Elecciones

Autor: María del Carmen Fernández

 

 

Cuando mi amigo regresó a su tierra natal, vino a despedirse y volvió a decirme: “escribe lo que te ocurrió cuando fuiste a votar”… ya han pasado varios meses de las últimas elecciones nacionales pero creo como él, que es bueno aprender de lo vivido para tratar de no repetir las mismas equivocaciones. Por eso hoy voy a contar lo que me pasó ese día.

Como es habitual las elecciones se realizan los días domingos, y en esos días  no cuento con la presencia de la asistente domiciliaria, sino que disfruto de la compañía de una amiga que viene a ayudarme y por lo tanto fue ella quien me acompañó a votar. Salimos a la mañana temprano hacia el nuevo colegio que me designaron. Me sentí contenta porque conocía el lugar desde fuera y sabía que tenía una hermosa rampa lateral de entrada. Los oficiales que cuidan el orden me preguntaron mis datos para  informarme hacia donde debía ir, pero sentí que los sorprendí con mis respuestas concretas,  porque ante una nueva elección siempre acostumbro averiguar de ante mano el lugar y la mesa que me corresponde para no estar como una tonta que va donde la llevan.

Una vez ante la mesa, le entregué mi documento a la jefa y después que  buscó mi nombre en el padrón miró hacia un señor que estaba detrás de mí y le dijo si podía llevarme al aula y quedarse conmigo. Entonces, sutilmente le dije que si se refería a mi persona era a mí a quien tenía que preguntarle, porque yo podía  manejarme sola dentro del cuarto oscuro. Luego de ver como estaban distribuidas las boletas en los pupitres, los cuales resultaron antiguos y altos, tuve que pedir que levantaran los asientos para poder tenerlas al alcance de mi mano.

Estas  cosas no me molestan demasiado porque percibo una ausencia de formación e inhibición en el que nos mira desde la vereda de enfrente.  Pero lo que realmente me subleva es la falta de respeto que tuvo la señora cuando al minuto volvió a entrar al cuarto sin golpear la puerta  y me sacó el sobre de la mano que apenas pude cerrar. Salió delante de mí y al pedirle que me lo diera cuando estaba ante la urna para poner mi sobre con el voto, me contestó que ya lo había puesto ella. ¡No tuvo la gentileza de esperarme para que por lo menos yo pudiera ver cómo lo introducía en la urna! Esto sí que me indignó pero como me encontraba de buen ánimo y no soy una persona de respuestas violentas, sólo miré en mi entorno y les dije que esperaba que todos los presentes hayan sido testigos de lo que ella decía. Sinceramente, no tenía mucho tiempo que perder, debía respetar también el tiempo de mi amiga que deja sus cosas para venir con sincero afecto a levantarme de la cama y dejarme preparada en mi silla de ruedas para que pueda arreglarme sola el resto del día, de lo contrario, le hubiera exigido que abriera la urna y recontara los votos porque yo no podía constatar la veracidad del hecho.

          Creo que el estar en una silla de ruedas no invalida nuestra responsabilidad como ciudadanos. Hace mucho tiempo descarté de mi vida la frase: “no es necesario que vayas a votar, vos estás enfermita”. Yo tengo una enfermedad que provoca una discapacidad física en mi persona pero que no la anula. Y voy a continuar cumpliendo con mi deber poniendo también en orden la actitud equivocada de la sociedad que compongo.