Ganas de vivir

Una felicidad oculta

Autor:  Padre Marcelino de Andrés, L.C

      

Me hubiera encantado poder ofrecer aquí al lector el testimonio personal al menos de alguna carmelita descalza del convento de Aravaca en Madrid.

Precisamente toqué a las puertas de ese convento una noche del mes de octubre de 1993, con la intención de pedir a las monjas que me escribiesen su testimonio sobre la verdadera felicidad.

Llevaba en mi interior la ilusión -y casi la certeza- de que saldría de aquel lugar habiendo encontrado un tesoro de inmenso valor. Y efectivamente, así fue, pero no del modo como yo me lo esperaba...

Expuse mi proyecto a la madre que me atendió al otro lado del torno; y le hice ver mi ilusión de contar con los testimonios de algunas de las hermanas del convento. Ella se retiró para consultar a la Superiora del Carmelo. Tras unos momentos de espera, volvió con la respuesta: no era posible que las carmelitas hicieran por escrito su propio testimonio. Y me explicó el motivo.

Quedé admirado al conocer la razón por la que no podían hacerlo. Y las palabras de la madre fueron -quizás sin pretenderlo ella- el testimonio más precioso que me podía haber llevado de aquel lugar.

Serán esas palabras las que transcribiré a continuación tal como las recuerdo.

"Nosotras, las carmelitas -me decía con sencillez-, no solemos hacer ese tipo de testimonios escritos. Aquí dentro somos inmensamente felices porque tenemos a Dios, que es la fuente de la verdadera felicidad. Vivimos sólo por Él y para Él y no nos falta nada.

Pero nuestra felicidad, al igual que nuestra vida, es oculta, somos de clausura, nadie nos ve. Y encerradas en este convento somos las personas más felices del mundo. Y sabemos que desde aquí, con nuestra oración y sacrificio, damos gusto a Dios y mucho fruto para la Iglesia y para los hombres.

Nosotras no estamos llamadas a dar un testimonio directo y exteriormente visible a los demás. Nuestra vida y nuestra felicidad agradan a Dios y son testimonio, si de verdad se realizan en esta humildad y ocultamiento. Somos como las raíces de una planta. Solamente si están bien enterradas y ocultas en tierra fértil, permanecen vivas y dan frutos. Pero si se sacan de la tierra, se secan y dejan de producir fruto.

Así nosotras y nuestra vida inmensamente feliz. Si la sacamos fuera de ese ocultamiento, se secaría y dejaría de dar esos frutos. Pero ocultas y bien enterradas en Dios -que es la tierra más fértil-, vivimos y damos frutos y somos plenamente felices".



Reflexión

Parece increíble. ¿Cómo explicarse que esas mujeres (muchas de ellas jóvenes) encerradas entre cuatro paredes, llevando una vida tal de sacrificio, renuncia, soledad, ocultamiento, transpiren esa alegría en todo su ser? La respuesta es muy simple. Carecen de todo, pero poseyendo a Dios y amándolo no tienen necesidad de nada. Están realizando en sí lo que ya su Madre, Santa Teresa de Jesús, hizo realidad en su vida y expresó con estas palabras:

"¡Dichoso el corazón enamorado que en sólo Dios ha puesto el pensamiento! Por él renuncia a todo lo creado y en Él halla su dicha y su contento. Aún de sí mismo vive descuidado, porque en su Dios está todo su intento, y así, alegre pasa y muy gozoso las ondas de este mar tempestuoso".