mis memorias y no estaban valorando el deseo de mejorar mi calidad de vida. 

Al final, de tantas idas y venidas sucedió lo que tanto deseaba. Me llamaron para comunicarme que me habían concedido el subsidio. ¡Casi no lo podía creer! Efectivamente cumplieron con su palabra y me demostraron que valía la pena esperar y hoy disfruto del milagro de un deseo. 

Estoy sentada frente a mi computadora, a la que di el nombre de “Milagritos”, porque después de una larga odisea llegó a mí como un ¡milagro! Las cosas que se desean profundamente, desde lo más íntimo del corazón, siempre se logran. Lo importante es la fuerza del deseo y todo lo que trabajamos por obtenerlo. Todo esfuerzo tiene su recompensa. Todo lo que se pide junto a una sincera oración siempre tiene respuesta.